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viernes, 23 de octubre de 2020

Juan Stam y su encuentro con Agustín de Hipona

Por Alexander Cabezas, Costa Rica

“Pero tú llamaste y clamaste y rompiste mi sordera. Relampagueaste y resplandeciste y ahuyentaste mi ceguera. Exhalaste fragancia, la respiré y anhelo por ti. Gusté y ahora tengo hambre y sed de ti.  Me tocaste y encendí en deseos de tu paz” (Agustín, de Hipona)
Continuó relatando algunos destellos de la vida de don Juan Stam con quien tuve la oportunidad de conversar y entrevistar en algún momento de mi vida y, si comparto estos resúmenes son como una especia de reconocimiento por su vida y obra en la tierra. Además, estos mismos son parte de capítulos más completos que por razón de este espacio me limito a sintetizar.

Antes de ingresar a la Universidad Juan estudió en las instituciones de las Iglesias Reformadas.  La escuela y el colegio junto con la formación recibida en su hogar, cultivaron su intelecto y proveyeron las bases para su reflexionar bíblico y teológico.

En el colegio tuvo un profesor holandés muy particular cuyo apellido aún mucho más particular: "Bontekoe", significaba algo así como “vaca abigarrada” o “confusa" ¡Vaya apellido y aún más, el personaje!  Era como una mezcla entre Don Quijote por lo soñador e idealista, el danés filósofo y teólogo Sören Kierkegaard por su erudición y lo jorobado, con una fuerte dosis de Sócrates por su pensar filosófico y práctico.  

Bonty, como le decían cariñosamente sus estudiantes, era bastante flaco, poco agraciado física y totalmente excéntrico; pero exquisitamente brillante. Según recuerda don Juan.  Hacía preguntas profundas y desafiantes que motivaban a más de una estudiante a inquirir.  En la vida de Juan Bonty fue quien lo inspiró a ser historiador.

El teólogo Stam reconoce que tenía muchas ideas dispensacionalista heredadas de sus padres y también por la influencia de aquella Biblia de estudio que tenía anotaciones de Scofield, versión que le había acompañado durante su niñez y juventud.  Sobre esa época Juan comparte:

Si nos hubieran preguntado en ese tiempo qué clase de familia éramos, hubiésemos contestado que “fundamentalistas por supuesto”. Ahora entiendo que éramos algo más centrados bíblicos y aun un poco abiertos… El resultado de todo ese caldo espiritual podría llamarse, supongo, algo así como un “calvinista pietista, evangélico y más o menos fundamentalista.
 

Al llegar a la universidad durante sus primeros años y gracias a la influencia de otros profesores él logró tener una nueva lectura teológica, que le guio a cuestionar y a cortar con muchas de esas corrientes doctrinales heredadas.  

Aunque no fue fácil desprenderse de estas ideas tan de boga en ciertos círculos evangélicos donde él se había formado.  Desde muy joven había aprendido la importancia de no conformarse con la opinión común sino insistir por desentrañar la verdad presente en las escrituras y defender la correcta interpretación bíblica.  

Esto fue algo que marcó su vida ser consecuentemente y comprometido con la iglesia y la palabra.  Sin ser ni fundamentalista cerrado ni “liberal” en teología y moral, su clave se enmarcó en la exégesis bíblica y crítica.  Ese espíritu perduró en la teología de don Juan hasta el último de sus días como un incansable apologeta cristiano quien supo que la mayor lección aprendida de su vida fue promover la teología como algo más allá de un ejercicio abstracto y académico.

Entrega total

Pese a ello Don Juan no se sentía como un creyente pleno.  Sabía que le hacía falta más más que nutrir su intelecto.  Le urgía alimentar su alma sedienta. Como requisito de un curso en la carrera de historia, Juan tuvo que hacer una monografía epistemológica sobre la vida de Agustín de Hipona (354-430).  

Si bien es cierto que el pensamiento de Agustín tuvo ideas neoplatónicas que permearon a la iglesia hasta la actualidad, nadie dudaría que él fue un hombre con convicciones profundas sobre su fe.
Cierto día mientras leía y reflexionaba sobre el pensamiento de Hipona, de un pronto a otro los escritos cobraron un mayor significado relevante y profundo.
 
Fue como una visitación de Dios, un encuentro ininteligible, pero con la claridad que algo quemaba su corazón y refrescaba su alma.  Quedó cautivado por el caminar práctico y cristiano de Agustín y esa mezcla de erudición y relación con Dios.

Durante los días que continuó con su investigación Juan anhelaba beber más de Dios, así como lo había hecho este erudito siglos atrás.  Fue como el último peldaño que necesitaba escalar y cerrar el ciclo de su fe. Sumergido en la historia de este hombre del pasado, aquel joven estudiante conocedor intelectualmente de las escrituras encontró la claridad para su presente y el resto de su vida.   

Luego que terminó su bachiller en historia continuó sus estudios, más con una visión renovada que le inclinó a responder al campo misionero, petición de oración que años atrás sus padres también le habían presentado a Dios en oración.  

Sobre el autor:

Alexander Cabezas Mora es costarricense, master en Liderazgo Cristiano y en Teología. Se ha desempeñado como conferencista, pastor adjunto, profesor de varios seminarios teológicos y consultor en materia de niñez y adolescencia para varias organizaciones internacionales. A participado como escritor y coescritor en varios libros entre ellos, Huellas, Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez, En sus manos y nuestras manos, la co-participación de la niñez y la adolescencia en la misión de Dios y Oración con los ojos abiertos.

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