¿Qué se pone en juego con Venezuela? | Por Nicolás Panotto - El Blog de Bernabé

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domingo, 4 de agosto de 2024

¿Qué se pone en juego con Venezuela? | Por Nicolás Panotto

¿Qué más debe pasar en Venezuela para reconozcamos que el oficialismo perdió hace muchísimo tiempo el derecho a llamarse una “fuerza revolucionaria? ¿Seguiremos evitando referir a la progresiva destrucción de la economía interna y el desgaste de los tejidos sociales, a la instrumentalización del aparato estatal, al deterioro de las instituciones democráticas, a la persecución que viven hace muchos años personas y organizaciones comprometidas con los derechos humanos por el simple hecho de ser opositoras (incluso identificadas con la izquierda y con un espíritu realmente socialista), a la seguidilla de procesos electorales precarios sin garantías mínimas? ¿Vamos a seguir echando la culpa a factores externos de intervencionismo (que no dudo que existen, como en toda la región, pero que distan de ser el origen del problema), evitando mirar el complejísimo y extenso conjunto de factores políticos internos que han promovido y enraizado la crisis actual? Las oleadas migratorias de venezolanos/as, de las cuales somos testigxs en los últimos 15 años, ¿responde a simple capricho por razones ideológicas, o son causadas por sufrimientos reales que se viven cotidianamente en el país? ¿Seguiremos sosteniendo que estas elecciones fueron limpias y dentro de los estándares esperados, cuando la CNE y la Corte Suprema vienen dando muestra hace mucho tiempo de su total parcialidad, además de la falta de transparencia en torno a las actas que nunca se presentaron y las irregularidades sobre la veeduría internacional, que hasta incluyó deportaciones arbitrarias? Es insostenible a esta altura del partido poner a Maduro como una pobre víctima del “imperialismo”, cuando hay sobrados ejemplos de su actuar autoritario y anti-democrático. De hecho, ¡menudo favor le estamos haciendo a las fuerzas coloniales el seguir exculpando este régimen!

¿Qué más debe pasar en Venezuela para que reconozcamos que es una “democracia” deficitaria, con un gobierno que instrumentaliza sus instituciones para controlar el poder? Y me atrevo a decir “democracia”, porque las instituciones y formalidades existen, aunque con fines absolutamente contrarios. Allí reside, para mí, la mayor preocupación en este contexto: que las instituciones y retóricas de la democracia sean manipuladas para justificar prácticas autoritarias y discursos de odio, totalmente opuestos al ideario que dicen representar. Venezuela es un caso más, dentro de varios que venimos viendo en toda la región, desde la izquierda a la derecha libertaria.

Ahora, ¿qué hacemos frente a este panorama? Los debates sobre la exigencia de prácticas democráticas en contextos de polarización como éste nunca son abstractos ni neutrales. Siempre median nuestras preferencias ideológicas. En mi caso, por ejemplo, lo hago desde mi identificación con el progresismo y la izquierda. Sin embargo, hablar de “democracia” como un marco de mediación para una mirada más amplia, debe llevarnos a entender que aludimos a la necesidad de mirar “más allá” de nuestras fronteras ideológicas (aunque posados en un lugar particular) para mirar a los otros con quienes compartimos comunidad, desde la diferencia que nos constituye. Hablar de democracia significa apostar por mecanismos que, aunque deficitarios y perfectibles, abren vías de diálogo, evaluación y proyección en el marco de nuestras sociedades plurales.

Por ello, ¿qué se pone en juego al exigir transparencia frente a las pasadas elecciones? La insistencia por las pruebas concretas que certifiquen los resultados que se adjudican en el oficialismo no significa tomar un lugar ambiguo ni partido por Maduro. Es velar por mecanismos que, hoy por hoy, protegen cierta salud republicana en todos nuestros países y que nos permiten cerciorar una violación a los derechos. Refiero a esta advertencia, concretamente, por dos razones.

Primero, asumir el fraude (aunque el sentimiento sea legítimo) y evitar demostrarlo podría marcar precedentes para casos futuros en contextos totalmente distintos. Hace muy poco, luego de las elecciones de Brasil, una masa de bolsonaristas salió a proclamar “fraude”, justificando así su violenta movilización, destruyendo sin pudor ni vergüenza el edificio del Congreso Nacional en Brasilia. El funcionamiento de las instituciones y la transparencia de los mecanismos desplegados permitió refutar inmediatamente las denuncias y contar con apoyo interno y externo para desmerecer la denuncia e incluso juzgar a quienes actuaron de forma anti-democrática. ¿Qué pasa si se normaliza como suficiente el hecho del descreimiento externo sobre los resultados, sin “pruebas” concretas, y se legitiman movilizaciones, acciones externas o sanciones? Podría marcar antecedentes que afecten procesos electorales totalmente transparentes en otras latitudes. Aunque en el caso venezolano existen razones suficientes para mínimamente dudar sobre lo acontecido, insistir en los mecanismos pertinentes para probarlo es la vía más efectiva en defensa de situaciones futuras. Incluso, la renuencia en exponer dichas pruebas (como es el caso hasta ahora, donde se oficializó el resultado sin demostrar fehacientemente la documentación, como lo exige cualquier sana democracia) también podría ser tomado como prueba suficiente para desmerecer dicha adjudicación.

Segundo, esta exigencia evita que el contexto sea instrumentalizado por fuerzas igualmente anti-democráticas. Sabemos que hay sectores que se están aprovechando de estas circunstancias para izar sus banderas anti-progresistas, anti-izquierda, anti-comunistas, anti-derechos, anti-estado. La crisis democrática nunca se combate desde voces igualmente anti-democráticas. Solicitar transparencia desde los mecanismos consensuados a nivel internacional, es impedir que la situación sea manipulada por grupos que pretenden lo mismo, pero desde otras veredas.

Me puse a escribir todo esto a modo de descargo, no porque sea experto en la materia ni porque quiero subirme a la ola opinóloga. Lo hago desde mi preocupación real como activista sobre lo que está en juego detrás de nuestros análisis del caso y sus repercusiones a futuro, ya que nuestras posiciones respecto a Venezuela impactarán considerablemente la agenda política regional a mediano plazo (de hecho, ya lo viene haciendo hace tiempo). Estamos sufriendo demasiado en América Latina el retroceso de nuestras débiles democracias para continuar apostando por lecturas acríticas que empeoran el panorama.

Me preocupa que se legitimen voces anti-democráticas como “males menores” o fines que justifican medios. La historia de una sección de la oposición que hoy proclama su victoria fue también parte del problema del país hace unas décadas atrás. Hoy por hoy, no estamos hablando de la mejor alternativa. Sin embargo, la insostenible situación de abuso y crisis que vive el país nos deja casi en un callejón sin salida. Una lectura crítica en el momento oportuno tal vez hubiese posibilitado la presencia de mejores opciones, más democráticas y comprometidas con la justicia, como de hecho existen hoy en el país, más allá de las voces hegemónicas de un lado y otro. Pero dichas opciones quedaron invisibilizadas bajo una polarización ensordecedora, que no permitió buscar por alternativas intermedias.

De la misma manera, me preocupa que desde el progresismo y la izquierda se continúe insistiendo en lecturas maniqueas y superficiales, atribuyendo la situación a intervenciones imperialistas, justificando el probadísimo autoritarismo del régimen (con víctimas reales de persecución y exilio) y relativizando situaciones de sufrimiento de personas de carne y hueso que testimonian la crueldad de lo que viven día a día (y tanto que hablamos del “lugar de las víctimas y excluidxs”…)

Todxs tenemos nuestra bandera ideológica. Pero la mejor manera de buscar consensos comunes, transitorios y mínimos frente a escenarios complejos que nos superan y que se están llevando puesto derechos fundamentales, es velar por mecanismos que nos trascienden y nos permiten apostar por horizontes de justicia, más allá de nuestras posiciones particulares (o desde ellas, pero a partir de lugares de encuentro). La lógica antagónica extrema no ayuda, aunque el antagonismo es inevitable.

Si apostamos por el bien de la democracia y la justicia, pero queremos relativizar el lugar del oficialismo frente a lo que sucede en Venezuela, después no nos quejemos del crecimiento de voces que respaldan la violencia, la exclusión y “el curro de los derechos humanos y la justicia social” utilizando el caso como excusa.

Sobre el autor:
 Nicolás Esteban Panotto es un destacado activista e investigador argentino con una  amplia formación académica. Posee un título de Licenciado en Teología, así como un Magister en Antropología Social y Política, y un Doctorado en Ciencias Sociales. Además, ejerce como investigador postdoctoral en la Universidad Arturo Prat en Chile y como profesor en la Comunidad Teológica de Chile. 

Su experiencia académica y compromiso con diversas áreas del conocimiento se reflejan en su prolífica obra. Ha escrito numerosos libros y artículos de investigación en campos tan diversos como religión y política, teología pública y teoría/teología poscolonial. Actualmente, ocupa el cargo de Director General en Otros Cruces.

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