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martes, 15 de julio de 2025

1700 años después: ¿Qué significa hoy decir “Creo en la Iglesia una, santa, universal y apostólica”? | Por Bernabé

Hace diecisiete siglos, los obispos reunidos en Nicea escribieron una de las afirmaciones más audaces del cristianismo: “Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica”. Hoy, cuando decimos lo mismo, ¿estamos repitiendo una fórmula antigua o confesando una esperanza viva? ¿Qué significa, en este siglo de crisis e incertidumbre, seguir creyendo en la Iglesia?

Una Iglesia que confiesa desde la herida

Decir “Creo en la Iglesia” no es una expresión de poder, sino una confesión de fe desde la fragilidad. La Iglesia, en su historia, ha sido espacio de consuelo y también de escándalo, de vida y también de dolor. En América Latina hemos visto su rostro profético junto a los pobres, pero también su silencio cómplice frente a los poderosos.

Como recuerda Leonardo Boff, solo una Iglesia que reconoce sus heridas puede abrirse al actuar del Espíritu (1). No es la Iglesia poderosa la que transforma, sino la que se despoja de pretensiones de grandeza para ser servidora.

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Una Iglesia una: comunión reconciliada

Confesar que la Iglesia es una no implica negar la diversidad ni tapar las divisiones. Es afirmar que nuestra vocación más profunda es la comunión. El Concilio de Nicea buscó preservar la unidad en medio del conflicto. Hoy, esa unidad no puede ser uniformidad impuesta, sino reconciliación vivida en medio de nuestras diferencias culturales, eclesiales y sociales.

La unidad se construye con paciencia, humildad y diálogo. Se sostiene no en el poder, sino en el amor compartido. En un mundo de fragmentación, la Iglesia una es una profecía de reconciliación posible.

Una Iglesia santa: presencia del Espíritu

Decir que la Iglesia es santa no es declarar su perfección. Es afirmar que le pertenece a Dios, que el Espíritu habita en ella, aun cuando sus miembros fallen. Como plantea Jürgen Moltmann, la santidad no se mide por la pureza doctrinal o institucional, sino por la apertura al Espíritu que vivifica, consuela y empuja hacia la vida (2).

La santidad de la Iglesia no está en sus estructuras, sino en su capacidad de ser espacio de misericordia, de consuelo, de justicia. La Iglesia es santa porque el Espíritu Santo no la ha abandonado, y sigue actuando a través de quienes aman, sirven y dan la vida.

Una Iglesia católica: abierta al mundo

La palabra católica significa “universal”. No se refiere a una denominación específica, sino a una vocación abierta: la Iglesia está llamada a ser casa para todos y todas, espacio inclusivo, cuerpo que acoge y envía.

En su larga reflexión sobre la misión, Samuel Escobar ha insistido en que la Iglesia debe vivir encarnada en los pueblos, conectada con sus culturas, dolores y esperanzas, y no encerrada en modelos coloniales o en estructuras que ya no comunican vida. Una Iglesia verdaderamente católica no teme la pluralidad: la abraza, la escucha y la transforma desde el Evangelio.

Una Iglesia apostólica: enviada y profética

Confesar que la Iglesia es apostólica no es mirar al pasado con nostalgia, sino al presente con responsabilidad. Apostólica significa que la Iglesia vive en salida, guiada por la Palabra, al servicio del mundo.

José Comblin ha reflexionado sobre la dimensión profética de la Iglesia como una forma de vida que resiste la mentira del poder y anuncia una realidad diferente, conforme al Reino (3). La Iglesia apostólica es aquella que escucha los clamores del mundo, que camina con los últimos y se deja transformar por el sufrimiento humano.

Una fe para confesar con esperanza

Decir hoy “Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica” es un acto de resistencia espiritual. Es afirmar que Dios no ha abandonado la historia, que el Espíritu sigue convocando a un pueblo, y que la comunión es posible incluso en tiempos de desencanto.

No creemos en una Iglesia idealizada. Creemos en una Iglesia real, herida y santa, en camino y en lucha, sostenida por la gracia y abierta al Reino.

LEE LA SERIE DE ARTÍCULOS "EL ECO DE NICEA: UNA SERIE PARA NUESTRO TIEMPO" 

Durante nueve semanas, hemos recorrido el eco del Concilio de Nicea, no como un vestigio del pasado, sino como una melodía aún viva en nuestra fe. Que esta confesión, escrita hace 1700 años, siga empujándonos hacia una Iglesia más fiel, más humana, más llena del Espíritu.

Creo en la Iglesia… y por eso sigo caminando con ella.


Referencias:

(1) Leonardo Boff. Iglesia: carisma y poder. Salamanca. Sal Terrae, 2001.

(2) Jürgen Moltmann. La Iglesia en el poder del Espíritu. Internet Archive

(3) José Comblin. La profecía en la Iglesia. PPC Editorial, 2013.

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Sobre el autor: 

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