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jueves, 22 de octubre de 2020

Algunas fracciones de la niñez de Juan Stam

Por Alexander Cabezas, Costa Rica

 

Don Juan” como le conocíamos muchos, apreciado y cuestionado por otros, fue parte de esos hombres y mujeres que han esculpido la historia cristiana latinoamericana con su vida y ejemplo.  Él comprendió que ser instrumentos de Dios es tener, en ocasiones, que levantar la voz para incomodar, aún dentro de algunos círculos cristianos, con tal de no negociar sus valores y convicciones.

Varias veces que le vi enseñar sobre el libro de Apocalipsis, quedé asombrado por la forma lúdica de acercarse al texto y explicar con tanta profundidad y sencillez a la vez, como si estuviese compartiendo con un niño.  Más de 40 años dedicados al estudio de este libro y en su idioma original, le hicieron uno de los principales expertos.

A don Juan lo conocí siendo joven cuando estudiaba teología. Una vez a la semana llegaba en un vehículo a dejar varios racimos de bananos de su finca en las instalaciones del seminario donde estudiaba. No sabía quién era, pero me llamaba la atención que siempre andaba con camisa vaquera de cuadros de manga larga y con una sonrisa amplia.

Años después leí varios de sus libros, los cuales en verdad impactaron mi vida. Después forjé una bella amistad con don Juan que duró hasta sus últimos años.  Por su condición de salud preferí no visitarlo tan frecuentemente. No hace ni quince días le había llamado para saludarlo, más su esposa Doris me dijo que estaba descansando, prometí volverlo a llamar otro día, hoy recibí la noticia de su fallecimiento.

Me gustaría honrar su memoria compartiendo algunas anécdotas que él me compartió de su niñez. Lo relatado es parte de una serie de entrevistas que en alguna ocasión hicimos juntos por algún tiempo.

Juan Stam nació el 5 de agosto 1928 en Paterson, Nueva Jersey.  El mayor anhelo de don Jacobo y doña Deana, padres de don Juan, era que sus hijos e hijas fueran misionero. Su padre siempre estuvo involucrado en actividades ministeriales que lo mantuvieron largos periodos lejos de su hogar. Juan Stam recuerda de niño a su papá como un buen padre al cual podía acudir por consejo, mas no le era fácil relacionarse y jugar con él por algo rígido y estricto.

Por otro lado, Deane, su mamá, fue una mujer que trató de compensar este vacio, brindó amor a sus hijos y se dedicó de manera especial al cuidado de sus hijos. Ella fue una mujer algo callada y tímida, aunque en la casa era lo contrario, muy jovial y conversadora. De esa época don Juan recuerda muchas charlas, enseñanzas y consejos de su querida madre.

Varias veces, Juan de niño, se discurría sigilosamente para prender la radio y escuchar música no cristiana. Cantaba mal, según él recuerda, más disfrutaba entonar música country.  Aunque esa alegría y entusiasmo, pronto se desvanecían cuando en más de una ocasión era atrapado “in fraganti” por su padre.  Entonces no le quedaba más remedio que recibir la corrección y esperar que todo se olvidara para ¡volver a sus cantadas!

En otra ocasión don Juan logró reunir a 10 niños y fundó un club infantil.  El nombre de este club era: “JOY” (GOZO), era un acróstico de: «Jesús, Otros y Yo».   Allí se reunían los niños mientras Juan cantaba y predicaba.

Este club no duró mucho y pronto se disolvió. Juan comparte que los pocos centavos que logró recoger de ofrendas, ¡se los gastó en dulces y caramelos! Su madre lo descubrió, sin embargo, supo corregirlo con amor para que aprendiera la lección.

¡Ha sido la única vez que he robado ofrendas!”, confesaba entre risas don Juan mientras me relataba.

En la escuela la maestra le castigaba físicamente, lo golpeaba en su mano izquierda pues el pensamiento de esta docente era corregirlo para que aprendiera a escribir como se debía, ¡con la mano derecha!, ya que él fue zurdo.

Además, tuvo algunos vecinos y compañeros de la escuela que se burlaban de él, le amenazaban y le pegaban.  A veces Juan tenía que esconderse de ellos.  Conforme pasaron los años, Juan desarrolló gran destreza y habilidad por los estudios, mientras manifestaba sus dotes de liderazgo.  A finales de la escuela primaria e inicios de la secundaria, él era quien ayudaba a aquellos mismos niños pleiteros con sus estudios.  Fue como una especie de tutor para ellos.  Podría decirse que allí inició de manera informal su pasión por el arte de enseñar.

Se hubiera esperado que la posición de su padre como hombre de leyes, representara una fuente de estabilidad económica, al menos moderado en el hogar. La verdad es que por tiempos tuvieron limitaciones. Jacobo no aspiraba aferrarse a las posesiones materiales y la gran mayoría de trabajos legales que realizaba, no cobrara sus honorarios a los clientes más limitados económicamente.  Jacobo nunca se quejó por esta realidad.  Por otro lado, él sufría de agudas depresiones (un mal familiar) y cuando se sentía así se paralizaba y no podía trabajar. Pasaba días y semanas enteras sin producir ingresos al hogar.

Juan en vez de ir a campamentos cristianos como otros niños, en varias ocasiones tuvo que trabajar en diversas fincas y entregar lo ganado a su madre para contribuir con las cuentas del hogar.

En la familia de Juan, como en muchas otras de la época, los hijos tomaban clases de algún instrumento musical (tres hermanos son buenos músicos). Él recibió clases de piano, trompeta y guitarra, aunque nunca llegó a ser buen músico.

En más de una ocasión, mientras practicaba piano, los amigos solían jugar en la calle y él los veía divertirse por la venta con impaciencia. Tuvo que amenazar con huelgas de hambre para poder salir a jugar, aunque no siempre lograba su objetivo. Quizás por eso su carrera musical nunca despegó, aunque confiesa su esposa Doris que tocaba muy bien el acordeón.  Contrario a su padre, a Juan le apasionaba los deportes, entre ellos, el béisbol, Básquetbol, Futbol y hasta el boxeo.

En el año de 1945, Jacobo realizó uno de sus típicos viajes a Costa Rica y a Colombia para cumplir con sus compromisos con la Misión Latinoamericana y llevó a Juan.  El colegio donde él estudiaba le concedió un permiso siempre y cuando a su regreso hiciera un “reporte misionero” y lo presentara al estudiantado en medio de una asamblea pública.

Al visitar Guatemala y Costa Rica, este jovencito de 17 años quedó cautivado por las bellezas de los países. En Costa Rica y en la capital, le llevaron a visitar algunos lugares históricos. Para esa época era costumbre que los muchachos y muchachas después de concluir la misa de los domingos por la tarde daban vueltas al parque con fines de galantería y conquista.

A Juan le llamó mucho este espectáculo que veía con bastante curiosidad y asombro.  Cabe agregar que al regresar a su nación Juan compartió mayormente de la admiración por la belleza de las mujeres latinas y hasta contó con lujos de detalles sobre una azafata que había conocido en el avión y le había pareció muy atractiva.

Sin embargo, en aquellos años Juan no tenía idea que ese viaje que él consideró livianamente un paseo jovial iba a ser la semilla que quedaría sembrada en su corazón y 10 años después regresaría para hacer de América Latina su campo de servicio pastoral y el dulce hogar de su esposa y sus hijos e hijas.

Don Juan concluyó sus estudios en la secundaria, viajó a la Universidad de Wheaton en el estado de Illinois con el fin de cumplir su sueño de ser historiador.  Más Dios le tenía otro plan que le llevarían a abrazar el pastorado y las misiones.

Sobre el autor:

Alexander Cabezas Mora es costarricense, master en Liderazgo Cristiano y en Teología. Se ha desempeñado como conferencista, pastor adjunto, profesor de varios seminarios teológicos y consultor en materia de niñez y adolescencia para varias organizaciones internacionales. A participado como escritor y coescritor en varios libros entre ellos, Huellas, Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez, En sus manos y nuestras manos, la co-participación de la niñez y la adolescencia en la misión de Dios y Oración con los ojos abiertos.

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