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jueves, 26 de septiembre de 2024

Seúl 2024: ¿Quién necesita pedir perdón en Lausana IV? | Por Bernabé

En el marco del Congreso Lausana IV, Ruth Padilla DeBorst, una de las voces más respetadas en la teología integral, emitió un discurso que tocó fibras sensibles al denunciar la injusticia y la opresión en el conflicto palestino-israelí y otros contextos globales. Su intervención provocó "disculpas por parte de Lausana IV" a los asistentes a Seúl 2024, pero quizá deberíamos preguntarnos: ¿no es Lausana IV quien realmente debería estar pidiendo perdón? En un evento que aspira a representar a la iglesia global, es imprescindible reconocer las injusticias y los desequilibrios en cómo se abordan estos temas. Aquí compartimos la carta abierta de Ruth Padilla, que no solo aclara su postura, sino que invita a un diálogo honesto sobre la verdadera misión de la iglesia: buscar justicia para todos y todas, sin excepciones.

Leamos y reflexionemos sobre la necesidad de una iglesia comprometida con la justicia en todas sus formas. 

Carta abierta de Ruth Padilla a Lausana IV en respuesta a las disculpas del Congreso
Por Ruth Padilla

25 de septiembre de 2024

El Equipo del Programa de Lausana me pidió que hablara en Seúl sobre un tema que es fundamental para el carácter de Dios, para la Buena Nueva y para la vocación del pueblo de Dios en el mundo. Me dieron 15 minutos para hablar sobre la justicia. Quizá nunca debí aceptar la invitación. Hay tantas expresiones de injusticia en nuestro mundo, ¿cómo podría alguien abordar a fondo y con responsabilidad un tema tan profundo y amplio y los complicados escenarios relacionados con él desde un punto de vista bíblico y teológico en solo 15 minutos?

A la luz de las inquietudes suscitadas, ratifico aquí algunos puntos y aclaro otros dos. Buscar la justicia es una marca del pueblo de Dios y esto requiere llorar el dolor, nombrar los agravios, arrepentirnos de nuestra complicidad y actuar de acuerdo con el carácter de Dios mediante la obra del Espíritu Santo.

Dios escucha los gritos de todos los que sufren injusticias. Y haciéndonos eco del corazón compasivo de Dios, lloramos con los pobres y marginados. Lloramos con las víctimas del racismo, la discriminación y los abusos de todo tipo. Lloramos con los millones de desplazados por el cambio climático. Lloramos con la tierra misma y con las especies que desaparecen. Lloramos con todos los que sufren la guerra en todo el mundo. Su dolor es nuestro dolor.

Somos enviados al mundo en todo su desorden, como lo fue Jesús. No huimos de la realidad a pesar de su complejidad. Por el contrario, nombramos lo que vemos, reconociendo que nuestra perspectiva está marcada por nuestra experiencia y contexto, que otros tienen puntos de vista diferentes, que solo podemos obtener una imagen más completa escuchándonos humildemente unos a otros y que, al mismo tiempo, debemos buscar activamente la justicia, haciéndonos eco del corazón de Dios para hacer que todas las cosas sean justas.

En este sentido, en mi charla sobre la justicia afirmé que lo que hace que el pueblo de Dios sea tal no son las expresiones superficiales de piedad religiosa, la jerga «cristiana», los jingles de adoración o las teologías colonialistas que justifican y financian la opresión bajo el disfraz de una escatología dispensacionalista.

Esto no es en modo alguno un rechazo general de la teología dispensacionalista y, menos aún, de las hermanas y hermanos que suscriben (sic) esa postura. Lo siento por el dolor que mi declaración haya podido causar. Lo que estoy nombrando es el preocupante razonamiento teológico sostenido por algunas personas para perpetrar la injusticia contra ciertas otras personas.

Una segunda aclaración tiene que ver con la siguiente afirmación:

No hay lugar para la indiferencia hacia todos los que sufren el azote de la guerra y la violencia en todo el mundo, el pueblo desarraigado y asediado de Gaza, los rehenes retenidos tanto por Israel como por Hamás y sus familias, los palestinos amenazados en sus propios territorios, todos los que lloran la pérdida de seres queridos. Su dolor es nuestro dolor si somos el pueblo de Dios.

Aunque me referí a «todos los que sufren» y «todos los que están de luto» en todo el mundo, ¿por qué iba a centrarme en Gaza y los palestinos? ¿Por qué nombrarlos explícitamente solo a ellos? Estoy convencida de que se trata de una cuestión de justicia actual en relación con la cual nosotros, como cristianos, tenemos una responsabilidad particular. Me explico. En verdad, el ataque de Hamás de hace casi un año fue abominable y absolutamente reprobable, y en verdad las personas que viven en Israel, judíos, palestinos y otros, están siendo amenazadas mientras escribo. Su dolor es nuestro dolor. Al mismo tiempo, el prolongado sufrimiento de los palestinos se ha visto agravado por los ataques contra Gaza desde el 7 de octubre, en los que han muerto más de 40.000 personas, muchas de ellas niños. Además, los ataques de los colonos no han hecho más que aumentar en Cisjordania. Su dolor es nuestro dolor, o debería serlo. Sin embargo, demasiados evangélicos de todo el mundo «apoyan a Israel» y permanecen ajenos al sufrimiento de los palestinos. Hay que ponerle nombre a esta injusticia.

Mi oración es que, como nos desafió tan claramente la Reverenda Dra. Anne Zaki, podamos alzar con valentía nuestras voces y no ser silenciados, y que podamos entablar humildemente una conversación respetuosa en medio de nuestras diferencias para que, juntos, podamos declarar y mostrar a Cristo en un mundo quebrantado.
 

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