El siglo XVII da inicio a la época moderna, la filosofía y las ciencias naturales generan un cambio radical en el conocimiento de la realidad tanto física como humana. Los ideales de la razón moderna, con los nuevos saberes y descubrimientos que produce, se verán prontamente materializados en el siglo XVIII, y no se detendrán hasta el tiempo actual. La época anterior a la modernidad, el medioevo, caracterizado como de “oscurantista”, probablemente sin plena justicia, representa para esta nueva etapa en la historia de la humanidad el pasado superado. La vida progresa cada vez más en varios sentidos: salud, educación, cultura, política, economía, etc. El optimismo de un futuro abierto de libertad y progreso sin interrupciones hacia mejor, alimenta el espíritu del sujeto moderno. Pronto la naturaleza, indomable y acechante en algún momento, es gobernada por la razón, convirtiéndose en un medio al servicio del ser humano. Se crea la técnica, y, posteriormente, ese sistema de conocimientos, prácticas y producciones que llamamos tecnología. Su desarrollo se vuelve dominante al punto de expandirse sin límites posibles de calcular al día de hoy. Ya casi no hay ámbito de la vida vedado para la exploración tecnológica. Pero junto con esto también ha aumentado nuestra capacidad de destrucción. En la actualidad este poder es mayor que el de hace un siglo atrás. No sólo podemos destruir nuestro entorno inmediato sino que podemos ser más eficientes y expansivos en este objetivo. La amenaza de autodestruirnos, es en la actualidad, como tantas otras cosas, un problema global. Los medios de comunicación, además de las instituciones preocupadas por el tema, nos advierten sobre la necesidad de hacer cambios urgentes. El riesgo no es sólo para el planeta, si somos concientes de la estrecha relación que tenemos con él, también es una verdadera amenaza para la sobrevivencia de la humanidad.
¿Cómo debemos pensar nuestros actos ante esta amenaza? En el contexto de la crisis planetaria actual ¿qué enfoque ético y moral puede ayudarnos para no seguir poniendo en riesgo el futuro de los que vendrán después de nosotros? En este breve artículo ofrezco una aproximación a este tema desde el pensamiento del filósofo judío alemán Hans Jonas, discípulo y amigo de Martín Heidegger y Rudolf Bultmann. En el año 1979, Jonas publica el libro titulado, El Principio de Responsabilidad. Esta obra se convirtió, en aquel entonces, en un hito del pensamiento ético filosófico. En él Jonas se propone la tarea de repensar los fundamentos de la ética occidental ante las nuevas capacidades del ser humano sobre la vida humana y no humana. No es suficiente, según nuestro filosofo, lo que ha dicho la tradición ética, desde los griegos en adelante, para hacernos cargo de las implicancias de nuestras acciones en la era actual. Hasta el momento los actos y sus consecuencias han sido pensados, principalmente, en relación con el presente inmediato, ahora se trata de pensarlos para el futuro. Necesitamos, según Jonas, una ética para el futuro, que asuma la tarea de evitar lo que aún no sucede, pero que podría ocurrir, si no hacemos algo al respecto.
En este artículo no expondremos todos los por menores vinculados a la propuesta de Jonas. Nos interesa sólo destacar algunas de sus ideas para reflexionar sobre las exigencias éticas de nuestro tiempo, especialmente, el concepto de “lo malo” como principio ético para la conducta. Anteriormente apuntamos sobre las éticas del presente, sobre esto nuestro autor escribe: “Ninguna ética anterior hubo de tener en cuenta las condiciones globales de la vida humana ni el futuro remoto, más aún, la existencia misma de la especie”1. La tradición occidental ha elaborado un complejo de teorías éticas referidas al ámbito de la persona y la comunidad. Todas estas teorías han privilegiado el tiempo presente. Es decir, consideran el comportamiento humano, individual y colectivo, en lo inmediato (tanto en el espacio como en el tiempo). Ahora, el acrecentamiento de las capacidades humanas, gracias al desarrollo de la tecnología, exigen un pensamiento ético centrado en las posibilidades del futuro. Las nuevas tecnologías, precisamente, su poder globalizador y su eficiencia, convertidas en imprescindible para ya casi la totalidad de la vida humana, han hecho de la preocupación por los efectos del comportamiento humano un asunto también global. Esto hace que la tecnología cobre una significación ética por el lugar central que ocupa ahora en la vida de los fines subjetivos del hombre2. Lo que está en juego, para Jonas, es el futuro de la humanidad entera, y es por eso que se requiere “una concepción nueva de los derechos y los deberes”3. El futuro se ha vuelto algo incierto, en consecuencia, el horizonte de significación de nuestra responsabilidad ya no es el presente inmediato, ni las relaciones próximas, lo es ahora ese mismo futuro que no tenemos garantizado4. En efecto, Jonas señala que el nuevo imperativo ético no tiene relación con la concordancia del acto consigo mismo, “sino a la concordancia de sus efectos últimos con la continuidad de la actividad humana en el futuro”5. Así entonces es como debería formularse el axioma de nuestra acción: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de la vida humana auténtica en la Tierra”6. De esta manera, agrega nuestro autor, “nuestro imperativo remite a un futuro real previsible como dimensión abierta de nuestra responsabilidad”.
Jonas piensa una ética a la altura de los poderes del hombre actual. Una ética de mayor rango y de una más amplia responsabilidad. En el momento actual, no se trata de la insignificancia del ser humano, o de sus límites o impotencia ante el poder de la naturaleza. Por el contrario, la nueva ética debe orientar “… la excesiva magnitud de nuestro poder” con una capacidad similar para valorar y juzgar7. Por eso la ética tiene la función de ordenar las acciones y regular su poder. Ante lo que Jonas califica de “un vacío ético”, de un nihilismo “… en el que un poder máximo va aparejado con un máximo vacío”, la ética “…tiene que existir cuanto mayores sean los poderes de la acción que ella ha de regular”8 ¿Cuál es el saber que aporta esta nueva ética para estos tiempos de exceso de poder de la humanidad? La respuesta de nuestro autor es la siguiente: “el saber acerca… “de aquello que hay que evitar”9. En este contexto, lo “posible”, lo que “podría” ocurrir, se constituye en un conocimiento anticipatorio de lo que debiéramos evitar. Este tipo de conocimiento Jonas lo denomina “el conocimiento del malum”, en otras palabras, el conocimiento de “lo malo”. Al respecto escribe lo siguiente: “nos resulta más fácil el conocimiento del malum que el conocimiento del bonum” ¿En qué sentido se dirige la aseveración de Jonas? Según él “lo malo” es un tipo de conocimiento que nos resulta más apremiante que “lo bueno”, y “está menos expuesto a la diversidad de criterios”. En cambio “lo bueno” puede pasar desapercibido sin suscitar nuestra reflexión, incluso es por el rodeo de “lo malo” que sabemos sobre el bien, mientras que la presencia del mal “nos impone su conocimiento”. Agrega, “de lo malo no tenemos duda alguna cuando se convierte en nuestra propia experiencia”. ¿Cómo “lo malo” puede entonces constituirse en un valor para la moral? La conclusión de nuestro autor es sencilla: “Mucho antes sabemos lo que no queremos que lo que queremos” Por eso “… la filosofía moral tiene que consultar antes a nuestro temores que a nuestros deseos, para averiguar qué es lo que realmente apreciamos”10. El cine en este aspecto ha sido la proyección de estos temores. El horror que nos produce imaginar o representarnos las consecuencias de nuestras acciones para el futuro, el temor a terminar con un futuro posible para las nuevas generaciones, puede ser una fuente fructífera para evitar ciertos comportamientos o estilos de vida de las sociedades actuales que aumenten el riesgo que, en cuanto a destrucción se refiere, la realidad supere la ficción.
La interpretación del bonum y el malum de Jonas, como sucede generalmente en el campo de la filosofía, no es una idea presente en todos los autores. El énfasis sobre lo bueno o sobre el bien ha sido mayormente la tónica. Se define que es lo bueno y luego, de este conocimiento, se infiere lo malo. Un ejemplo es Ernst Tugendaht, para este pensador la idea de lo “bueno” debe conllevar un “yo quiero”, mas aún, un “yo debo”. Es decir, “… el término implica una pretensión objetiva, de validez universal”11. Todo el ámbito de la normatividad moral está constituido por la idea de lo correcto, es decir, por lo que se “debe hacer”. Por supuesto, Tugendhat matiza el análisis de la normatividad de lo bueno con muchos otros elementos que no es el caso exponer aquí. Sin embargo, cabe hacerse la pregunta ¿cómo lo malo puede incentivar la voluntad?, ¿qué efecto en nuestro comportamiento tiene priorizar “lo malo”? Al optar por lo correcto, al mismo tiempo, no optamos por su contrario. El bien, como nos ha dicho Jonas, se explica por un rodeo por “lo malo”. Este último se ha convertido para nuestra época en un destino de mayor probabilidad, no vemos continuidad del presente en el futuro, tanto así que ya estamos pensando en cómo vivir en otro planeta. Al parecer, proyectar un futuro de bien para la humanidad es algo de lo cual no podemos estar tan seguros. Por eso, “en relación con el mal, nuestra sociedad tiene, eso parece al menos, una mayor necesidad de reglamentación que en relación con el bien”12. El mal, o “lo malo”, siguiendo con la expresión usada por Jonas, nos produce desagrado e indignación, y ante él es imperativo “protegerse activamente”. Lo malo se constituye pues en uno de los principios, en el “primer deber”, de una ética orientada al futuro que procura representarse los efectos remotos de nuestras acciones y de nuestro poder. El hombre actual tiene un deber ineludible consigo mismo y con las posibilidades de vida futura de todo el planeta.
Notas:
1. Hans Jonas. El Principio de Responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica (Barcelona: Herder, 1995), 34.
2. H. Jonas. El Principio…, 36.
3. H. Jonas. El Principio…, 34.
4. H. Jonas. El Principio…, 37.
5. H. Jonas. El Principio…, 41.
6. H. Jonas. El Principio…, 40.
7. H. Jonas. El Principio…, 56.
8. H. Jonas. El Principio…, 59.
9. H. Jonas. El Principio…, 65.
10. H. Jonas. El Principio…, 66.
11. Ernst Tugendhat. Lecciones de ética (Barcelona: Gedisa, 2001), 48.
12. Ingolf U. Dalferth. El mal. Ensayo sobre el modo de pensar lo inconcebible (Salamanca: Sígueme, 2018), 13.
Sobre el autor:
Cristián Cabrera Alarcón es Licenciado en Teología por el Seminario Teológico Bautista de Chile, Licenciado en Filosofía por la Universidad de Artes y Ciencias Sociales (ARCIS), Magister en Filosofía por la Universidad Alberto Hurtado. Magister en Teología de la Universidad Católica de Chile, Dr. (c) en Filosofía y Ciencias Humanas, IAPE Universidad México y profesor del Seminario Teológico Bautista de Chile.
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