«Antes fuimos tiernos entre vosotros,
como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos»
(1 Tes 2:7)
A partir de esta verdad se ha construido una teología centrada en los milagros poderosos, en la predicación prodigiosa, en el liderazgo vigoroso y en formas de gobierno eclesiástico «enérgicas» (por decir lo menos). No hablo aquí de las diversas versiones del movimiento pentecostal clásico al cual admiro y respeto. Hablo de las mil y una versiones del cristianismo de nuestro siglo (católicas y evangélicas) que, reconociendo que el Espíritu otorga poder, se han apropiado de esa realidad para tornarse en poderosos a su propia manera.
Hijos de esta expresión (¿degeneración?) del poder del Espíritu son, entre otros, el caudillismo político evangélico y el clericalismo eclesiástico (insignes profetas y apóstoles). Bajo la sombra del poder se ha ocultado el «poderoso» demonio del egoísmo y la ambición.
He vuelto a leer el otro texto pentecostal, el de Gálatas 5:22, donde se nos presenta el fruto del Espíritu. ¡Pobre de este versículo! Quedó en el sótano de nuestra «fe poderosa» doblegado tras la fuerza admirable de los portentos y maravillas. Enseñaba Pablo que el Espíritu produce «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza». Y me detuve en la menos considerada de estas expresiones del Espíritu: la benignidad, para descubrir que su mejor traducción es dulzura o ternura. Confieso que me significa un descubrimiento admirable.
Pero esa dulzura, bien sabemos, ha quedado al margen de las virtudes anheladas ante la competencia de otras virtudes más efectivas e impactantes (términos estos del lenguaje mercantil cristiano). Se prefiere pedir a Dios que nos haga poderosos antes de tiernos. Cuando es la ternura la que mejor expresa el poder de Dios. ¡He ahí la paradoja! Es la dulzura la capacidad que mejor expresa la grandeza de Dios, como la ternura su poder.
Soñar con una iglesia más tierna, con cristianos más dulces y con dirigentes más llenos de cariño, es volver a soñar con la utopía del Reino, donde Dios también es madre que abraza y amamanta a sus hijos, los mima con ternura y los entretiene entre sus piernas (Is 66:12-13).
Sobre el autor:
El pastor y teólogo Harold Segura es colombiano, radicado en Costa Rica. Director de Fe y Desarrollo de World Vision en América Latina y El Caribe y autor de varios libros. Anteriormente fue Rector del Seminario Teológico Bautista Internacional de Colombia.
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