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viernes, 30 de mayo de 2025

Lucas Magnin en Nicea: un testigo improbable en la forja del Credo | Por Bernabé

¿Qué pasaría si un teólogo y youtuber del siglo XXI apareciera en el primer concilio ecuménico del cristianismo?

Imaginemos la escena: año 325. En una sala del palacio imperial de Nicea, bajo la mirada interesada del emperador Constantino, se reúnen 318 obispos convocados para zanjar una crisis teológica de proporciones cósmicas. La Iglesia, recién salida de la persecución, se enfrenta a una pregunta decisiva: ¿Es Jesucristo verdaderamente Dios?

De pronto, entre las togas y los acentos griegos, se escucha una voz argentina. No es un padre de la Iglesia, pero tampoco un hereje. Es Lucas Magnin, cronista moderno de la fe, que con su mezcla de sensibilidad pop y rigor patrístico, llega al corazón del debate teológico más determinante del cristianismo.

El arrianismo y la pregunta que no envejece

Lucas escucha con atención. Arrio defiende su tesis: el Hijo fue creado por el Padre. Una criatura excelsa, sí, pero criatura al fin. El joven Atanasio se revuelve. Su argumento es claro: si Cristo no es plenamente Dios, la salvación es imposible.

Lucas anota: "La cristología define la soteriología." Y luego susurra como quien se habla a sí mismo: —Si Jesús no comparte plenamente la divinidad, no puede redimirnos. No se puede salvar lo que no se asume, como dirá Gregorio de Nacianzo.

Y sí, ocurrió. O al menos eso dice la leyenda.

En medio del calor del debate, San Nicolás (sí, el mismo que luego inspiró al bonachón de barba blanca) no aguantó más las herejías de Arrio y, según la tradición, le dio una bofetada.

Lucas se sobresalta. Mira a cámara. Toma nota con ironía:

“Cuando San Nicolás reparte algo, no siempre son regalos.”

Homoousios: una iota de diferencia… y un abismo ontológico

Los obispos debaten palabras. No es un tecnicismo: es el ser mismo de Cristo. ¿Es de la misma esencia (homoousios) o solo de esencia similar (homoiousios)?

Lucas se sorprende. Nunca una letra —una simple iota— había cargado tanto peso ontológico.

—Esto no es semántica —piensa—. Es la afirmación de que el Logos no es un mediador menor, sino Dios de Dios, luz de luz, eterno engendrado, no creado.

Y comprende que aquí se juega toda la fe trinitaria.

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La Trinidad como misterio confesado, no resuelto


Lucas interrumpe respetuosamente:

—¿No estamos forzando la lógica al hablar de un solo Dios en tres personas?

Los obispos no se molestan. Lo invitan a escuchar a Basilio, a Gregorio de Nisa, a Agustín en germen. La perichoresis —esa danza de comunión eterna entre Padre, Hijo y Espíritu— no cabe en silogismos. Se cree, se celebra, se canta.

Lucas anota: "La Trinidad no es un problema a resolver, sino una realidad a habitar."

El credo como acto litúrgico y político

Cuando el texto final empieza a tomar forma, Lucas nota algo más allá de la doctrina: el Credo no es solo un resumen teológico. Es una liturgia. Es un acto de resistencia.

—Decir Jesús es el Señor —piensa— es decir que César no lo es. Que hay una autoridad superior al imperio. Que la historia no la define el poder, sino la cruz.

Nicea no solo salvó la doctrina cristiana. También encarnó una espiritualidad subversiva, encarnacional, trinitaria.

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La eclesiología y el horizonte escatológico

Lucas escucha los últimos artículos del Credo y se detiene: “Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica”. Esos adjetivos aún resuenan en los debates contemporáneos. ¿Qué significa hoy ser "una"? ¿Cómo ser "santa" en medio del pecado institucional? ¿Podemos seguir diciendo "católica" sin confundirnos con denominaciones? ¿Y “apostólica”… según qué tradición?

Pero el final lo sobrecoge: “Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.”

No se trata de escapar al cielo, sino de proclamar la redención de toda la creación.

Lucas cierra su libreta. Piensa en Bonhoeffer, en Moltmann, en los cristianos pobres de América Latina que aún recitan este Credo entre la violencia y la esperanza.

De vuelta al presente

Lucas regresa a su canal. Frente a la cámara, comienza su video con voz firme:

“Hace exactamente 1700 años, más de 300 líderes de la Iglesia se juntaron para responder a la pregunta: ¿quién fue realmente Jesús? Su respuesta fue el Credo de Nicea… y sigue siendo el corazón de nuestra fe.”

Y entonces comprendemos que su viaje no fue solo una ficción. Fue una pedagogía. Una forma de recordarnos que el Credo no pertenece al pasado. Se pronuncia en cada generación, cada lengua, cada comunidad que se atreve a decir:

“Creo. Creemos.”

Mira el video completo de Lucas Magnin: "EL CREDO DE NICEA explicado punto por punto", un video imperdible para redescubrir la belleza, profundidad y actualidad del credo cristiano:

   

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