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lunes, 20 de noviembre de 2017

La agresividad, ¿nuevo valor cristiano?

Por Abel García, Perú
Fotos de usuarios de Twitter de la Ciudad de Lima, Perú
Lima está en ebullición por la discusión sobre la igualdad de género. Muchos grupos de corte eclesial se están manifestando haciendo sentir su opinión respecto al tema, utilizando el cliché “ideología de género”, de la misma forma que en otros países, para oponerse a ciertas políticas educativas que el gobierno quiere implantar en la educación básica peruana. La cantidad de desinformación que he podido percibir es brutal. Pocos entienden la materia que se discute: es la post-verdad en su máxima expresión.

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Ha llegado la confluencia de posiciones antagónicas. El gran problema es que una gran parte de la iglesia evangélica no está acostumbrada a dialogar con el otro, con el diferente, sino más bien que está habituada al diálogo vertical y sumiso. El pastor o el líder determina, dice qué hacer; la iglesia o la teología implícita marca qué es lo correcto. Para agravar la situación, existe en la cabeza de muchos evangélicos la dualidad mundo-iglesia, en donde el mundo está condenado, basados en la teología construida por el apóstol Pablo y afianzada por el fundamentalismo cristiano. ¿Cómo dialogar con alguien que es un pecador y se irá al infierno? Si ni siquiera podemos dialogar con lo que piensan distinto dentro de la Iglesia, que es hermano nuestro, ¿podré realmente hablar con alguien a quien considero en la práctica un inferior? Otra cuestión es lo que un amigo me decía por la mañana: el pueblo evangélico está muy acostumbrado a espiritualizar la realidad, en la cual el que no cree en Cristo es un potencial instrumento de Satanás, y es nuestro antagonista porque nosotros somos luz, y es a la luz a donde ha venido la revelación. ¿Dialogar con las tinieblas? No hay manera, a las tinieblas hay que reprenderlas porque estamos en una literal lucha contra sus huestes. ¿Dialogo? En esta perspectiva se hace mucho más difícil.
El gran problema es que una gran parte de la iglesia evangélica no está acostumbrada a dialogar con el otro, con el diferente, sino más bien que está habituada al diálogo vertical y sumiso. El pastor o el líder determina, dice qué hacer; la iglesia o la teología implícita marca qué es lo correcto. (Twitea esta cita)
Es tremendo esto. Porque el gran crecimiento numérico de la iglesia evangélica y su evidente manifestación en las calles muestra un notorio empoderamiento. Ya no nos restringimos a las cuatro paredes de la iglesia, sino que ahora salimos, y nos manifestamos con la seguridad de poseer la verdad. Pero hay un problema: el empoderamiento está denotando una gran agresividad en muchos evangélicos. Las redes están llenas de insultos contra todo aquel que piense distinto, que sea el antagonista. Es, a fin de cuentas, la caída en la tentación del monte alto, del poder, y la caída en ella está clara en la actitud del dominio sobre el otro que no nos gusta, en el intento de aplastarlo. La agresividad parece haberse convertido en un valor nuevo del cual se nutren héroes de la fe del siglo XXI que pelean en las redes y en las calles por el cristianismo.

¿Cómo salimos de este nudo? Apelo al espíritu de los 500 años de la reforma de Lutero, que buscaba volver a los valores de Jesús. El que lee entienda.

Sobre el autor:
Abel García García, es peruano. Estudió Ingeniería Económica en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), Finanzas en ESAN y Misiología en el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA). Fue editor de la Revista Integralidad del CEMAA y enseña en varias universidades en Lima




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