Por Harold Segura, Colombia y Costa Rica
Jesús fue un judío, educado dentro de las tradiciones culturales de su pueblo y heredero de muchas de las creencias religiosas de Israel. Con el paso del tiempo, fue descubriendo nuevas formas de comprender la ley, de interpretar los textos sagrados y de relacionarse con Dios.
Esos cambios se hicieron evidentes cuando, convertido en predicador y maestro, encaró a los lideres religiosos y anunció que era el Hijo de Dios, enviado por el Padre (Jn.8:14).
Sin embargo —y esto es de suma utilidad para comprender su naturaleza humana— hubo aspectos de la fe de Israel de los que solo se desligó cuando había transcurrido cierto tiempo de su ministerio público.
Él, por ejemplo, creía que su Padre lo había enviado solo a predicar “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt.15:24). De esa presunción exclusivista cayó en la cuenta un día que se encontró con una mujer cananea en la comarca de Tiro y Sidón (territorio de frontera).
Ella, mujer, extranjera, de otra religión y necesitada de un milagro... hizo también un milagro. El milagro que solo ocurre cuando hay, como en Jesús, ternura para escuchar, humildad para aprender y sencillez para descubrir cuán amplía es la ternura del Padre.
¡Grande es tu fe, mujer!”, le dijo Jesús. Ella hubiera podido responderle: ¡Y grande también la tuya, Jesús! La fe del que aprender, aún siendo el excelso maestro de Israel.
Esos cambios se hicieron evidentes cuando, convertido en predicador y maestro, encaró a los lideres religiosos y anunció que era el Hijo de Dios, enviado por el Padre (Jn.8:14).
Sin embargo —y esto es de suma utilidad para comprender su naturaleza humana— hubo aspectos de la fe de Israel de los que solo se desligó cuando había transcurrido cierto tiempo de su ministerio público.
Él, por ejemplo, creía que su Padre lo había enviado solo a predicar “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt.15:24). De esa presunción exclusivista cayó en la cuenta un día que se encontró con una mujer cananea en la comarca de Tiro y Sidón (territorio de frontera).
Ella, mujer, extranjera, de otra religión y necesitada de un milagro... hizo también un milagro. El milagro que solo ocurre cuando hay, como en Jesús, ternura para escuchar, humildad para aprender y sencillez para descubrir cuán amplía es la ternura del Padre.
¡Grande es tu fe, mujer!”, le dijo Jesús. Ella hubiera podido responderle: ¡Y grande también la tuya, Jesús! La fe del que aprender, aún siendo el excelso maestro de Israel.
“Jesús salió de aquel lugar y se dirigió a la comarca de Tiro y Sidón. En esto, una mujer cananea que vivía por aquellos lugares vino a su encuentro gritando: — ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija está poseída por un demonio que la atormenta terriblemente. Como Jesús no le contestaba ni una palabra, los carar discípulos se acercaron a él y le rogaron: — Atiéndela, porque no hace más que gritar detrás de nosotros. Jesús entonces dijo: — Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Pero la mujer, poniéndose de rodillas delante de Jesús, le suplicó: — ¡Señor, ayúdame! Él le contestó: — No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perros. Ella dijo: — Es cierto, Señor; pero también los cachorrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces Jesús le respondió: — ¡Grande es tu fe, mujer! ¡Que se haga lo que deseas! Y su hija quedó curada en aquel mismo instante.” - MATEO 15:21-28 Biblia La Palabra
Sobre el autor:
El pastor y teólogo Harold Segura es colombiano, radicado en Costa Rica. Director de Fe y Desarrollo de World Vision en América Latina y El Caribe y autor de varios libros. Anteriormente fue Rector del Seminario Teológico Bautista Internacional de Colombia.
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