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martes, 26 de marzo de 2024

¿¡Por qué!? | Por Ulises Oyarzún

A veces leo o escucho esta frase:
"Si van a la tumba de Mahoma o Buda lo encontrarán, pero si van a la tumba de Jesús no lo encontrarán".
Frases lindas, de un entusiasmo magnífico, pero de poca profundidad histórica.

En 1968, se descubrió en Giv' AT ah-Mitvar, en la zona nororiente de Jerusalén , una suerte de fosa común con huesos de 35 personas (hombres, mujeres y niños). Y encontraron el osario de un hombre crucificado, su nombre aparecía en el osario, Yehojanán, de unos 28 años de edad, el único cadáver de un crucificado.

En la antigüedad, fueron millones las personas torturadas y ejecutadas en la cruz. Solo como botón de muestra, Flavio Josefo cuenta que al morir Herodes el Grande (4 A. C.), el Gobernador de Siria, Quintilio Varo, ante la revuelta en Jerusalén, crucificó cerca de 1.200 personas.  Luego, al estallar la guerra contra Roma el 66 D.C., Gesio Floro crucificó cerca de 3.600 personas.  Y es ya en el año 70, cuando según el relato de Josefo, Tito al asediar Jerusalén y tomarla, crucificó unas 500 personas por día. Fueron millones de personas en el mundo antiguo que murieron en la cruz. ¿Por qué sólo se ha encontrado un cuerpo?.

Además de las muertes en la hoguera y la de ser devorado por las fieras en el circo romano, para Roma, la muerte en la cruz tenía una característica, se le prohibía la sepultura al condenado.  Los soldados romanos tenían tajantemente prohibido a los amigos o familiares bajar el cuerpo de algún crucificado.  Morían en su mayoría siendo devorados por las aves y los animales carroñeros de las afueras de la ciudad.

Esa noche en Jerusalén, según la tradición, Jesús compartió la mesa con sus discípulos. Sólo había pan y vino. Las familias pobres que no les alcanzaba para una cena variada, aseguraban dos cosas básicas, pan y vino. Según la tradición, esa cena toma un ribete pascual, pero sin cordero. Es una mesa pobre, pero lo importante es que todos tienen un pedazo de pan y un poco de vino.

Luego Jesús lava los pies de sus discípulos. Eso lo hacían los esclavos. Jesús propone a sus discípulos que sigan practicando estos dos gestos simbólicos: La mesa que se comparte y el lavamiento de pies.

Los discípulos en esa noche aprendieron que esa comunidad debe ser un grupo de personas que deben preocuparse porque a nadie le falte la comida; en la mesa de Jesús el vino y el pan no le puede faltar a nadie. Esa es la mejor manera de recordar la muerte y la vida de Jesús, que se resumió en vivir preocupado de que a nadie le falte lo mínimo para vivir una vida digna.

Por eso cuando Lucas escribe el libro de Hechos, señala que en la comunidad primera, el partimiento del pan iba acompañado por el gesto de tener todo en común y que se velase por las necesidades de todos.  También debe ser una comunidad dispuesta a lavar los pies de los que se ensuciaron en su caminar.  Una comunidad de amor solidario y amor perdonador son los símbolos de esa noche.

Pero Jesús horas después es tomado preso. Uno de los suyos le traiciona, otro le niega y los demás huyen. La iglesia del primer siglo que elaboró y guardó estos relatos sabe que esos 12 representan el liderazgo de la comunidad.  Cuando se escriben los evangelios posiblemente la mayoría de esos 12 ya están muertos.

Pero la moraleja de la historia es evidente, los líderes de la iglesia han traicionado a su Maestro. Por miedo y por interés, huyeron.

Los evangelios aparecen en un momento de la iglesia donde los apóstoles son venerados a tal punto de generarse un cisma entre grupos de cristianos que se abanderaban por su líder favorito.  La tentación de traicionar a Jesús estando en el círculo más intimo, es una posibilidad y advertencia para todos los que en la historia consecutiva se auto definen lideres de la iglesia.

Jesús es condenado, torturado, suspendido desnudo a las afueras de la ciudad en una cruz romana.
Era un día de intenso trajín en la ciudad, se celebraba una fiesta importante.  Cientos de personas apuradas entraban a la ciudad esa tarde y mientras entraban apuradas veían a las afueras una tropa romana colgando a unos delincuentes, mientras un puñado de cercanos miran desde lejos.

La tradición señala que el grito de Jesús en la Cruz es una pregunta:
¡Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me abandonaste?!
Por la manera en cómo eran crucificados y la distancia que aseguraban los romanos entre el público y los ajusticiados era muy difícil, primero que los condenados producto de la asfixia hablaran y segundo, que los espectadores escucharan y menos que anduvieran con un cuaderno y lápiz para anotar el último testamento del deudo que moría en la cruz.

Pero una tradición más antigua nos dice que Jesús lanza un grito y una pregunta:
¿¡Por qué!?
¿Por qué permites esto Dios? Algunos en el deseo de profundizar en el aspecto psicológico del crucificado señalan que cita el Salmo 22. Que comienza de esta forma trágica, pero termina triunfante.  Otros, que está alusión "Dios mío" es la única en todo el Evangelio, pues siempre que Jesús habla de Dios usa la palabra "abba" (padre).  ¿Será que el dolor es tan intenso, el sentido de abandono tan brutal, que Jesús duda de ser el Hijo de Dios? Son sólo hipótesis que quedan abiertas.

¿¡Por qué...!?

Quién ha atravesado dolores profundos, sabe que es una pregunta válida, sobretodo para alguien que se dedicó a hacer el bien y amar y que ahora muere de esta manera.

Y la oscuridad se cierne sobre ese lugar. Jesús enfrenta su día más terrible, sacudido por el dolor, revuelto en las mareas del odio y con su corazón hecho pedazos, la muerte lo alcanza.

¿¡Por qué!?

Sobre el autor: 

Ulises Oyarzún, chileno radicado en México, ha desempeñado roles diversos, desde conductor de radio y columnista en varios medios, hasta pastor de jóvenes y pionero del "comedy stand up cristiano" en su país natal. Se formó en Teología en el Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile y es el fundador de Epicentro Monterrey. Además, se destaca como autor y conferencista internacional.

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