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domingo, 19 de noviembre de 2017

Cuando hacerse el revolucionario es “cool”

Por Nicolás Panotto, Argentina y Chile

Imagen: Pixabay -  CC0 Public Domain
Existen incontables clichés que nos encanta repetir dentro de los espectáculos, reuniones, congresos y eventos del mundillo evangélico, los cuales empalagan nuestro paladar sediento de heroísmo: “Jesús no vino a implantar una religión sino un estilo de vida”, “el reino de Dios no actúa sólo en la iglesia sino en el mundo”, “la fe nos llama a comprometernos con la sociedad”, “Dios es por sobre todas las cosas amor”, entre tantas frases conocidas que nos emociona profesar como grandes declaraciones subversivas.

Ahora, como dice el refrán: “del dicho al hecho hay un largo trecho”. En este caso, nos encanta enunciar estas frases –que seguramente creemos con mucha honestidad- pero no estamos dispuestos/as a ser lo suficientemente coherentes para enfrentar todas las consecuencias que conlleva la radicalidad de su invitación. En algunos casos es aún peor: nos gusta predicarlo cuales grandes héroes de la fe, pero al ver que otro/a lo pone en práctica, lo juzgamos como extremista, liberal, pecador, inmoral, desubicado, etc., etc., etc.

En fin: ser coherente con estos ideales requiere de ciertos sacrificios que no muchos/as están realmente dispuestos/as a atravesar.

Si decimos que Jesús no vino a implantar una religión, ¿entonces por qué nos ofuscamos tanto en circunscribir su seguimiento a una sola y única institucionalidad? Si decimos que no vino a fundar una iglesia en el sentido moderno y tradicional del término, ¿entonces por qué no podemos ver la vivencia de Cristo fuera de los templos? ¿Por qué nos resistimos a reconocer que la dimensión comunitaria de la fe se puede vivir de maneras muy diversas? ¿Por qué no nos atrevemos a hacer estas mismas preguntas a la propia Biblia, la cual nos muestra una pluralidad de experiencias y vivencias? ¿Por qué afirmamos estos ideales pero no tocamos ni una sola coma de los dogmas históricos que promueven algo completamente distinto? ¿Acaso preferimos ser esquizofrénicos? Si el reino de Dios no es un objeto de la iglesia sino una dimensión que se manifiesta en todos lados, ¿ porqué nos creemos –como creyentes e iglesias- los poseedores privilegiados del mismo? ¿Por qué no podemos discernir la acción divina a nuestro alrededor de formas tan diversas, sin endosarle los cerrojos de nuestras rancias teologías y espiritualidades para ser “aceptables”?

Si decimos que la fe debe comprometerse con el contexto, ¿eso refiere a algún tipo de contexto específico, solo a algunos elementos del mismo o a todo lo que nos encontremos en nuestro diario caminar? ¿Para qué nos comprometemos con la sociedad: para hacer de ella lo que nos valga o para abrirnos a sus problemáticas, circunstancias, bellezas, grises y desafíos? ¿Por qué somos tan selectivos –desde nuestras barreras morales y religiosas- a comprometernos con ciertas cosas, pero no con otras? ¿Por qué nos “lanzamos” al mundo como aquel espacio ajeno a nosotros/as, desde una postura salvacionista y heroica, antes que ir caminando, viviendo, sintiendo, en fin, transitando sensiblemente desde la fe y abriéndonos al otro desde la grandeza del contexto como espacio de revelación de Dios? Nos encanta decir que la vida es compleja, ¿pero porqué somos tan simplistas a la hora de juzgarnos a nosotros mismos, pero especialmente a los demás? En resumen, ¿estamos realmente dispuestos a enfrentarnos con todo lo que el contexto pone frente a nosotros/as o vamos a hacer un recorte del mismo para que no nos “ensucie las manos” (y con ello nuestra “reputación”)?

Si decimos que Dios es amor, ¿qué estamos queriendo decir? Si es amor, ¿por qué a veces lo mostramos tan selectivo? ¿Acaso el amor no significa inclusión en su radical y plena expresión? Uno/a siempre proyecta sobre Dios y su actuar sus propias fronteras, ¿pero por qué al menos no estamos dispuestos/as a verlo, analizarlo y corregirlo? ¿Por qué no aprendemos a hacer como Jesús, quien se atrevió a cuestionar lo incuestionable en pos de darse al prójimo? ¿Acaso amar significa poner toneladas de etiquetas sobre las espaldas ajenas, las cuales deben sacarse como condición para ser amados?
Si decimos que Dios es amor, ¿qué estamos queriendo decir? Si es amor, ¿por qué a veces lo mostramos tan selectivo? ¿Acaso el amor no significa inclusión en su radical y plena expresión? (Twitea esta cita)
En fin, nos encanta repetir estas frases para satisfacer búsquedas internas y construir una imagen pública que nos ubique como críticos e innovadores. Hoy día es cool venderse como “revolucionario”. Pero la invitación de la fe es algo bastante más radical: es un llamado a vivir y dejar vivir. No seamos sólo críticos/as; seamos coherentes.

Sobre el autor:
Nicolás Panotto es Director general del Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Pública (GEMRIP) Licenciado en Teología por el IU ISEDET, Buenos Aires. Doctorando en Ciencias Sociales y Maestrando en Antropología Social por FLACSO Argentina. 




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