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Era la cuarta jornada del congreso y lo latente salía a la superficie con dolor y con la fuerza de un aval institucional. Increíble. Un correo electrónico problemático, enviado por el director del Congreso Lausana 4, se distanció de una de las presentaciones más contundentes del evento. En esta presentación, de autoría de Ruth Padilla DeBorst, se habló de la justicia de Dios y se señaló la violencia de la guerra en Israel y sus miles de muertes, especialmente en Gaza. Este fue solo uno de los temas señalados, en un mosaico de realidades de injusticias vividas en nuestro tiempo. "Perdón", decía el correo electrónico. La organización del evento no había prestado la debida atención al contenido del texto presentado y hubo cosas que pasaron desapercibidas.
Claro, claro, claro, había detalles teológicos que estaban en juego, que la autora misma de la presentación se encargaría de reconocer, pero ¿qué pasa con la guerra? ¿Las muertes? ¿Las vidas? ¿Y las iglesias? ¿Y qué pasa con los cristianos que viven y sufren esta cruel realidad? ¿Ninguna palabra? ¿Ningún gesto? ¿Serán, una vez más, simplemente abandonados?
¡Día del abandono!
Fue el 25 de septiembre del 2024, el cuarto día del Congreso. El día está marcado: el abandono. El día estuvo marcado por las lágrimas de las hermanas y hermanos de las iglesias palestinas. ¡Atención! Están presentes y, a pesar de las miles de lágrimas que han derramado en el transcurso de estos largos meses, una vez más se han derramado y se han derramado con sentimiento. Llegaron mientras estaban rodeados de miles de cristianos de los más diversos lugares y que, una vez más, rara vez notaban las lágrimas de una Iglesia sufriente, perseguida y decreciente. El sentimiento de abandono no puede ser más profundo, más doloroso, más increíble.
Increíble en muchos sentidos. Increíble por haber sido desencadenado por este correo electrónico enviado por aquellos que habían aprobado la llegada de estos cristianos palestinos. Increíble porque sucedía en un día en el que se hablaba de la iglesia perseguida y de la iglesia sufriente, al mismo tiempo que el silencio en torno a la iglesia palestina hablaba fuerte. Un silencio que decía que a la iglesia mundial no le importaba. No los necesitaba, haciéndose eco de una de las frases tópicas del evento que denunciaba el pecado del aislacionismo: no te necesito.
Los hermanos y hermanas ya sabían de este descarte, pero no sabían que dolía tanto vivirlo al lado de quienes pasaban por allí, usando una imagen que entendemos.
El abandono no podría ser más doloroso y revelador de un cuerpo fracturado y lastimado. El Cuerpo de Cristo.
Día del abrazo
¡Lo vi! Vi que también había otras lágrimas. Lágrimas que brotaban de otros ojos llorosos y que, nacidas de lo más profundo del alma, querían expresar arrepentimiento y solidaridad. Es un hecho. Hay muchos otros que tienen lágrimas que derramar. Hay muchas otras almas que, solidarias, tienen espacio para llorar.
Movámonos, pues, hacia la búsqueda de las lágrimas sufridas de estos hermanos y hermanas, en busca de transformar el día del abandono en el día del abrazo.
Lo sé. Es necesario ir despacio, porque antes de abrazar es necesario reconocer el abandono, e incluso el descuido, al que sometimos a esas iglesias y a esos hermanos. Es necesario hacer aquello a lo que este acontecimiento nos ha llamado: el arrepentimiento. Penitencia, se dijo muchas veces.
Ahora bien, como hemos visto aquí, el arrepentimiento no es abstracto, sino real y tiene varias facetas. Para enumerarlas, es necesario escuchar a nuestros hermanos y hermanas de Palestina para que podamos hacer entrar en nosotros su clamor. El clamor por ser reconocidos y no olvidados e ignorados. El clamor de no ser víctimas de una teología que no tiene lugar para ellos como partícipes del "Israel de Dios". El clamor que pide la suspensión del envío de las armas por las que serán asesinados y por el pronto cese al fuego y fin de la guerra. El clamor de participación en la reconstrucción tanto de la iglesia como de sus comunidades, como señal de un Dios que no abandona sino que está presente y lo hace a través de su cuerpo.
Entonces, y solo entonces, el día del abandono puede ser seguido por el día del abrazo. Un abrazo que, con verdaderas tintas escatológicas, puede comenzar con el intercambio de lágrimas.
¿Podemos esperar otro correo electrónico?
Claro, claro, claro, había detalles teológicos que estaban en juego, que la autora misma de la presentación se encargaría de reconocer, pero ¿qué pasa con la guerra? ¿Las muertes? ¿Las vidas? ¿Y las iglesias? ¿Y qué pasa con los cristianos que viven y sufren esta cruel realidad? ¿Ninguna palabra? ¿Ningún gesto? ¿Serán, una vez más, simplemente abandonados?
¡Día del abandono!
Fue el 25 de septiembre del 2024, el cuarto día del Congreso. El día está marcado: el abandono. El día estuvo marcado por las lágrimas de las hermanas y hermanos de las iglesias palestinas. ¡Atención! Están presentes y, a pesar de las miles de lágrimas que han derramado en el transcurso de estos largos meses, una vez más se han derramado y se han derramado con sentimiento. Llegaron mientras estaban rodeados de miles de cristianos de los más diversos lugares y que, una vez más, rara vez notaban las lágrimas de una Iglesia sufriente, perseguida y decreciente. El sentimiento de abandono no puede ser más profundo, más doloroso, más increíble.
Increíble en muchos sentidos. Increíble por haber sido desencadenado por este correo electrónico enviado por aquellos que habían aprobado la llegada de estos cristianos palestinos. Increíble porque sucedía en un día en el que se hablaba de la iglesia perseguida y de la iglesia sufriente, al mismo tiempo que el silencio en torno a la iglesia palestina hablaba fuerte. Un silencio que decía que a la iglesia mundial no le importaba. No los necesitaba, haciéndose eco de una de las frases tópicas del evento que denunciaba el pecado del aislacionismo: no te necesito.
Los hermanos y hermanas ya sabían de este descarte, pero no sabían que dolía tanto vivirlo al lado de quienes pasaban por allí, usando una imagen que entendemos.
El abandono no podría ser más doloroso y revelador de un cuerpo fracturado y lastimado. El Cuerpo de Cristo.
Día del abrazo
¡Lo vi! Vi que también había otras lágrimas. Lágrimas que brotaban de otros ojos llorosos y que, nacidas de lo más profundo del alma, querían expresar arrepentimiento y solidaridad. Es un hecho. Hay muchos otros que tienen lágrimas que derramar. Hay muchas otras almas que, solidarias, tienen espacio para llorar.
Movámonos, pues, hacia la búsqueda de las lágrimas sufridas de estos hermanos y hermanas, en busca de transformar el día del abandono en el día del abrazo.
Lo sé. Es necesario ir despacio, porque antes de abrazar es necesario reconocer el abandono, e incluso el descuido, al que sometimos a esas iglesias y a esos hermanos. Es necesario hacer aquello a lo que este acontecimiento nos ha llamado: el arrepentimiento. Penitencia, se dijo muchas veces.
Ahora bien, como hemos visto aquí, el arrepentimiento no es abstracto, sino real y tiene varias facetas. Para enumerarlas, es necesario escuchar a nuestros hermanos y hermanas de Palestina para que podamos hacer entrar en nosotros su clamor. El clamor por ser reconocidos y no olvidados e ignorados. El clamor de no ser víctimas de una teología que no tiene lugar para ellos como partícipes del "Israel de Dios". El clamor que pide la suspensión del envío de las armas por las que serán asesinados y por el pronto cese al fuego y fin de la guerra. El clamor de participación en la reconstrucción tanto de la iglesia como de sus comunidades, como señal de un Dios que no abandona sino que está presente y lo hace a través de su cuerpo.
Entonces, y solo entonces, el día del abandono puede ser seguido por el día del abrazo. Un abrazo que, con verdaderas tintas escatológicas, puede comenzar con el intercambio de lágrimas.
¿Podemos esperar otro correo electrónico?
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Sobre el autor:
Valdir Steuernagel ha trabajado con World Vision desde 1989, donde ha presidido tanto el consejo nacional como el internacional de la organización. Actualmente, se desempeña como embajador de World Vision Brasil y de la Alianza Cristiana Evangélica Brasileña, además de ser columnista de la revista Ultimato. Es pastor luterano y cuenta con una maestría y un doctorado (PhD) de la Lutheran School of Theology en Chicago, Estados Unidos.
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