Comencemos con algunas experiencias y anécdotas de su vida…
Yo nací en el Perú, en la ciudad sureña de Arequipa, en un hogar evangélico. Asistí a una escuela que era dirigida por una misión evangélica, de manera que tuve la bendición de tener una formación cristiana tanto en el hogar como en la escuela. A ello debo mucho en términos de conocimiento de la Biblia, de mi familiaridad con el pueblo evangélico y mi cariño por él.
Después estudié en un colegio nacional y luego realicé mis estudios universitarios en San Marcos, en Lima, en las Facultades de Letras de la Educación. Tuve experiencias de enseñanza a nivel primario que yo considero una de las más gratas experiencias formativas, porque tratando de enseñar a niños uno aprende mucho sobre los secretos del arte de enseñar. Luego también enseñé en colegios de secundaria y, a partir del año 1959, comencé a trabajar todo el tiempo con la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos.
En los años de universidad tuvimos una gran militancia. Fundamos primero el Círculo Estudiantil Bautista, de vida muy breve y accidentada. Más adelante fundamos el Círculo Bíblico Universitario, que el Señor bendijo, porque creció en número y en influencia en esos días en que la obra estudiantil comenzaba, y pudimos capacitar gente de Ecuador y Bolivia, de manera que avanzó el testimonio estudiantil en la línea de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos. Ha sido lo que practiqué desde la universidad y a lo cual, con mi esposa Lilly, dediqué luego veintiséis años de vida, a partir del año 1959.
Hemos vivido en diferentes países y por diferentes razones. A partir del año 1960 fuimos a vivir y trabajar en Córdoba, Argentina, donde estaba ubicada la editorial de la Comunidad, Ediciones Certeza. Allí nació y murió Samuelito, nuestro primer hijo. Eso fue también un período formativo. El director de Ediciones Certeza, Don Alejandro Clifford, fue uno de los mejores periodistas que ha tenido el pueblo evangélico. Para mí fue un padre adoptivo, un mentor espiritual y un maestro.
Luego pasamos a vivir en São Paulo, Brasil, por un año y medio, y allí nació nuestra hija Lilly Ester. Regresé a la Argentina. En 1966 pasé un año en España y volví a Córdoba en 1967. Allí, al año siguiente, nació nuestro hijo Alejandro. Luego, entre 1972 y 1975, serví tres años en Canadá como Director de InterVarsity. Es decir, estuvimos siempre ocupados en tareas de la obra estudiantil. Realicé mis cursos doctorales en España y varios años después defendí mi tesis y me gradué en la Universidad Complutense de Madrid.
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¿Cuáles considera que han sido hitos sobresalientes en su vida?
Bueno, siempre hay momentos decisivos. Me parece que un momento muy importante fue el de mi conversión consciente cuando entré a la universidad, y me di cuenta de que tenía que tomar en serio mi fe. Porque había allí muchas militancias, y la que más me desafiaba era la militancia de los universitarios marxistas. Ahí tuve que definirme como discípulo de Cristo, y eso fue muy importante, porque me bauticé en la Iglesia Bautista Ebenezer y a partir de allí sentí que conscientemente pertenecía al pueblo de Dios. En esa iglesia conocí a mi esposa, nos casamos, fui en algún momento pastor y continúo como miembro.
Creo que el contacto con personas de otras denominaciones en el grupo estudiantil fue también importante. En 1958 conocí a René Padilla, que hacía una gira por América Latina. Varios grupos de estudiantes habíamos organizado un congreso de estudiantes evangélicos de 17 países latinoamericanos en Cochabamba, Bolivia, al cual René pudo asistir. Fue un encuentro decisivo: los allí presentes compartimos una visión común, nuestra, autóctona. Allí surgió la idea de la revista Certeza y un plan estratégico para capacitar evangélicos en el continente.
No olvido mi primera visita a Europa en 1959, y algo que me pasó en la Iglesia “All Souls”, donde era pastor John Stott, cuyo libro Cristianismo básico había leído con entusiasmo. Era una congregación muy evangélica dentro de la Iglesia anglicana, pero para mí como bautista, el ritual resultaba sospechosamente parecido al de la Iglesia católica. Así empecé mi aprendizaje sobre la riqueza de la tradición anglicana y los vericuetos de la historia de la iglesia. También fue una experiencia nueva y muy rica la de descubrir Europa. Conocer a personas como John Stott, Martin Lloyd-Jones, Oliver Barclay, líderes de la obra estudiantil británica llamada InterVarsity, fue también muy importante.
He olvidado decir que cuando yo tenía 17 años asistí al Congreso Mundial de Juventud Bautista en Río de Janeiro, representando a la juventud Bautista del Perú. Ya aquella experiencia en 1953 fue tremenda. Por ejemplo, todavía recuerdo los estudios bíblicos que dio Culbert Rutenberg, quien era entonces profesor en el Seminario Bautista del Este, la institución donde yo pasé a enseñar treinta y dos años después, en 1985. Estas experiencias con gente joven de todo el mundo han sido decisivas.
Sin duda, casarme fue una experiencia muy importante. Doy siempre gracias a Dios por mi esposa, fiel compañera. Ella ha sido quien ha mantenido la vida cristiana en el hogar. Muchas veces hizo de padre y madre, y si mis hijos ahora conocen al Señor y son algo, es gracias a Lilly, a su fidelidad, paciencia y firmeza aún en la adversidad, a lo largo de estos años.
Creo que también el Congreso Mundial de Evangelización en Berlín en 1966 fue muy importante. En esa época yo estaba en España, y para mí la experiencia en la Madre Patria fue todo un descubrimiento de mi propio trasfondo. Me di cuenta de lo mucho que tenemos de españoles los latinoamericanos. A nosotros la educación histórica liberal nos ha hecho muy críticos de España, pero en realidad somos muy españoles, más de lo que aceptamos.
Después viene el Congreso de Bogotá en 1969, donde muchas cosas que habíamos aprendido en la obra estudiantil las volcamos en una famosa ponencia que tuvo una acogida sorprendente. A partir de allí, la noción de una misión integral es una cosa que ha guiado nuestra acción y reflexión. En 1970 fundamos la Fraternidad Teológica Latinoamericana, y luego en 1974 participamos en los comienzos del Movimiento de Lausana.
Todos estos han sido hitos muy importantes, pero quiero señalar uno más. Un día me di cuenta súbitamente de que mis hijos ya pensaban por cuenta propia, que buscaban su propio camino y su propia comprensión de la fe. Así llegó el día en que empecé a aprender conscientemente de ellos. Lilly Ester se doctoró en Literatura Hispanoamericana y Alejandro tiene una Maestría en Economía Agrícola. Me obligan a andar despierto.
¿Cuáles han sido sus mayores satisfacciones como teólogo?
Bueno, siempre tengo cierto temor y temblor de llamarme “teólogo”. Pienso que soy un estudioso de la teología. No quiero aparecer como alguien que ha hecho un aporte nuevo u original o que ha producido una obra sistemática notable. Pero, por otro lado, creo que todo cristiano es teólogo en el sentido de que piensa su fe. Todos nos vemos forzados a pensar en nuestra fe. Eso me pasó a mí en la universidad: me vi forzado a articular mi fe, una apologética, una evangelización que exigía claridad y pasión, y creo que esa ha sido la fuente de mi reflexión teológica.
Yo creo que la mayor satisfacción es saber que la teología puede ser una ayuda pastoral para personas que estén enfrentando situaciones críticas, especialmente a la gente joven que enfrenta problemas de vocación, de fe, de testimonio, de decisiones importantes. Ahí es donde uno ve la teología en acción.
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Mi satisfacción ha sido ver que la teología evangélica tiene recursos para responder a esas situaciones y ver luego cómo una generación nueva, en lugares como la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos o la Fraternidad Teológica Latinoamericana, ha trabajado sobre la base de lo que nosotros hicimos y está explorando caminos nuevos. Esa satisfacción de ver personas que uno ha conocido como estudiantes, cuando se iniciaban, y que ahora están activos como líderes denominacionales, como profesionales influyentes, como pastores y misioneros, esa es una satisfacción realmente tremenda.
Lo otro es la iglesia: siempre he sido parte de una iglesia local, y aunque siempre fui laico, en 1979, durante CLADE II, mi iglesia pidió mi ordenación y tuve la alegría de tener presentes en el acto a varios de los compañeros de la Fraternidad. La iglesia local siempre ha sido el lugar donde he experimentado el calor, el ánimo y la corrección de la comunidad de fe. De modo que creo yo que vemos a la teología en acción en esos lugares, como también en las fronteras de la evangelización y el testimonio.
¿A qué se debe que en América Latina la reflexión teológica no reciba mucha atención todavía?
En parte creo que se debe a un prejuicio anti-intelectual de parte de algunas de las personas que son líderes evangélicos entusiastas y, digamos, de renombre. Hay algunos que manifiestan a veces una actitud negativa, sospechan de la teología, tienen temor de que la reflexión mate la experiencia. Pero aquellos que aprendimos a dar testimonio de nuestra fe en medio de ideologías opuestas, sabemos cuán importante es la reflexión y la tarea intelectual del cristiano.
Otro factor es que en el mundo evangélico se valora mucho el activismo. Hay iglesias que crecen, las necesidades son grandes, todos nos multiplicamos para ayudar, y el problema es que eso lleva a un activismo en el cual no hay tiempo para reflexionar, para mirar las cosas con perspectiva bíblica e histórica. La teología demanda reflexión, es fundamentalmente reflexión sobre la acción, pero no hay tiempo para reflexionar.
Creo también que el ambiente evangélico a veces empuja a la mediocridad. Uno hace algo con sentido de urgencia, a la gente le gusta, lo aplaude. La tentación entonces es quedarse allí, no se prosigue a trabajar para mejorar textos, profundizar cuestiones, pulir la expresión. No hay demandas y exigencias de rigor. A mí me parece que varias de estas cosas han militado contra la posibilidad de tener una teología evangélica sólida.
En Lausana 74, donde usted tuvo una participación importante con una ponencia y también en la redacción del “Pacto de Lausana”, ¿qué cambios fundamentales ve en los evangélicos en América Latina desde esa época?
Un cambio importante que he visto es que, salvo sectores demasiado cerrados, en los ámbitos evangélicos ya no hace falta probar ni discutir mucho en general acerca de una misión que debe ser integral. Hay una cantidad de proyectos de ayuda social y servicio de todo tipo que son el resultado de la toma de conciencia que significó Lausana.
Ahora bien, lamentablemente después de Lausana hubo una división entre quienes buscaban un activismo muy pragmático —dirigido sobre todo al crecimiento numérico de la iglesia— y quienes queríamos un crecimiento más integral. No se pudo mantener un trabajo común, sino que hubo una división, y el movimiento de Lausana casi cayó completamente en manos del grupo más activista, representado por la escuela de iglecrecimiento y por los que siguen esa línea en América Latina.
En la reunión de Pattaya en 1980, un sector de latinoamericanos se radicalizó hacia una postura conservadora y anti-ecuménica muy cerrada, y allí surgió CONELA. Me parece que eso también tuvo su efecto, impidiendo que llegase a ser realidad toda la posibilidad del movimiento de Lausana.
Sin embargo, podemos decir que ha habido cosas positivas: que se ha avanzado en la reflexión, que se han producido trabajos en el espíritu de Lausana, y que hemos podido combinar, por un lado, el celo evangelizador y misionero, y por otro, la seriedad teológica y el espíritu de servicio a las necesidades sociales. Así que hay una generación que ya se ha preparado en ese sentido. Hemos visto a esa generación nueva actuando en el CLADE II (1979) y luego el CLADE III (1992). Quiere decir que va a seguir esta visión de misión integral y esta reflexión evangélica, y eso es muy satisfactorio.
¿Cuáles cree usted que son los aspectos más débiles del pueblo evangélico en América Latina?
Bueno, yo creo que el primer aspecto débil es la fragmentación, y eso está en nuestro origen misionero. Mientras que la Iglesia Católica siempre ve como objeto de la misión el establecimiento de la Iglesia como institución, nosotros vemos la misión como la conversión de personas individuales. De allí derivan el individualismo y la fragmentación. Creo que es el principal defecto.
Hay otros que están vinculados con eso. Por ejemplo, siempre actuamos como reacción en contra de la Iglesia Católica; nos vemos como la parte contraria. La tendencia es no ver todos los valores y potencialidades del protestantismo en sí mismo, porque siempre lo estamos juzgando en contraste con la Iglesia Católica. Es nuestra problemática de ser una minoría, y creo que no hemos tomado suficientemente en cuenta los desafíos misioneros en general que están aquí en nuestra sociedad. Si los tomáramos en cuenta, tendríamos que reconocer que el catolicismo ha hecho algunos aportes interesantes.
Ya mencioné el problema del activismo versus la reflexión. Los medios evangélicos de comunicación masiva están muy dominados por empresas misioneras extranjeras que imponen un ritmo de activismo muy norteamericano, sin lugar para la reflexión. Con los cambios en la sociedad latinoamericana, determinados por el eclipse del marxismo, el resurgimiento de la religiosidad, el hedonismo consumista y el pluralismo religioso, nuestras iglesias necesitan desarrollar una pastoral evangélica renovada.
Por eso la reflexión resulta indispensable, pero se nos empuja a adoptar modelos norteamericanos, los cuales en muchos casos son en sí mismos mediocres e inútiles. Han crecido las iglesias latinoamericanas, pero en áreas como la familia, la juventud, los medios de comunicación, la relación con el Estado y con otras iglesias, se sigue traduciendo libros, inundando el mercado con videos del fundamentalismo norteamericano e imponiéndonos causas y programas que no tienen que ver con nuestra realidad.
¿Para usted, cuál es la misión de la Iglesia en América Latina hoy?
La misión de la Iglesia, creo yo, básicamente se define en términos de ser el pueblo de Dios, cuya presencia es ya una alternativa en la sociedad. La Iglesia tiene que ser la comunidad que proclama la Palabra, ser el ámbito en que se vive la Palabra, ser una señal del Reino de Dios que anticipa lo que todavía no existe, que está en la revelación pero que nosotros no alcanzamos a ver, aunque estamos en camino hacia ello.
Tiene que ser un lugar donde se experimenta, especialmente en nuestro tiempo, un sentido de comunidad alimentado por la fe en Cristo y por el amor de Cristo. Siendo todo eso, también debe ser la Iglesia un factor de transformación social.
¿Cuál debe ser la relación de los evangélicos con la Iglesia Católica en estos tiempos de crisis del ecumenismo? Frente a lo que está pasando en la Iglesia Católica, ¿cuál debe ser nuestro papel?
Creo que el crecimiento protestante de los últimos años, particularmente el crecimiento de las iglesias de tipo más evangélico y popular, es un hecho notable gracias al cual nosotros podemos hoy hablar desde una postura menos defensiva. De eso nos tenemos que dar cuenta: ya nuestras sociedades latinoamericanas, por su propia evolución, se han vuelto más pluralistas en lo religioso, y lentamente la Iglesia Católica tiene que reconocer ese hecho.
Lo que entonces tenemos que plantearnos es cómo vivir en una sociedad pluralista, donde la Iglesia Católica va a ser una iglesia entre otras. Entonces vamos a darnos cuenta de una segunda cuestión, y es que mucha gente se ha venido a nuestras iglesias no tanto porque nuestro mensaje les haya convencido, sino porque hay una crisis pastoral en la Iglesia Católica. Tienen escasez de sacerdotes, no pueden movilizar a sus laicos, y nuestras iglesias ofrecen mejores alternativas.
Darnos cuenta de esto nos ayudará a enfrentar los nuevos problemas pastorales que se nos presentan a nosotros, porque tenemos que reconocer que ahora hay nuevas iglesias carismáticas y nuevas denominaciones populares que llevan a la gente de las iglesias evangélicas por la misma razón: por la falta de apertura y de flexibilidad pastoral. Me parece importante tomar conciencia de ese hecho, desde una postura de iglesias que ya pueden hablar de sí mismas con mayor madurez.
También necesitamos una constante autocrítica, pero una autocrítica que no sea destructiva. Parte del problema con algunos de los que han escrito sobre el protestantismo desde el punto de vista de la Teología de la Liberación, de CEHILA y grupos similares, es que hablan desde afuera, critican al pueblo evangélico y lo miran desde afuera. Necesitamos una crítica que sea honesta pero hecha con amor, desde adentro, con todos los recursos de la ciencia histórico-social, pero partiendo de convicciones misioneras sobre la existencia de la Iglesia.
Creo que se impone como nunca un redescubrimiento de la necesidad de confiar en el Espíritu Santo y de explorar todo lo que significa la doctrina del Espíritu Santo en términos pastorales y misioneros.
Creo que la gran contribución de los años 60, 70 y 80 fue la cristología. Como latinoamericanos evangélicos hicimos un tremendo trabajo cristológico que todavía no está sistematizado, pero que está ahí. Ahora creo que el desafío es ver hacia dónde nos lleva el Espíritu Santo y cómo podemos comprender, discernir esa acción. Eso también vale en relación con los católicos.
¿Un último mensaje?
Creo que entramos en un siglo en el cual va a ser más difícil ser creyente, y que por eso mismo hay un desafío a que nuestros hogares e iglesias recuperen el vigor espiritual. Vamos a tener desafíos tremendos, y eso no nos debe asustar, sino más bien hacernos recurrir al Señor, que es la fuente de nuestra fuerza y de nuestra pertinencia. Sobre el autor:
Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.
Mi satisfacción ha sido ver que la teología evangélica tiene recursos para responder a esas situaciones y ver luego cómo una generación nueva, en lugares como la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos o la Fraternidad Teológica Latinoamericana, ha trabajado sobre la base de lo que nosotros hicimos y está explorando caminos nuevos. Esa satisfacción de ver personas que uno ha conocido como estudiantes, cuando se iniciaban, y que ahora están activos como líderes denominacionales, como profesionales influyentes, como pastores y misioneros, esa es una satisfacción realmente tremenda.
Lo otro es la iglesia: siempre he sido parte de una iglesia local, y aunque siempre fui laico, en 1979, durante CLADE II, mi iglesia pidió mi ordenación y tuve la alegría de tener presentes en el acto a varios de los compañeros de la Fraternidad. La iglesia local siempre ha sido el lugar donde he experimentado el calor, el ánimo y la corrección de la comunidad de fe. De modo que creo yo que vemos a la teología en acción en esos lugares, como también en las fronteras de la evangelización y el testimonio.
¿A qué se debe que en América Latina la reflexión teológica no reciba mucha atención todavía?
En parte creo que se debe a un prejuicio anti-intelectual de parte de algunas de las personas que son líderes evangélicos entusiastas y, digamos, de renombre. Hay algunos que manifiestan a veces una actitud negativa, sospechan de la teología, tienen temor de que la reflexión mate la experiencia. Pero aquellos que aprendimos a dar testimonio de nuestra fe en medio de ideologías opuestas, sabemos cuán importante es la reflexión y la tarea intelectual del cristiano.
Otro factor es que en el mundo evangélico se valora mucho el activismo. Hay iglesias que crecen, las necesidades son grandes, todos nos multiplicamos para ayudar, y el problema es que eso lleva a un activismo en el cual no hay tiempo para reflexionar, para mirar las cosas con perspectiva bíblica e histórica. La teología demanda reflexión, es fundamentalmente reflexión sobre la acción, pero no hay tiempo para reflexionar.
Creo también que el ambiente evangélico a veces empuja a la mediocridad. Uno hace algo con sentido de urgencia, a la gente le gusta, lo aplaude. La tentación entonces es quedarse allí, no se prosigue a trabajar para mejorar textos, profundizar cuestiones, pulir la expresión. No hay demandas y exigencias de rigor. A mí me parece que varias de estas cosas han militado contra la posibilidad de tener una teología evangélica sólida.
En Lausana 74, donde usted tuvo una participación importante con una ponencia y también en la redacción del “Pacto de Lausana”, ¿qué cambios fundamentales ve en los evangélicos en América Latina desde esa época?
Un cambio importante que he visto es que, salvo sectores demasiado cerrados, en los ámbitos evangélicos ya no hace falta probar ni discutir mucho en general acerca de una misión que debe ser integral. Hay una cantidad de proyectos de ayuda social y servicio de todo tipo que son el resultado de la toma de conciencia que significó Lausana.
Ahora bien, lamentablemente después de Lausana hubo una división entre quienes buscaban un activismo muy pragmático —dirigido sobre todo al crecimiento numérico de la iglesia— y quienes queríamos un crecimiento más integral. No se pudo mantener un trabajo común, sino que hubo una división, y el movimiento de Lausana casi cayó completamente en manos del grupo más activista, representado por la escuela de iglecrecimiento y por los que siguen esa línea en América Latina.
En la reunión de Pattaya en 1980, un sector de latinoamericanos se radicalizó hacia una postura conservadora y anti-ecuménica muy cerrada, y allí surgió CONELA. Me parece que eso también tuvo su efecto, impidiendo que llegase a ser realidad toda la posibilidad del movimiento de Lausana.
Sin embargo, podemos decir que ha habido cosas positivas: que se ha avanzado en la reflexión, que se han producido trabajos en el espíritu de Lausana, y que hemos podido combinar, por un lado, el celo evangelizador y misionero, y por otro, la seriedad teológica y el espíritu de servicio a las necesidades sociales. Así que hay una generación que ya se ha preparado en ese sentido. Hemos visto a esa generación nueva actuando en el CLADE II (1979) y luego el CLADE III (1992). Quiere decir que va a seguir esta visión de misión integral y esta reflexión evangélica, y eso es muy satisfactorio.
¿Cuáles cree usted que son los aspectos más débiles del pueblo evangélico en América Latina?
Bueno, yo creo que el primer aspecto débil es la fragmentación, y eso está en nuestro origen misionero. Mientras que la Iglesia Católica siempre ve como objeto de la misión el establecimiento de la Iglesia como institución, nosotros vemos la misión como la conversión de personas individuales. De allí derivan el individualismo y la fragmentación. Creo que es el principal defecto.
Hay otros que están vinculados con eso. Por ejemplo, siempre actuamos como reacción en contra de la Iglesia Católica; nos vemos como la parte contraria. La tendencia es no ver todos los valores y potencialidades del protestantismo en sí mismo, porque siempre lo estamos juzgando en contraste con la Iglesia Católica. Es nuestra problemática de ser una minoría, y creo que no hemos tomado suficientemente en cuenta los desafíos misioneros en general que están aquí en nuestra sociedad. Si los tomáramos en cuenta, tendríamos que reconocer que el catolicismo ha hecho algunos aportes interesantes.
Ya mencioné el problema del activismo versus la reflexión. Los medios evangélicos de comunicación masiva están muy dominados por empresas misioneras extranjeras que imponen un ritmo de activismo muy norteamericano, sin lugar para la reflexión. Con los cambios en la sociedad latinoamericana, determinados por el eclipse del marxismo, el resurgimiento de la religiosidad, el hedonismo consumista y el pluralismo religioso, nuestras iglesias necesitan desarrollar una pastoral evangélica renovada.
Por eso la reflexión resulta indispensable, pero se nos empuja a adoptar modelos norteamericanos, los cuales en muchos casos son en sí mismos mediocres e inútiles. Han crecido las iglesias latinoamericanas, pero en áreas como la familia, la juventud, los medios de comunicación, la relación con el Estado y con otras iglesias, se sigue traduciendo libros, inundando el mercado con videos del fundamentalismo norteamericano e imponiéndonos causas y programas que no tienen que ver con nuestra realidad.
¿Para usted, cuál es la misión de la Iglesia en América Latina hoy?
La misión de la Iglesia, creo yo, básicamente se define en términos de ser el pueblo de Dios, cuya presencia es ya una alternativa en la sociedad. La Iglesia tiene que ser la comunidad que proclama la Palabra, ser el ámbito en que se vive la Palabra, ser una señal del Reino de Dios que anticipa lo que todavía no existe, que está en la revelación pero que nosotros no alcanzamos a ver, aunque estamos en camino hacia ello.
Tiene que ser un lugar donde se experimenta, especialmente en nuestro tiempo, un sentido de comunidad alimentado por la fe en Cristo y por el amor de Cristo. Siendo todo eso, también debe ser la Iglesia un factor de transformación social.
¿Cuál debe ser la relación de los evangélicos con la Iglesia Católica en estos tiempos de crisis del ecumenismo? Frente a lo que está pasando en la Iglesia Católica, ¿cuál debe ser nuestro papel?
Creo que el crecimiento protestante de los últimos años, particularmente el crecimiento de las iglesias de tipo más evangélico y popular, es un hecho notable gracias al cual nosotros podemos hoy hablar desde una postura menos defensiva. De eso nos tenemos que dar cuenta: ya nuestras sociedades latinoamericanas, por su propia evolución, se han vuelto más pluralistas en lo religioso, y lentamente la Iglesia Católica tiene que reconocer ese hecho.
Lo que entonces tenemos que plantearnos es cómo vivir en una sociedad pluralista, donde la Iglesia Católica va a ser una iglesia entre otras. Entonces vamos a darnos cuenta de una segunda cuestión, y es que mucha gente se ha venido a nuestras iglesias no tanto porque nuestro mensaje les haya convencido, sino porque hay una crisis pastoral en la Iglesia Católica. Tienen escasez de sacerdotes, no pueden movilizar a sus laicos, y nuestras iglesias ofrecen mejores alternativas.
Darnos cuenta de esto nos ayudará a enfrentar los nuevos problemas pastorales que se nos presentan a nosotros, porque tenemos que reconocer que ahora hay nuevas iglesias carismáticas y nuevas denominaciones populares que llevan a la gente de las iglesias evangélicas por la misma razón: por la falta de apertura y de flexibilidad pastoral. Me parece importante tomar conciencia de ese hecho, desde una postura de iglesias que ya pueden hablar de sí mismas con mayor madurez.
También necesitamos una constante autocrítica, pero una autocrítica que no sea destructiva. Parte del problema con algunos de los que han escrito sobre el protestantismo desde el punto de vista de la Teología de la Liberación, de CEHILA y grupos similares, es que hablan desde afuera, critican al pueblo evangélico y lo miran desde afuera. Necesitamos una crítica que sea honesta pero hecha con amor, desde adentro, con todos los recursos de la ciencia histórico-social, pero partiendo de convicciones misioneras sobre la existencia de la Iglesia.
Creo que se impone como nunca un redescubrimiento de la necesidad de confiar en el Espíritu Santo y de explorar todo lo que significa la doctrina del Espíritu Santo en términos pastorales y misioneros.
Creo que la gran contribución de los años 60, 70 y 80 fue la cristología. Como latinoamericanos evangélicos hicimos un tremendo trabajo cristológico que todavía no está sistematizado, pero que está ahí. Ahora creo que el desafío es ver hacia dónde nos lleva el Espíritu Santo y cómo podemos comprender, discernir esa acción. Eso también vale en relación con los católicos.
¿Un último mensaje?
Creo que entramos en un siglo en el cual va a ser más difícil ser creyente, y que por eso mismo hay un desafío a que nuestros hogares e iglesias recuperen el vigor espiritual. Vamos a tener desafíos tremendos, y eso no nos debe asustar, sino más bien hacernos recurrir al Señor, que es la fuente de nuestra fuerza y de nuestra pertinencia. Sobre el autor:

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