Si Martín Lutero viviera hoy, probablemente la mayoría ya lo hubiera funado antes de llegar a clavar las 95 tesis. No sólo por hereje, sino por imprudente. Por su temperamento volcánico, su lengua descontrolada y su capacidad innata para enemistarse con medio mundo.
Lutero no era precisamente el modelo de virtud que uno esperaría de un “héroe de la fe”. Tenía la sutileza de un carpintero clavando un clavo y la diplomacia de un toro de San Fermín. Sus escritos están salpicados de insultos y procacidades dignas de una taberna medieval. Le decía al papa “asno”, a sus opositores “idiotas llenos de caca” y, según cuentan, tenía una relación bastante cercana con la cerveza… muy cercana.
Sí, el hombre que cambió la historia de la Iglesia era malhablado, colérico y con un hígado entrenado para resistir las fiestas de Sangolquí (Ecuador). No era un santo, ni un monje de mirada serena que rezaba con calma zen . Era más bien un tipo atormentado, terco y rudo, que discutía con el diablo mientras llenaba su jarra con más cerveza.
Y sin embargo… Dios lo usó.
Y eso quizás sea lo más escandaloso de todo… Otra vez Dios usando lo vil y menospreciado del mundo… Haciendo sus grandes reformas no con los impecables, sino con los insoportables. Los que no encajan. Los que dudan, se enojan, se contradicen y aun así se atreven a creer que algo puede cambiar.

Martín Lutero: Renegado y profeta
Martín Lutero: Renegado y profeta, de Lyndal Roper, nos presenta al reformador como un ser humano complejo, contradictorio y profundamente apasionado. Lejos del héroe idealizado, Roper lo muestra como un hombre atormentado por sus dudas, brillante en su pluma e implacable en su carácter. A través de una narrativa rigurosa y envolvente, la autora desentraña las tensiones psicológicas y espirituales que dieron forma a la Reforma, mostrando cómo un acto de fe y rebeldía desencadenó un cambio irreversible en la historia de Occidente.
Lutero no fue un santo: fue un hombre. Un hombre que se enfrentó al poder de Roma, pero sobre todo, se enfrentó a su propia oscuridad. Un hombre que falló mil veces, pero que en algún punto decidió escuchar una voz que gritaba más fuerte que sus defectos.
Y eso, tal vez, sea lo más divino que hay en la historia de la Reforma Protestante, que Dios sigue haciendo reformas con la misma clase de gente. Con los imperfectos, los impulsivos, los que quisiéramos expulsar de nuestras iglesias, pero Dios todavía los tiene ahí aunque no lo entendamos. Con los que, como Lutero, tropiezan con su humanidad, pero no dejan de caminar, resbalan con sus defectos, pero nunca dejan de creer… Son lapidados con el juicio de los «perfectos», pero saben que la última palabra la tiene Dios.

