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martes, 17 de junio de 2025

Hablar de Dios después de Gaza: nuevo giro para la teología | Por Harold Segura


Hablar de Dios después de Gaza

“Después de Auschwitz, no se puede hablar de Dios como antes”. Con esta frase, Dorothee Sölle (1929-2003) capturó el desconcierto teológico que marcó la segunda mitad del siglo XX.(1) El Holocausto no solo estremeció a Europa y al mundo, sino que desgarró las certezas de la fe judeocristiana. La imagen de un Dios todopoderoso, bondadoso y presente en la historia fue cuestionada por la magnitud del mal, por la aparente ausencia divina ante el sufrimiento de millones, y por el silencio o la complicidad de muchas iglesias. La Shoá no fue solamente una tragedia humana; fue también una crisis teológica. Hablar de Dios después de Auschwitz exigió nuevos lenguajes, nuevas preguntas y una dolorosa autocrítica. A ese grito por una nueva teología después del holocausto se unieron Jürgen Moltmann, Johann Baptist Metz y otros teólogos y teólogas de la época.

Hoy, a mi juicio, estamos frente a otro quiebre teológico de proporciones similares: Gaza. Desde octubre de 2023, la Franja de Gaza ha sido escenario de una ofensiva militar devastadora. Más de 50 mil personas han muerto, la mayoría de ellas civiles, incluyendo miles de niños y niñas. Hospitales bombardeados, escuelas convertidas en ruinas, familias enteras desaparecidas bajo los escombros. No se trata de cifras. Se trata de vidas humanas. Se trata del escándalo de un sufrimiento que interpela no solo a la política internacional, sino también a la conciencia ética y teológica de nuestras comunidades creyentes.

La relatora especial de la ONU para los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, afirmó que “Gaza es el último clavo sobre el ataúd de los derechos humanos”. Esa frase, por sí sola, debería encender todas las alarmas morales. Pero a mí me ha provocado una resonancia distinta: ¿No será también un clavo sobre el ataúd de ciertas teologías?

Teologías que fallan
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La teología no puede permanecer neutral cuando la vida está en juego. El sufrimiento extremo, como el que hoy ocurre en Gaza, revela los límites —y a veces los fracasos— de las teologías que han preferido callar, justificar o relativizar el dolor de las víctimas. Y en este conflicto ha habido víctimas a todos los lados de las fronteras.

Una teología que no es capaz de nombrar la injusticia, que elude la denuncia o que se acomoda a los poderes de este mundo, deja de ser buena noticia. Se convierte en ideología. En complicidad. En deshonra.

Ya lo había advertido Johann Baptist Metz, al decir que después de Auschwitz no era posible seguir haciendo teología como si nada hubiese pasado. Propuso una “memoria passionis”, una teología marcada por la memoria del sufrimiento.(2) Y es precisamente eso lo que necesitamos hoy: una teología de la compasión activa, que se atreva a leer los signos del tiempo desde la cruz de los crucificados, y no desde los tronos del poder religioso o político.

¿De qué Dios estamos hablando?

Frente a la tragedia de Gaza, surgen preguntas incómodas, necesarias, urgentes:

  • ¿De qué Dios hablamos cuando callamos ante el sufrimiento masivo?
  • ¿Puede una teología seguir siendo cristiana si no toma partido por la vida?
  • ¿Qué imagen de Dios sostenemos cuando no denunciamos el dolor de los inocentes?
  • ¿Hasta dónde puede llegar una espiritualidad sin ternura ni indignación?

Estas preguntas no son abstractas. Tienen consecuencias. La manera como hablamos de Dios moldea nuestras prácticas, nuestras prioridades y nuestras omisiones. Si Dios es concebido como un ser indiferente al dolor humano, entonces cualquier atrocidad puede justificarse en su nombre. Si Dios es identificado exclusivamente con un pueblo, una bandera o un ejército, entonces cualquier otra vida se vuelve sacrificable.

Pero si Dios es, como afirma el Evangelio, amor encarnado, compasión en movimiento, ternura activa, entonces nuestra teología no puede permanecer en la seguridad de los libros ni en la comodidad de los púlpitos. Tiene que arrodillarse ante las ruinas, llorar con las víctimas, y alzar la voz por aquellos que ya no la tienen.

Gaza, una herida en la teología

No estoy diciendo que Gaza sea igual a Auschwitz. Cada tragedia tiene su singularidad histórica y política. Pero sí afirmo que Gaza, como antes lo fue Auschwitz, se convierte en una herida abierta en el cuerpo de la teología. Una herida que no puede ser ignorada, que reclama una respuesta, que exige una conversión.

No es posible seguir hablando de Dios en los mismos términos cuando miles de niños son sepultados sin nombre. No es posible seguir citando pasajes bíblicos sobre justicia y paz mientras se justifica el uso desproporcionado de la fuerza. No es posible predicar un Evangelio de amor si no nos conmueven las madres que buscan a sus hijos entre las ruinas. Peor, aún, resulta inaceptable avalar tantas muertes con textos bíblicos descontextualizados y manipulados al antojo de sus propios intérpretes apocalípticos.

Hacia una teología del rostro humano

Tal vez el desafío teológico de nuestro tiempo sea este: recuperar el rostro humano como lugar de revelación divina. El sufrimiento de los demás, sean de donde sean, como lugar de revelación (locus theologicus). Lugar desde el cual escuchamos el lamento del corazón del Señor y nos movilizamos hacia la justicia de su Reino de misericordia y compasión. Ver en cada niño y niña heridos, en cada cuerpo sin vida, en cada mirada perdida, el rostro de Cristo crucificado. Y, desde allí, repensar nuestra forma de hablar de Dios, de hacer iglesia, de vivir la fe.

Gaza nos confronta. Nos llama. Nos desnuda. Y nos obliga, una vez más, a preguntarnos: ¿qué significa creer en Dios en un mundo que sangra? Bob Pierce (1914-1978), fundador de World Vision International, oraba así: “Que mi corazón se quebrante por las cosas que quebrantan el corazón de Dios”. Esta es también mi oración.

Referencias: 

(1) Cf. Dorothee Sölle, The Silent Cry: Mysticism and Resistance, Minneapolis, Fortrees Press, 2001.
(2) Cf. Johann Baptist Metz, Memoria passionis: Una evocación provocadora en una sociedad pluralista, Barcelona, Sal Terrae, 2007.

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Sobre el autor:

El pastor y teólogo Harold Segura es colombiano, radicado en Costa Rica. Director de Fe y Desarrollo de World Vision en América Latina y El Caribe y autor de varios libros. Anteriormente fue Rector del Seminario Teológico Bautista Internacional de Colombia.

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