John Caputo, ese entretenidísimo epígono de Derrida, escribió hace algunos años un libro con el título Against Ethics. Sería tal vez un error leerlo como una genuina propuesta amoralista, pues ¿quién va a confesar algo así en el título? Se trataba más bien de lo mismo que hace Derrida en su libro Dar la muerte: contar la historia del sacrificio de Isaac como el relato de un Abraham que deja atrás las normas universales para escuchar una voz particular y responder de modo responsable ante ella. Abraham es así convertido por Derrida en una suerte de “héroe de la vida diaria”, que nos permite sacar una moraleja sobre la moral. Y esta moraleja es que en realidad el actuar responsable es un actuar injustificable: el que da razones, el que se explica, el que rompe el silencio (Abraham no le dijo nada a Sara, y respondió con meras evasivas a Isaac), no está atendiendo al llamado del otro, sino actuando conforme a categorías puramente “generales” o "universales" (lo que los paleocristianos llamamos ética). Este Abraham (que nace de la lectura hecha por Derrida del Temor y Temblor de Kierkegaard), es entonces protagonista no de la historia de un sacrificio de Isaac, sino de un sacrificio de la ética. Pero un sacrificio cometido no en el altar de un amoralismo cualquiera, sino en el altar de otra ética, la de la responsabilidad.
Ahora bien, esto puede llamar poderosamente la atención y aparecer como un testimonio más de la genialidad de los mejores entre los postmodernos, genialidad que además no sería en esta explicación tan inmoral. Pero también puede ocurrir -y es lo que me ocurre a mí- que leer estas cosas nos convenza de lo contrario: de que esto -y tal vez todo lo pretendidamente postmoderno- no pasa de ser una graciosa copia de la más convencional teoría moderna. Porque la verdad es que quienquiera que lea a estos autores con alguna conciencia de las líneas generales de la teoría moral moderna, ya habrá reconocido que esta alternativa entre la moral universal y el llamado de la responsabilidad, bien la podría haber proferido -y de hecho la profirió- un hombre que como pocos encarna la mentalidad moderna: Max Weber. Y eso significa, desde luego, que no hay postmodernidad, sino que estamos ante un reciclaje más de añejas ideas modernas.
Pero vamos con calma, pues no todo el mundo tiene por qué estar tan familiarizado con Weber. A lo que estoy aludiendo es a su distinción entre "ética del santo" (o de la convicción) y "ética del político" (o de la responsabilidad). ¿Qué caracteriza a dicha ética de la responsabilidad? Precisamente el no ser un obrar conforme a convicciones, sino con miras a ciertos resultados. La ética de la responsabilidad no es más que el nombre respetable del utilitarismo. Es la ética de la burocracia moderna, en que el actor recibe un fin a alcanzar, y pone los medios que se requiera para alcanzarlo, pero sin cuestionar nada de los fines recibidos. Es la ética de un mundo que de hecho nos considera ciegos para tales fines, con una racionalidad limitada a la búsqueda de los medios eficaces.
El descaradamente construir una alternativa a la ética y bautizar esa alternativa como "ética" no es pues nada novedoso, como tampoco es novedoso el considerarnos ciegos para los fines. Nada parece muy nuevo en el discurso postmoderno. Aunque por supuesto sí hay una diferencia: Weber no oculta que está ofreciendo una racionalización de la burocracia, ni oculta que el actuar en base a convicciones, salvo en el caso de algún santo, le parece algo "indigno". El postmoderno, en un triste autoengaño, cree en cambio que precisamente esto, la ética de la responsabilidad, es un actuar por convicción que inaugura una época más auténtica. ¿No deberíamos, en el peor de los casos, preferir la lucidez de Weber? Sí, en el peor de los casos. Pero afortunadamente no estamos ante el peor de los casos, porque las alternativas no se agotan en ser moderno o postmoderno.
Sobre el autor:
Manfred Svensson es chileno, Doctor en Filosofía por la Universidad de München, profesor de Filosofía Medieval en la Universidad de los Andes. Se dedica sobre todo a los "límites" de la filosofía medieval, su comienzo en Agustín, su fin en el siglo XVI o XVII, donde le interesan autores como Melanchthon, y Locke en el siglo siguiente -en pocas palabras: todo el problema de continuidad y descontinuidad entre mundo medieval-Reforma-modernidad. Fuera de la Universidad se dedica sobre todo a escribir trabajos de difusión y formación general para las iglesias evangélicas.
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