Lamentable presencia | Por Norberto Saracco

El sábado pasado asistimos a la lamentable presencia del Sr. presidente Javier Milei en la inauguración de un templo evangélico, el más grande del país. Lamentable, no por la presencia en sí misma —los organizadores del evento tienen el derecho de invitar a quien deseen en el marco de tan importante celebración, incluyendo al presidente—, sino porque se prestó el sagrado lugar del púlpito para que el presidente, en un claro acto partidario, dirigiera su diatriba plagada de falsos argumentos, distorsiones maliciosas y afirmaciones totalmente contrarias a las enseñanzas del Evangelio.

Se promocionó el acto como un hecho histórico, ya que era la primera vez que un presidente asistía a un evento semejante en un templo evangélico. Es cierto. Pero debemos agregar que jamás un presidente asistió para dar un discurso en un acto religioso judío, católico o musulmán. Esas expresiones religiosas conservan un respeto por sus espacios y eventos sagrados que, evidentemente, los evangélicos no tenemos.

Al discurso de odio y descalificación del adversario, que el presidente enarbola orgulloso como su más preciada bandera, debemos sumarle lo que repitió hasta el cansancio en su sagrada arenga del sábado: la descalificación del Estado, al que hay que combatir hasta eliminarlo, y la exaltación de la más absoluta libertad del ser humano, para que cada uno logre lo que sus fuerzas y habilidades le permitan.

Para millones de argentinos esto suena como canto de sirenas, ya que venimos de un Estado que no dejó espacio sin saquear, que robó a los más pobres y dejó al 52 % de la población bajo la línea de pobreza. Claro que ese Estado nadie lo quiere: es una manifestación diabólica.

En su argumentación, dentro del contexto de una iglesia evangélica, el presidente no encontró mejor recurso que vincular el capitalismo con el protestantismo (tesis de Max Weber), como si ese solo vínculo fuera suficiente. El presidente, o quienes le escriben los discursos, olvida o ignora que fue en sociedades capitalistas y protestantes —como la de Estados Unidos e Inglaterra— donde se desarrolló y sostuvo la esclavitud y el racismo, aún hoy no superados.

Lo que olvida o ignora el señor presidente es que los países con mejor nivel de vida para todos, y no solo para unos pocos, son los países escandinavos. Estos países se basan en principios protestantes, sí, pero —y aquí está la diferencia— aplicados por un Estado muy presente.

Nos enseña Dios en su Palabra que el corazón del hombre está esencialmente inclinado al mal. En nuestra teología lo llamamos “pecado original”. Por lo tanto, dejar la suerte de las personas librada a sus propias capacidades y posibilidades, en una jungla del “sálvese quien pueda”, es lo más antievangélico que podemos hacer.

Darle a semejante y perversa herejía el espacio sagrado de una iglesia es lamentable. Ver al pueblo aplaudir y decir “amén” a lo que ni entiende ni sabe, quebranta el corazón. Manchar el testimonio de la iglesia evangélica —que en sus miles de lugares de culto sirve al Señor de manera sacrificial, con escasos recursos, siendo sal y luz en los rincones más olvidados de la sociedad— es un pecado inmerecido.

Es cierto, fue la primera vez que un presidente ocupó un púlpito evangélico.

QUÉ PENA.

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Sobre el autor: 

Norberto Saracco es pastor, educador y teólogo pentecostal. Fundador del Instituto Teológico FIET y pastor de la Iglesia Buenas Nuevas en Buenos Aires, ha dedicado su vida a la formación teológica y la unidad evangélica. Fue co-presidente del Consejo de Pastores de Buenos Aires y es miembro de la Junta Directiva de ACIERA y CRECES. Con maestrías en teología y ciencias religiosas, y un doctorado en teología por la Universidad de Birmingham, ha liderado iniciativas de educación teológica en América Latina y globalmente, incluyendo su servicio en la Alianza Evangélica Mundial y el Movimiento de Lausana.

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