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miércoles, 4 de noviembre de 2020

Del caballo amarillento

 Por Kenneth Calderón, Costa Rica

Ilustración: El triunfo de la muerte

 

"Y miré, y he aquí un caballo amarillo:
y el que estaba sentado sobre él tenía por
nombre Muerte; y el infierno le seguía…"
Apocalipsis 6.8



El caballo amarillento galopa sobre la tierra. A su paso, el polvo que levanta crea una espesa nube de incertidumbre: a tientas trastabillamos guiando a ciegos.

De los último tiempos

Era de esperar que en esta coyuntura histórica los discursos revestidos de catástrofe y hecatombes -fascinación de los literalistas apocalípticos- se desataran en las comunidades religiosas y en los medios de comunicación: el lunes negro, el reloj del día del juicio, los últimos tiempos,  “porque escrito está” o los Simpson lo habían vaticinado… en todo caso, este cataclismo apocalíptico pareciera estar más acorde a las narrativas de The Last of  Us o The Walking Dead, que a la tradición de la literatura apocalíptica. Es cierto, resuena el discurso del Monte de los Olivos, pero actualizado e interpretado cual estado de Facebook: dios y la disciplina cósmica vuelve al imaginario popular.

Del Apocalispsis y su género

El texto paradigmático es el Apocalipsis de Juan de Patmos, obra heredera del imaginario y la estética de la literatura apocalíptica. Los orígenes de este género se encuentran en el segundo siglo a.c. (los oráculos sibilinos o el libro de Daniel por ejemplo) y nacen en el seno de las comunidades judías helenísticas que reflexionan en busca de respuestas a la opresión y el despojo sufridos bajo las sucesión de imperios (el exilio babilonio o el trauma nacional del periodo de Antíoco Epífanes). Estos textos interpretan el desarrollo de la historia como un enfrentamiento cósmico entre el bien y el mal. En medio del caos y la tragedia, la esperanza se reconstruye y al final e impone la utopía. El Apocalipsis de Juan de Patmos nace también en un contexto de persecución (finales de primer siglo d.c.), y se alinea a la estética apocalíptica (la cual es una de las ramas del cristianismo temprano señaladas por Dunn), que interpreta la consumación de la historia con la futura parusía del mesías, lo cual implicaría una nueva comunidad. Ahora bien, el Apocalipsis emplea elementos míticos -el sol, la luna, el abismo, etc-, y construye imágenes simbólicas a partir de realidades humanas -la mujer, los ancianos, la ciudad Jerusalén, etc- (Richard), estos mitos y símbolos remiten a un imaginario específico de un contexto histórico. Como anota Juan Stam, en su comentario al Apocalispsis, es fundamental interpretar el texto desde un acercamiento histórico-contextual, además desde ética (posicionamiento), distanciarse de estos enfoques llevaría a las absurdas distorsiones, como las que han abarrotado las redes los últimas semanas. Por otra parte, el Apocalipsis se alimenta también de la literaria profética veterotestamentaria. En esos textos el profeta que no tiene nada que ver con vaticinios espectaculares, más bien, aparece en la escena como un interprete de la realidad que le toca vivir, y apela a los reyes denunciando las injusticias del sistema, demanda un arrepentimiento que implica cambios sociales y estructurales en busca de la justicia basada en la alianza con Yahvé (Neher y Sicre). Esta lectura implica que el profeta lee su tiempo e interpreta su papel pregonero en busca de la justicia: denuncia la opresión, injusticia y exclusión. Es evidente que este abordaje crítico dista del espectáculo ciencia ficción del fundamentalismo, ejemplificado en Haal Lindsey, que ve su esperanza en la realización de la catástrofe (Hinkelammert).


Del Caballo amarillo-verdoso

El Apocalipsis se presenta como un texto de denuncia frente a los poderes del imperio, y como una reflexión que busca repensar a la comunidad en una coyuntura de crisis (específicamente las comunidades cristianas del primer siglo). En el Apocalipsis 6 el Cordero rompe el cuarto sello y aparece el caballo amarillo-verdoso, símbolo de las peste: el color de un enfermo cercano a la muerte, o el de un cadáver putrefacto (Stam). El caballo es dirigido por la muerte, y el hades le sigue de cerca. Para Richard simboliza la realidad global del imperio sintetizando, en cierta manera, los caballos anteriores: la guerra, la explotación económica y el hambre, producida por estas, son acompañadas ahora por la peste. En la lectura política-contextual que realiza Stam concluye que el hambre que traía el caballo negro era producido por problemas estructurales: un sistema económico injusto en el Asia menor. Fiel al principio de la doble contextualización (la del texto y la contemporánea) Stam se aventura a describir la forma en que operan los caballos del imperio en nuestro contexto: los sistemas económicos injustos, los afanes imperiales de naciones o la reducción de los presupuestos para educación y salud pública. Los anteriores se convierten en las armas de los caballos apocalípticos. En este 2020 la pandemia, cual caballo amarillento que galopa, encontró a naciones que han debilitado sus sistemas y políticas de salud pública, en donde los más vulnerables han engrosado la lista amarillenta.

De la Esperanza reconstruida

La crisis global del coronavirus se da por el inminente colapso de la institucionalidad sanitaria y el debacle económico, relacionado con la globalización como sostiene Jens Holst. Esta pandemia ha tocado el centro mismo del imperio: vivimos la catástrofe y el desmoronamiento de un modelo económico, una forma de sociedad, y quizás fin de una época (la evocación al lunes negro no es casual). Gracias al dogmatismo económico hemos observamos el sistemático desmantelamiento de las instituciones y programas de salud pública, además de loa entronización de mercenarios sistemas de salud privatizados en las cuales un tratamiento médico implica hipotecar la vida, no lo tiene decir Macron o Chomsky para darnos cuenta de esta realidad amarillenta.

En la apocalíptica la reflexión no busca reconstruir la ciudad antigua, sino, como afirma Richard, su afán es crear una ciudad nueva, una nueva sociedad: reconstruir la esperanza. El mundo después del coronavirus, pareciera ser un debate entre la hipervigilancia y el aislamiento nacionalista o el empoderamiento ciudadano y solidaridad global, como lo advertía días atrás el historiador Harari. Es evidente que no volveremos a la ciudad antigua, el mundo cambió. Nos toca repensar y reconstruir la sociedad: o las ciudades de sitio entretenida por Facebook live y maratones de Netflix, o una nueva comunidad solidaria en donde los cascos apocalípticos sean nada más literarios.

Sobre el autor:

Kenneth Calderón E. es costarricense. Cursó estudios de Biblia en Buenos Aires, Argentina.
Diseñador gráfico con estudios en la escuela de Arte y Comunicación Visual de la Universidad Nacional de Costa Rica. Actualmente estudiante del grado de Filología Española de la Facultad de Letras de la Universidad de Costa Rica.

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