Del credo a la misión: ¿Qué proclamamos cuando decimos “Creo”? | Por Bernabé - El Blog de Bernabé

Breaking

Home Top Ad

lunes, 16 de junio de 2025

Del credo a la misión: ¿Qué proclamamos cuando decimos “Creo”? | Por Bernabé

El “creo” que se dice y se vive

En semanas anteriores hemos recorrido un viaje: nos acercamos al evento fundacional con El Concilio de Nicea para dummies, profundizamos en la figura de Jesús con Nicea y la pregunta eterna, descubrimos en la comunión una alternativa viva a la uniformidad en Unidad sin uniformidad, y luego nos detuvimos a contemplar el Credo de Nicea como una fe puesta por escrito.

Pero nos falta algo: ¿qué pasa cuando el Credo no solo se recita, sino que se vive? ¿Qué ocurre cuando el “creo” no es apenas un asentimiento doctrinal, sino una confesión que nos lanza al mundo?

La respuesta no está en los mármoles antiguos ni en los ecos del pasado. Está aquí, en nuestras calles, en nuestras comunidades. Porque cada vez que una persona cristiana dice “creo”, está haciendo una declaración misionera. No solo está diciendo lo que piensa, está mostrando lo que espera, lo que ama y a quién sigue.

LEE LA SERIE DE ARTÍCULOS "EL ECO DE NICEA: UNA SERIE PARA NUESTRO TIEMPO"   

Confesar la fe, vivir la misión

Decir “Creo” —Credo— fue un acto profundamente subversivo en el siglo IV. Confesar a Jesucristo como “Señor” tenía implicaciones políticas y culturales. No era un gesto inocente. Era comprometerse con un estilo de vida diferente, con una ciudadanía alternativa.

Y lo sigue siendo. En un mundo donde abundan las creencias privadas y las convicciones líquidas, confesar públicamente la fe en el Dios trino, en la encarnación, en la comunión de los santos y en la vida eterna, es una forma de vivir la misión. Es participar en la obra de Dios. Como decía Samuel Escobar, “la misión surge del corazón de Dios y se manifiesta cuando su pueblo confiesa con hechos lo que cree con palabras”.

La Misión Integral, que ha marcado a tantas iglesias en América Latina, es una encarnación moderna de ese credo vivido: un Evangelio que se predica, sí, pero también se da de comer, se abraza, se levanta con dignidad y justicia.

“Creo” como verbo misionero

El verbo latino Credo —“yo creo”— no es pasivo. Es activo, en primera persona, y presente. No se dice “creí” ni “creeré”, sino “creo”. Es una afirmación que se renueva constantemente, en cada generación y en cada contexto.

Decir “creo” no es solo adherirse a una lista de doctrinas. Es declarar en voz alta a quién pertenezco y hacia dónde me dirijo. Es declarar un horizonte.

Y aunque el verbo sea singular —“yo creo”—, siempre lo decimos en comunidad. Nos une la misma fe, aunque la vivamos desde nuestras particularidades. La proclamación se hace en voz alta, pero no en solitario. Así, el “creo” se vuelve misión, porque me involucra en una comunidad enviada al mundo.

Del concilio a la calle: la fe no se encierra
CONSIGUE ESTE LIBRO
AQUÍ


Nicea redactó un Credo, pero no para archivarlo, sino para proclamarlo. Esa confesión, nacida de un conflicto teológico, se transformó en un instrumento de unidad, de identidad y de misión.

Lo que afirmamos sobre Cristo —su divinidad, su humanidad, su encarnación, muerte y resurrección— no es un catálogo de ideas abstractas. Son afirmaciones que deben transformar nuestra forma de mirar la historia, de construir comunidad, de actuar frente al sufrimiento humano.

En palabras de David Bosch, “la misión no es una actividad de la Iglesia, sino el resultado de la presencia del Dios trino que actúa en el mundo”. Y el Credo es una manera de nombrar esa presencia. Una brújula que nos orienta en medio de tantas voces que dicen “cree esto” o “cree aquello”.

Por eso, el Credo no puede quedarse en las paredes de nuestros templos ni en los libros litúrgicos. Debe bajar a las calles, a los barrios, a los mercados, a las luchas por justicia, paz y dignidad. Porque creer en el Dios de Jesús es comprometerse con su causa.

Una fe que no se explica, se extingue

El Credo, lejos de ser un muro doctrinal infranqueable, ha sido durante siglos un recurso pedagógico y misionero. En muchas tradiciones cristianas ha sido el primer contacto con la fe para niños, catecúmenos o nuevos creyentes. Y todavía hoy, sigue siendo una brújula.

Distintas voces contemporáneas han intentado explicar el Credo con palabras sencillas y tono cercano, mostrando que no es una cárcel de ideas sino un camino de sentido. Algo que se explica con el corazón, no solo con la mente.

Creer no es repetir fórmulas vacías, sino asumir una historia viva. Y esa historia no se defiende con armas, se transmite con palabras. Palabras encarnadas. Como las de aquellos primeros cristianos que, enfrentando la confusión de su tiempo, se atrevieron a decir con claridad: Creo en un solo Dios…

El “creo” como acto subversivo

En un tiempo donde todo se relativiza, donde el mercado vende espiritualidades a medida y donde creer parece ingenuo, el “creo” cristiano es un acto de resistencia. Una declaración que nos sitúa en una historia más grande, con un Dios que nos llama, con un Cristo que nos envía, y con un Espíritu que nos da poder.

Confesar la fe no es encerrarse en una ortodoxia estéril, sino abrirse a una misión transformadora.

Decir “Creo” es decir también:

Estoy contigo, Jesús.
Estoy con tu causa.
Estoy con los tuyos.


Referencias:

ÚNETE A NUESTROS CANALES EN:

Telegram WhatsApp
Sobre el autor: 

¡Hola! Soy Bernabé, tu anfitrión en "El Blog de Bernabé", un espacio dedicado a profundizar en teología, fe, misión integral y espiritualidad. Aquí, junto a un grupo de amigos y amigas, compartimos reflexiones, inspiración y diálogo espiritual. Te invito a ser parte de nuestra comunidad, donde exploramos y reflexionamos juntos. Mi propósito es difundir ideas y perspectivas cristianas, espirituales y teológicas originadas en Latinoamérica y el Caribe.

¿ALGO QUE DECIR? COMENTA ESTE ARTÍCULO MÁS ABAJO CON FACEBOOK, BLOGGER O DISQUS

No hay comentarios.:

Publicar un comentario