Chiquilín de Bachín
Por las noches,
cara sucia
De angelito con bluyín,
Vende rosas por las mesas
Del boliche de Bachín.
Si la luna brilla Sobre la parrilla,
Come luna y pan de hollín.
Cada día en su tristeza
Que no quiere amanecer,
Lo madruga un seis de enero
Con la estrella del revés,
Y tres reyes gatos Roban sus zapatos,
Uno izquierdo y el otro ¡también!
Chiquilín,
Dame un ramo de vos,
Así salgo a vender
Mis vergüenzas en flor.
Baleáme con tres rosas
Que duelan a cuenta
Del hambre que no te entendí,
Chiquilín.
Cuando el sol pone a los pibes
Delantales de aprender,
Él aprende cuanto cero
Le quedaba por saber.
Y a su madre mira,
Yira que te yira,
Pero no la quiere ver.
Cada aurora, en la basura,
Con un pan y un tallarín,
Se fabrica un barrilete
Para irse ¡y sigue aquí!
Es un hombre extraño,
Niño de mil años,
Que por dentro le enreda el piolín.
Chiquilín,
Dame un ramo de vos,
Así salgo a vender
Mis vergüenzas en flor.
Baleáme con tres rosas
Que duelan a cuenta
Del hambre que no te entendí,
Chiquilín.
Un par de sábados atrás fui a escuchar narración de cuentos a un bar porteño, práctica con la que me bendigo hace algunos años. Esa experiencia es una de las muchas que me humanizan, que me acercan a las sensibilidades que los teólogos peligrosamente vamos perdiendo. Como me ha dicho un amigo brasileño, “la gente no los puede comprender porque ustedes hablan teologués”.
Resulta que la narradora contó y cantó, sin asco, una historia que acompañó con el tema de Horacio Ferrer y Astor Piazolla, Chiquilín de Bachín. “…por las noches, cara sucia de angelito con bluyín” (blue jean, para los exquisitos). Esa es la clase de canción que te dice las cosas a quemarropa, como no las querés escuchar.
Pero fue evangelizadora. Volvió a sacar afuera una pregunta que me sigue hace mucho tiempo, y no me abandona, ¿por qué el que cartonea es otro, y no yo? ¿Por qué el que vende flores a las 2 de la madrugada es un pibe semi desnudo o hambreado, y no mi hijo?
Si Dios me ama más a mí que a los demás, entonces ese no es ningún halago. Un Dios así es digno de terror. Prefiero que me digan que Dios no existe, o en todo caso que está esperando que yo haga algo. Porque siento que el ser evangélico está cada vez más lejos del sufrimiento y la necesidad, y cada vez más cerca de la borrachera de la egolatría y la intoxicación del narcisismo. Unos me acusan de no ser lo suficiente conservador. Otros, de no tener el compromiso que las instituciones cristianas demandan. Me endilgan el mote de liberal, y otros el de fundamentalista.Unos de comunista, y otros de infante caprichoso y detractor de la iglesia.
Los pibes siguen muertos de hambre y paco (iba a usar otro adjetivo, pero el protocolo de las tecnologías de la información y la comunicación, no me lo permite, aunque sea verdad). Y las iglesias prefieren derivar el amor a los departamentos de servicio social, con fondos para proyectos y encargados que hacen lo que pueden para calmar las necesidades.
Chiquilín, perdóname por el hambre que no te entendí.
Sobre el autor:
Guillermo Steinfeld es argentino; Máster en Teología del Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires y actualmente doctorando en Teología en el Instituto Universitario ISEDET. Fue decano y facilitador del área iglesia en el Centro de Estudios Teológicos Interdisciplinarios (CETI) y Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e Instituciones Teológicas del Cono Sur (ASIT).
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