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| Iglesia Bautista La Casa del Padre, Ushuaia - Foto: Estela Florit |
Estando allá, encontró un templo de una iglesia bautista y me envió varias fotografías, con el mensaje, “Como usted es un orgulloso bautista pensé que le agradaría saber que, hasta tan lejano lugar, los hermanos se reúnen para buscar al Señor”.
Me alegró recibir las imágenes, pero también que me identificara como lo que soy: “un orgulloso bautista”. Es un orgullo, no de jactancia, ni petulancia; lejos de mí tantos defectos, sino de gratitud y pertenencia. A mis 18 años llegué a una iglesia bautista en mi ciudad, Cali, Colombia, donde me recibieron con afecto de amigos y me brindaron calor de familia.
Allí me dieron las primeras lecciones de fe evangélica, me enseñaron que seguir a Jesús era servirlo, me dieron oportunidades de trabajar en diferentes áreas ministeriales y, pasados unos años, la comunidad me llamó para que fuera, primero copastor (1980-1984) y luego su pastor titular (1984-1995). Después de la iglesia, vino el trabajo en educación teológica, como profesor y rector de lo que en esos años era el Seminario Teológico Bautista Internacional, hoy, Fundación Bautista Universitaria (1995-2000).
Por esos mismos años, fui vicepresidente de la Convención Bautista Colombiana, entre otros cargos nacionales y, a nivel internacional, miembro del Comité Ejecutivo y director del Departamento de Educación Teológica de la Unión Bautista Latinoamericana (UBLA). Hace casi 30 años, junto con los Drs. Samuel Escobar, Pablo Moreno, Angel Luis Gutiérrez y otros colegas, fundamos en Cochabamba, Bolivia, la Red de Instituciones Bautistas de Educación Teológica (RIBET). En fin, la lista de honores y alegría es tan larga como ya son muchos mis años como pastor bautista.
Desde el 2000 hasta la fecha, y ya en Costa Rica, como parte del equipo de trabajo de World Vision para América Latina, he sido miembro, junto con mi familia, de dos iglesias bautistas. He sido maestro, predicador, miembros de numerosos comités, parte del consejo pastoral y otra larga lista de funciones que me llenan de eso que mi amiga llamó “orgullo bautista”. ¡A esa historia me debo! a la de pertenecer a una familia (eso sí, imperfecta, como lo soy también yo) en la cual celebro la fe y hago vida comunitaria.
Es el orgullo de no haber vivido la fe sólo y de identificarme con una tradición que ya cumplió más de 400 años, con la que comparto su credo, sus principios, fundamentos y su espíritu (el espíritu bautista). Una tradición, también es cierto, que autocritico por sus apegos a una rancia tradición eclesial conservadora que, sobre todo en América Latina y el Caribe, necesita cambiar con urgencia para remozar su mensaje y sus formas de ser iglesia.
Como bautista, no podría sentirme orgulloso de lo que pasa en mi denominación en tantos lugares del mundo: fundamentalismos vergonzosos, discriminaciones racistas, afectos políticos que no me representan y tantas otras actitudes y conductas que desdicen de la fe que yo aprendí y sigo enseñando.
Es, entonces, orgullo afectivo, que apela a mi historia personal. No es, de ninguna manera, orgullo institucional, ni menos desprecio a otras formas y maneras de creer y de vivir la fe.
Dejémoslo así: soy bautista (es la fe que cultivo), cristiano interconfesional, de relaciones interreligiosas (es la fe que necesito), y de respeto y actitud dialogante con los que no profesan credo alguno (es la fe que aprendí). Esta es la esperanza que anima mi vida y esa la comunidad de la que formo parte.
Sobre el autor:
El pastor y teólogo Harold Segura es colombiano, radicado en Costa Rica. Director de Fe y Desarrollo de World Vision en América Latina y El Caribe y autor de varios libros. Anteriormente fue Rector del Seminario Teológico Bautista Internacional de Colombia.
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