Cuando el poder usa la fe | Por Wido Contreras


Liderazgos religiosos alineados con discursos autoritarios han distorsionado el mensaje de Jesús, quien habló de amor, fraternidad y cuidado por los más desfavorecidos. Ese mensaje, que debía unir, hoy se utiliza para dividir, silenciar y marginar. Sin embargo, también emergen voces evangélicas que apuestan por el diálogo, la paz y la justicia como expresión coherente del Evangelio.


En América Latina y el mundo, el cristianismo ha sido manipulado por liderazgos políticos que lo han convertido en un arma de poder. Jair Bolsonaro, Javier Milei y José Antonio Kast —figuras que representan a sectores de la élite política conservadora— han instrumentalizado símbolos religiosos para justificar discursos autoritarios y excluyentes. Han hecho del púlpito una plataforma política, y de la fe, una excusa para manipular conciencias y dividir comunidades. Bajo el amparo de la moral cristiana, intentan imponer agendas valóricas que restringen derechos, como el acceso al aborto o la educación sexual, mientras se mantienen cómodamente aliados con quienes concentran la riqueza y el poder.


El problema no es que estas figuras sean creyentes —todas las personas tienen derecho a vivir su espiritualidad—, sino que han impuesto una visión en la que la derecha es «de Dios» y todo lo que se opone a ella es visto como impiedad. Esta narrativa reduce el Evangelio a una herramienta de control, alejándolo de su fuerza liberadora.


Como cristiano evangélico, me duele profundamente ver cómo muchas personas ya no se sienten libres para reflexionar ni participar políticamente si no es dentro del estrecho marco definido por estos liderazgos. Lo he visto en mi entorno, en mi iglesia, en amigos que prefieren callar antes que cuestionar.


En los sectores populares, donde la pobreza es estructural, esta visión resulta aún más dañina. La derecha que se proclama moralmente superior es la misma que se muestra indiferente frente a la falta de salud, vivienda o educación digna. Pero en tiempos electorales, aparece repartiendo Biblias mientras pacta con los poderosos y mantiene a los pobres al margen.


Me duele como cristiano evangélico que la fe de los humildes sea utilizada como estrategia electoral, mientras se ignoran las necesidades reales del pueblo. Esta fe manipulada predica la resignación en vez de la dignidad, y perpetúa la injusticia bajo el disfraz de la obediencia espiritual.


Este secuestro de la fe ha llevado a muchos creyentes a vivir su espiritualidad en silencio. La religión, lejos de ser un espacio de justicia, se ha convertido en una institución pasiva. Aunque realiza ayuda social, lo hace sin cuestionar las estructuras que perpetúan la miseria. Y mientras tanto, los sectores ultraconservadores se niegan a promover cambios sostenibles, aferrándose a una fe domesticada que legitima el abuso.


Lo más grave es que veo a pastores predicar desde sus púlpitos a favor de gobiernos que asesinan civiles, destruyen comunidades y siembran pobreza, como si apoyar a quienes aplastan pueblos desarmados fuera un acto de fidelidad espiritual. Todo esto ocurre mientras guardan silencio ante el hambre, el abandono y el genocidio en Gaza.


Se reproduce así una fe cómoda, incapaz de mirar el sufrimiento de frente. Una fe alejada del Jesús que se indignaba ante la injusticia y abrazaba a los más pequeños. Una fe que prefiere mirar hacia arriba antes que, al costado, donde están los que sufren.


Pero no todo está perdido


También emergen voces dentro del mundo evangélico que reivindican el Evangelio como mensaje de paz, dignidad y justicia. Durante la conmemoración del acto “Democracia Siempre”, encabezado por el presidente Gabriel Boric, el pastor Sebastián Vasconcelo, de la Iglesia Ministerio de Fe de Valparaíso y representante de ONAR, dio un mensaje con perspectiva bíblica que llamó al respeto, al diálogo y al reconocimiento de la diversidad como parte de la unidad.


Necesitamos más liderazgos así: que prefieran la paz antes que la discriminación, el diálogo antes que la confrontación. Que no teman sentarse en la mesa con quienes piensan distinto, pero comparten el anhelo de una sociedad más justa. No se trata de tener más pastores de un sector político, sino de líderes que comprendan que el Evangelio no puede ser rehén de ideologías, y que su verdadera fuerza está en su capacidad de transformar corazones y estructuras.


Hoy Jesucristo parece estar dividido. Algunos lo proclaman como símbolo de poder, riqueza y gloria. Otros lo buscan como presencia viva entre los oprimidos. ¿Cuál es el verdadero camino? Cada iglesia parece anunciar un Jesús distinto. Y aunque todas proclaman el amor como centro, muchas conducen a caminos contrarios, alejándonos de ese amor que hoy se vuelve incomprendido, distorsionado, incluso temido.


Es urgente recuperar el Evangelio original: Ese que invita a reflexionar críticamente sobre el presente. Ser ciudadano con conciencia de clase y postura política no es mundanalidad: es responsabilidad ética. No se trata de vivir una espiritualidad aislada, sino de habitarla con coherencia. Porque una fe viva no impone: acompaña, consuela, transforma.


Ser cristiano no es ser de derecha. Ser cristiano es ser justo.


Tal como enseñó Jesús: «el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir».


Pero hoy, el odio se impone donde debería habitar el servicio. El miedo reemplaza al amor.


Y nuestra tarea, como creyentes, es volver a poner el Evangelio del lado de la vida.

Sobre el autor: 

Wido Contreras es trabajador social y cristiano evangélico pentecostal. Actualmente cursa un Magíster en Gobierno y Dirección Pública en la Universidad Autónoma de Chile. Ha desarrollado su trayectoria desde una acción social comprometida en contextos de alta vulnerabilidad. Cree en una fe encarnada en el territorio, al servicio de las personas, que busca justicia, dignidad y transformación para las comunidades.

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Autor: Wido Contreras

Wido Contreras es trabajador social y cristiano evangélico pentecostal. Actualmente cursa un Magíster en Gobierno y Dirección Pública en la Universidad Autónoma de Chile. Ha desarrollado su trayectoria desde una acción social comprometida en contextos de alta vulnerabilidad. Cree en una fe encarnada en el territorio, al servicio de las personas, que busca justicia, dignidad y transformación para las comunidades.

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