El
término “paz” aparece unas cien veces en el Nuevo Testamento. Por ese
solo hecho, nos muestra que es un concepto de importancia fundamental
para la comprensión del Evangelio y la vida de las iglesias.
Evangelio de Paz abre la posibilidad de una nueva relación con Dios, que se convierte en realidad en la medida en que vivimos en una nueva relación con nuestros semejantes. En esta comunidad las diferencias y las barreras que separaran a los hombres son superadas: nacionalismos, racismos, prejuicios basados en diferencias de sexos, espíritu de competitividad económica, diferencias culturales, religiosas y sociales que contribuyen a actitudes de superioridad de parte de unos y de inferioridad de parte de otros. Por lo tanto podemos decir que la paz está en el mismo corazón de la vida que vivimos y del mensaje que proclamamos los cristianos.
La Iglesia posee un legado de paz que nos dejó Jesucristo. Las enseñanzas de Jesús, su vida y su muerte en la cruz, apuntan al Nuevo Mandamiento, la ley de amor, que no responde a la violencia con violencia sino que busca otros valores: la humildad, el servicio, la comunidad y la justicia. El nacimiento de Cristo fue un mensaje de paz de Dios a los seres humanos (Lucas 2:14) y predicar la Palabra es “anunciar el evangelio de la paz” (Hechos 10:36).
En la Biblia la paz no es simplemente la ausencia de guerra o violencia. Tampoco es el mero equilibrio entre partes encontradas, ni mucho menos el antiguo concepto romano de destrucción y exterminio de toda oposición. La paz bíblica incorpora ideas positivas de salud, bienestar y prosperidad. Se trata de un asunto cultural: una sociedad nueva, un mundo nuevo (1 Pedro 3:13), que se basa en la justicia, el respeto a los derechos humanos, la solidaridad, la democracia, la amistad, entre personas, comunidades, pueblos y naciones.
¿Qué es lo que contribuye a la paz? Tenemos que reflexionar sobre las cosas que traen la paz. Una de ellas es sin duda la justicia: “El efecto de la justicia será la paz y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17). La concepción bíblica de la paz (Shalom) se caracteriza por una relación de bienestar, respeto y justicia del ser humano con Dios, sus semejantes y la naturaleza, de acuerdo con la voluntad de Dios, el creador. Sin embargo, la realidad concreta es experimentada como una ruptura de ese orden saludable. El ser humano causa la ruptura, pero simultáneamente se convierte en víctima. Institucionalizado un orden injusto y ausente de paz, la ruptura divide a las personas en beneficiarias y víctimas, en opresores y oprimidos. El propio Dios se compromete a restablecer la paz en la historia de su pueblo, colocándose al lado de los que sufren y son marginados. En Jesucristo se puso a nuestro lado y se hizo “nuestro hermano” de manera definitiva y suprema. Al mismo tiempo, compromete a que quienes le sigan, guiados por la visión “utópica” de una paz plena, se transformen en personas “sedientas y hambrientas de justicia” y en “constructoras de la paz” (Mateo 5:6-9). Un lugar privilegiado para luchar en pro de la paz, de la justicia y de la preservación de la naturaleza, está constituido por los crecientes movimientos sociales, ecológicos y populares. Para las iglesias deriva de ahí, como prioridad, en su educación y práctica para la paz, la formación de la conciencia política, la elaboración de materiales de carácter popular y el apoyo a los movimientos con las finalidades delineadas. En estos se insertan también, más allá de las fronteras eclesiásticas institucionales, los propios movimientos cristianos por la paz en la perspectiva del “shalom bíblico”.
Sobre el autor:
Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.
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