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domingo, 25 de octubre de 2020

Entrevista a Juan Stam (2004)

Por Víctor Rey, Chile y Ecuador

Entrevista publicada en 2004 en el libro “Conversaciones desde la fe” por el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI)

Juan Stam (1928 - 2020)


¿Nos puede contar algo de su vida?

Nací en una familia cristiana y desde muy niño me interesé en las cosas del Señor. Comencé a predicar desde muy joven y me interesé en la teología, estudié en la Universidad de Wheaton, especializándome en Historia, obtuve la maestría en Nuevo Testamento en el Seminario Fuller, y el doctorado lo hice en la Universidad de Basilea en Suiza. Estoy casado con Doris Manuelson y tenemos tres hijos.

¿Cuáles han sido los hitos sobresalientes en su vida como teólogo?

Pienso que ha habido un hito muy grande. Me formé en el evangelio con mi Biblia Scofield y, esencialmente, en la teología fundamentalista iluminada. El gran hito para mí fue mi fundamentalismo ingenuo y, con todo respeto, lo que llamaría “evangelicalismo”. Para mí no hay palabras más maravillosas que las palabras Evangelio, Buenas Nuevas y la Justificación por la Fe, aprendí a apreciarlas con toda su fuerza en la transición, diría yo, del fundamentalismo a ser un evangélico integral y como evangélico en una búsqueda constante.

¿Qué factores y autores han contribuido en su formación?

Un autor que me impactó mucho, precisamente en aquella época de los cincuenta, fue Bono Ron, en especial su primer libro sobre la ciencia. Además, Eduardo Carnel, de Fuller, y otros profesores latinoamericanos me impactaron profundamente. Más adelante, sin ser existencialista, me ayudaron mucho José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, por supuesto. Cuando fui a Basilea, y sin ser barthiano ni ortodoxo, aprendí mucho sobre el gran teólogo Karl Barth y hasta hoy utilizo constantemente su Dogmática y su Comentario a la Epístola a Los Romanos.  Como persona definitiva fue el ejemplo de don Kennet Stracham; su padre Enrique fue el patriarca que yo desde niño seguí, y Kennet fue como un hermano mayor y no un mentor, y ambos me marcaron profundamente.

¿Cuáles han sido sus mayores satisfacciones como téologo-pastor y pastor-teólogo?

Ha habido muchas satisfacciones, no puedo imaginar mayor emoción que la de predicar la Palabra y dejar el púlpito sintiendo que el poder de la Palabra y el Espíritu de Dios han hablado. Cuando fui director del internado en el Seminario Bíblico Latinoamericano (SBL), los estudiantes venían a orar y conversar a la oficina y ahora son grandes siervos de Dios. Es tremenda la satisfacción de ver a los alumnos convertidos en maestros y pastores.

¿Qué es para usted la teología?

¿Qué es la teología? Dijo San Anselmo que es “la fe buscando entendimiento”; es amar a Dios con toda la mente, vivir la fe al nivel de los desafíos intelectuales, de los planteamientos que ofrece el momento histórico. Considero muy importante la exégesis. La teología comienza escudriñando la Palabra. Es la teología bíblica sistematizada por tópicos; las verdades de las Escrituras y la teología histórica a través de los siglos; es la conjunción de esos insumos en la conciencia de nuestra fe y la convicción ante las preguntas que plantea el momento actual y sus desafíos.

Ahora tenemos hasta la clonación y la fe debe tener la cabeza bien puesta. La teología no es solo de los teólogos, es de la comunidad entera, pero tratando de dar respuestas y entender cristianamente la realidad que nos rodea.

¿Por qué cree usted que en América Latina la teología no recibe mucha atención?


Bueno, estoy impresionado con la atención que sí recibe la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL); es uno de los núcleos más importantes donde he visto mucha dinámica.  En Costa Rica, la FTL constantemente reúne grupos en busca de mayor entendimiento. En la última reunión tuvimos unas cincuenta personas y era un bombardeo de preguntas de interés. Los seminarios, algunos en crisis, pero otros con una gran dinámica, tienen diferentes preocupaciones.

Ahora, yo plantearía tres de las principales preocupaciones: una es que la Iglesia es joven todavía y tiene muchas tareas y tiende a absorberse en lo pragmático. Hay escuelas de crecimiento de la Iglesia que aumentan esa concentración lo que es muy bueno pero a veces unilateral.

En segundo lugar, la Iglesia Evangélica en América Latina nació en medio de controversias y nació bastante “anti”, sobre todo anti-católica, anti-socialista, anti-marxista, anti-ecuménica. Ese tono negativo absorbió tanto el pensamiento, que faltó el pensamiento creativo.

Y, en tercer lugar, creo que (como muchas veces) es culpa de los mismos teólogos. No hemos sabido comunicarnos, pensar con el pueblo, especialmente en el púlpito. Creo que hemos sido muy exhortativos, muy elocuentes, pero muchas veces hemos fallado en la enseñanza y sobre todo en enseñar a pensar, para que la comunidad, la congregación, sea una comunidad hermenéutica y pensante, que no escuche pasivamente los sermones, aún cuando no sean sermones doctrinales. Que la predicación sea implícitamente participativa y busque que los fieles piensen junto con el predicador y alla preguntas y respuestas y no sólo un monólogo. Pero tenemos una tarea muy grande de enseñar a pensar y pensar juntos.

La década de los ochenta fue enfrentamiento ante los evangélicos en América Latina, luego vino la caída del muro de Berlín, de la Unión Soviética, la desintegración de los países socialistas; desde esa época, ¿Cómo ve usted el desarrollo de las iglesias evangélicas?

Es cierto que en la década de los ochenta hubo, no solamente en las iglesias, mucha polarización, sino en Centroamérica y también en Sudamérica. La llamamos la década perdida y en términos de logros permanentes, aparentemente fue perdida, más creo que se logró mucho en esa década.

Se pensó mucho, se forjaron convicciones que, al menos en mi caso, y en otros, no se han abandonado, se han reinterpretado. Como en la década de los ochenta y los noventa, mi preocupación es que la Iglesia sea más evangélica, menos tradicionalista, porque el tradicionalismo a la defensiva no lleva el Evangelio abrir caminos, brechas y perspectivas.

Ahora la Iglesia ha crecido, pero no siempre en los sectores teológicamente más sanos. Se ha entregado a las modas del momento, generalmente con grabador y audífonos y caminando por la calle. El audífono significa que escucho un mensaje controlado, pero soy sordo al mundo que me rodea.

Esas fiebres, esas calenturas que se ven mucho en las iglesias, son un signo muy preocupante, una señal de que en medio de un crecimiento por el cual le damos gracias a Dios, tiene que haber una maduración, una profundización. La Iglesia tampoco va a ser fundamentalista y va a estar confundida, pero lógicamente emocionada, experimentando tantas cosas, que ni se sabe lo que significa. Doy gracias a Dios por el crecimiento pujante, pero veo muchos síntomas que me preocupan grandemente.

¿Podría sintetizar cuáles son las cosas positivas y negativas de la Iglesia Evangélica hoy en América Latina?

Creo que del lado positivo hay cosas muy importantes; hay evangelización en diferentes países. Pienso, por ejemplo, En Guatemala; uno toma un bus y enfrente o al lado hay alguien hablando de Cristo, invitándole a participar en una Iglesia. Eso es lo positivo.

En algunos sectores lo teológico es una maravilla, como en la Fraternidad Teológica Latinoamericana. No sé cómo se podría comparar esto con otros continentes. Doy gracias a Dios por eso.

La publicación de buenos y serios materiales en liturgia y música es otro aspecto positivo. Hay cosas buenas y malas, gracias a Dios por las cosas buenas; no pegan mucho las cosas mediocres, pegajosas. Un país con una música y poesía cristiana maravillosa es Cuba, entonces esos son avances.

Hay más y más profesores evangélicos en las universidades y más universidades evangélicas. Eso no es del todo positivo, pues tiene su lado negativo. A veces significa que menos evangélicos están en las universidades estatales.

De lo negativo, lo fundamental es la poca profundización teológica. Espero estar equivocado, pero mi impresión es lo poco evangélicas que son nuestras iglesias evangélicas, lo poco que comprenden el mensaje de la gracia. Que no es gracia barata sino que exige compromiso, misión, muchas veces misión integral. Entonces hay mucho de qué preocuparse. No es hora de ser triunfalistas, a pesar de los números, los presupuestos y edificios impresionantes; también preocupa la entrada de sectas, y sobre todo sectas que aparentemente parecen evangélicas. Son grupos sutil y muy seriamente desligados de la verdad, pero pueden atraer a nuestra gente, porque no les hemos enseñado bien y no van a discernir la diferencia. Eso es preocupante.

¿Cómo ve la realidad de América Latina hoy?

Bueno, estaba leyendo un libro excelente de un nicaragüense, José María López Vigil, que se llama “Aunque es de noche”. En muchos aspectos aún estamos en una noche oscura, la década perdida de los ochenta después de muchas esperanzas con muchos factores extrínsecos, interferencias, intervenciones. Creo que debemos querer más firmemente ahora, lo que antes queríamos un poco más ingenuamente. Yo al menos creo en lo que he creído. Creo más y quiero dar mi vida a Cristo y por amor a Cristo, para los cambios que pueda haber. No soy fatalista, he visto muchos revolucionarios que ahora le han dado vuelta a la tortilla, no esperan nada ni creen en nada o ya son del otro bando.

El Evangelio es esperar contra la esperanza y esperar cuando es difícil esperar. El Reino de Dios sigue haciendo justicia. Cristo sigue amando a los pobres y esa es la misión de la Iglesia. En mi opinión sigue siendo un Evangelio integral y radical de discipulado, como lo predican los menonitas, y hay muchos puntos de desafío y de oportunidad. Uno de ellos es, por ejemplo, la paz. Otro, las comunidades, el desarrollo y el avance de las mismas. Otro es el caso del SIDA, tan olvidado o repudiado con desdén. Hay campos misioneros dando prioridad a la proclamación del nombre de Cristo, a la predicación y enseñanza de su Palabra. 

Sobre el autor:  

Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.

 

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