Re lectura de 2 Samuel 13: 1 - 21
Querido Padre:
Cuando era niña te veía como un hombre maravilloso, seguro, líder fuerte, todos te temían y respetaban me dabas tranquilidad, paz y mucho orgullo.
Han pasado muchos años y ahora recordarte me causa dolor, tristeza y amargura. Quisiera que esta carta cumpliera el sueño que algún día lejano tuve, en el cual me veía a mi misma, escribiéndote una carta para darte noticias maravillosas sobre mi esposo y mis hijos, me veía invitándote a ti y mis hermanos a banquetes en mi palacio reunidos en familia.
Sin embargo, nada de ello es más lejano a mi triste y oscura realidad. Hoy estoy más sola y desamparada que nunca, quienes me conocen al ver mi rostro recuerdan mi desventura el haber sido hermana de un ser egoísta, miserable y ser la hija de un padre timorato. Fue muy duro y triste entender que mi dolor perjudicaba la agenda del poder político y que mi tragedia dañaba la reputación y prestigio de mi noble familia, pero por sobre todo lo que me debastó fue comprender que mi vida y cuerpo, debían estar al servicio del primogénito del Rey quien abusando de su posición y poder atropelló mis derechos, paso por sobre mi voluntad, sobre mi dignidad, sobre mi cuerpo y finalmente sobre mi destino.
Ni mis súplicas, ni mis razones frenaron el deseo de un hombre. ¿Cómo podía la voz de una mujer prevalecer sobre la decisión de un hombre con poder?
Tanto dolor y lágrimas pudieron evitarse si es que tú, mi querido padre, mi protector, hubieras atendido las alertas que debieron haberse dado, esas alertas que solo los padres perciben como don exclusivo.
Las heridas son más profundas, cuando son causadas por las personas que amas y en quienes confías, aun recuerdo como sus ojos hurgaban en lo profundo de mi ser, sintiendo desgarrarse mis ropas junto con mi alma y corazón.
Tu hijo Amnón destruyó todo en mí, me devastó como el incendio consume los bosques, sin dejar nada vivo, sino escombros y me sumió en la oscuridad.
Ser vil y mezquino quien lo hizo, pero igual de miserables aquellos que conocieron y callaron este crimen, entre ellos tú, ¡El Rey!, el héroe de guerra, que pudo hacer justicia, reivindicar mis derechos, visibilizar mi dolor y restaurarme de alguna manera.
Te portaste como un cobarde y preferiste ignorar mi dolor, que también era tuyo, e hiciste lo que un canalla con poder haría: ¡guardar silencio! y ver a otro lado, silencio propio de un cementerio, porque solo un corazón muerto puede quedar paralizado ante un crimen y dolor tan atroz.
Más sufrimiento llegó de la mano del que me protegió, mi hermano Absalón, otro hombre que en medio de mi desolación dió ordenes infames a mi corazón me dijo “no guardes rencor” pues criminal y todo nuestro hermano es, así nada mas como si los lamentos de mi alma y el llanto de mi ser se pudieran parar solo por una disposición patriarcal.
Mi historia será recordada porque un hombre me violó y abuso de mí, pero también porque frente a esta tragedia el silencio y secreto de familia, apagó mi vida y cubrió de impunidad un acto aberrante, para proteger el buen nombre de la familia pero principalmente en beneficio del primogénito del Rey David.
Me despido de ti, clamando a Dios que ninguna mujer viva lo que yo he vivido, y que las familias entiendan que callar solo causa más dolor pero que el revelar y denunciar trae justicia y dignidad.
Adiós,
Tu hija Tamar
La historia de Tamar se repite todos los días en todas las familias de todas las clases sociales en el mundo entero.
Los personajes cambian pero la violencia es la misma, el secreto familiar un silencio cómplice subsiste, debido al machismo, que no es más que una manifestación de un pecado estructural, el patriarcado.
La doctora y teóloga mexicana Marilú Rojas identifica al patriarcado como el “Leviatán bíblico” sin duda un buen símil, pues el patriarcado es un monstruo con corazón duro, frio e impenetrable en el que se centra la maldad del mundo y que devora y arrasa con todo.
Este patriarcado nutrido por el poder mata de formas visibles e invisibles a mujeres, adolescentes y niñas de todas las maneras posibles en que una persona puede morir.
Las diferentes formas de violencia contra una mujer son las que debemos detectar y erradicar tomando conciencia que el patriarcado - Leviatán es despiadado con las más empobrecidas, las más vulnerables.
Surge entonces, una clave para la misión en la iglesia actual, tal como lo hiciera Jesús la educación en relaciones sanas de respeto entre hombres y mujeres, construir sociedades libres de violencia machista, para devolver justicia y dignidad a todas las Tamar.
Sobre la autora:
Mayra Soria, es ecuatoriana, Doctora en Jurisprudencia y Abogada de los Juzgados y Tribunales por la Universidad Central del Ecuador. Magister en Derecho Penal, especialista en criminología por la Universidad Regional Autónoma de los Andes. Conferencista y capacitadora en temas de investigación y litigación penal en delitos de violencia de género.
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