Las traducciones actuales
Tomemos como ejemplo cuatro de las versiones más recientes de la Biblia: Nueva Biblia de Jerusalén (1998), La Biblia *Latinoamérica (1995), Nueva Versión Internacional (1999) y Dios habla hoy (1994).
La Nueva Biblia de Jerusalén, siguiendo el ejemplo establecido por la versión francesa original, usa la siguiente forma del nombre especial de Dios: «Yahvé»:
Dios habló a Moisés y le dijo: “Yo soy Yahvé. Me aparecí a Abrahán, a Isaac y a Jacob como El Sadday; pero mi nombre de Yahvé no se lo di a conocer” (Ex 6.2-3).
Lo mismo hace La Biblia *Latinoamérica, sólo que en este caso usa una forma más castiza; es decir, evita incluir la «h» intermedia del nombre, y escribe «Yavé»:
Dios habló a Moisés, le dijo: “¡Yo soy Yavé! Me di a conocer a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios de las Alturas, pues no quise revelarles ese nombre mío: Yavé.”
Es importante indicar que ambas versiones son publicadas por editoriales católicas.
La Dios habla hoy sigue el ejemplo establecido por la versión griega desde el tercer siglo antes de la era cristiana (la Septuaginta). Esta versión, hecha por judíos para judíos, evitó escribir el sacrosanto nombre de Dios y en su lugar usó la palabra griega kyrios, que a su vez traducía la palabra hebrea Adonay. Ambas tienen el sentido castellano de «Señor» (lo que en inglés se denomina «Lord»). Así, Dios habla hoy dice en Éxodo 6.2-3:
Dios se dirigió a Moisés y le dijo: —Yo soy EL SEÑOR. Me manifesté a Abraham, Isaac y Jacob con el nombre de Dios todopoderoso, pero no me di a conocer a ellos con mi verdadero nombre: EL SEÑOR.
En la mayoría de lugares donde se cita este nombre de Dios, Dios habla hoy escribe «Señor». En Ex 6.2-3 pone el nombre con todas las letras mayúsculas por lo especial del pasaje. La Nueva Versión Internacional se coloca en la misma tradición, y se une a la mayoría de versiones modernas tanto castellanas como inglesas para usar el título «SEÑOR» en lugar del nombre especial o sacrosanto. Nótese que en esta versión el título aparece en versalitas o letras mayúsculas pequeñas (y no incluye el artículo con este tipo de letra):(2)
En otra ocasión, Dios habló con Moisés y le dijo: “Yo soy el SEÑOR. Me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob bajo el nombre de Dios Todopoderoso, pero no les revelé mi verdadero nombre, que es el SEÑOR”.
No conozco ninguna versión castellana que utilice, para referirse al nombre especial de Dios, alguna forma diferente de las tres indicadas en los párrafos precedentes: «Jehová» (o «Jehovah»), «Yahvé» (o «Yavé») y «Señor» (o «SEÑOR»). La versión portuguesa A Bíblia na Linguagem de Hoje (1988) había preferido usar la expresión «Dios Eterno»:
Deus disse a Moisés: —Eu sou o Deus Eterno. Eu apareci a Abraão, a Isaque e a Jacó como o Deus Todo-Poderoso, porém não deixei que me conhecessem pelo meu nome de o Deus Eterno.
Sin embargo, en la revisión de esa versión, que lleva el nombre de Bíblia Sagrada. Nova Tradução na Linguagem de Hoje (2000) se abandona la expresión «Deus Eterno» y se prefiere «SENHOR».
¿Por qué tales diferencias? Para responder a esta pregunta será necesario retroceder varios milenios. Debemos encontrar las razones que han llevado a traductores y exegetas a usar una o más de las posibilidades antes expuestas.
¿Cuál es la ortografía original y qué significa?
Empecemos con la explicación que da a la palabra «Jehová» la versión Reina-Valera 60, en su glosario:
JEHOVÁ. Nombre personal de Dios en el Antiguo Testamento. En el hebreo primitivo, que carecía de vocales escritas, las consonantes son YHVH. Por respeto, dejó de pronunciarse, y en su lugar se leía “Adonay” (el Señor). Para recordar esto al lector, los rabinos le pusieron las vocales e, o y a, sólo como contraseña, cuando inventaron un sistema de vocales escritas para el hebreo. En los medios cristianos empezó a leerse desde fines de la Edad Media con esas vocales y así resultó la forma latinizada “Jehovah”, de donde viene “Jehová”. Los hebraístas han llegado al acuerdo general de que la pronunciación original debe de haber sido Yahveh. Su significado se asocia con la idea de Ser o Existencia.
En esta explicación, resumida pero muy completa, encontramos todos los elementos necesarios para entender por qué algunas versiones usan «Jehová» (o «Jehovah»), «Yahvé» (o «Yavé»), «Señor» (o «SEÑOR»).
El «tetragrámaton» YHVH
Las cuatro consonantes que componen el nombre especial de Dios forman, en el Antiguo Testamento, el nombre divino que más se usa para referirse al Dios de Israel (unas 6,800 veces). Las cuatro consonantes hebreas (3)suelen transliterarse, con grafía castellana, de la siguiente manera: YHWH o YHVH.
Sin embargo, no está del todo claro, aun en el día de hoy, si, en efecto, fueron cuatro las consonantes que formaban parte, desde el principio, del nombre especial de Dios. En el Antiguo Testamento encontramos dos formas cortas del nombre: yh (Ex 15.2) y yhw, que aparece sobre todo como parte de nombres propios. La presencia de estas formas cortas en documentos extrabíblicos anteriores a Moisés, lleva a pensar que podrían ser las formas más antiguas del nombre. Sin embargo, al decir de Walter Eichrodt y otros, la forma larga, YHVH, es la apropiada para el nombre especial de Dios, y está directamente unida a la revelación divina a Moisés.(4) Es importante señalar, al respecto, que la forma larga del nombre divino se encuentra presente en la «Estela de Mesa» o «Estela moabita», documento extrabíblico del siglo 9 a.C. Esa forma larga de cuatro consonantes proviene, según el consenso general de los biblistas, de hwy/hwh, raíz semítica del noroeste, empleada en el imperfecto del tema verbal simple, qal.(5)
Un problema todavía mayor tiene que ver con la pronunciación original y el significado de la palabra, si es que lo tenía. Tal como se dice en el glosario de la Reina-Valera 60, el consenso entre los biblistas es que «Yahveh» («Yahvé» o «Yavé») fue, posiblemente, la pronunciación de la palabra. Varios textos griegos provenientes del período patrístico corroboran tal pronunciación: Iabé, como la transcribía Teodoreto de Ciro o Iaoué, como la transcribía Clemente de Alejandría. Además, la forma «Yavé» responde de mejor manera a las reglas gramaticales del hebreo bíblico. A esto debe añadirse el hecho de que esa secuencia fonética aparece en un buen número de nombres amorreos.(6)
En relación con el significado, aunque se han ensayado varias propuestas, el texto bíblico (de manera especial Ex 3.14; véase también Os 1.9), y los estudios filológicos en general apuntan hacia una forma del verbo «ser» en hebreo. El verbo hebreo, a diferencia del verbo castellano, tiene lo que en gramática se llama «temas verbales». En el caso específico del nombre divino, Yahvé, los biblistas han señalado que el nombre podría ser una forma del imperfecto del tema verbal simple llamado qal o una forma del imperfecto del tema verbal causativo «hifil».
La escuela norteamericana, iniciada por William Albright, se inclina más por el causativo y da al nombre divino el sentido de «el que causa la existencia» o «el que crea». Aunque este sentido ha gozado de gran aceptación, en las últimas décadas ha sido objeto de importantes objeciones.
De acuerdo con Tryggve N. D. Mettinger,(7) «YHVH» (o «Yahvé») significa simplemente «Él es». Esto se deduce como consecuencia lógica de la forma verbal en primera persona que aparece en Ex 3.14: (ehyeh) «Yo soy». Si Dios dice de sí mismo: «Yo soy», el pueblo dice de Dios: «Él es». Esta es la postura que actualmente goza de mayor aceptación. Véase como ejemplo la afirmación al respecto de E. Jenni:(8)
…parece que debemos limitarnos prácticamente al modo qal «él es, se manifiesta actuante» [...]. Esta explicación etimológica del nombre de Yahvé, que es la más comúnmente aceptada entre los autores modernos, se parece mucho a la presentada en Ex 3.14.
Hasta aquí podemos decir que aquellas versiones como la Nueva Biblia de Jerusalén y La Biblia *Latinoamérica responden correctamente a las conclusiones alcanzadas por la mayoría de los biblistas. El uso del nombre «Yahvé» o «Yavé» para referirse al nombre especial de Dios es, en efecto, correcto. Sin embargo, todavía falta responder la siguiente pregunta: ¿por qué la mayoría de las versiones castellanas (o inglesas, francesas, portuguesas, alemanas) no sigue este consenso? …si blasfemare el Nombre, que muera (Lv 24.16, RVR-60)
Existen muchos testimonios, tanto en la literatura bíblica como en la extrabíblica, que demuestran lo sacrosanto que llegó a considerarse el nombre «Yahvé». La cita de Levítico, así como el tercer mandamiento del decálogo, son dos ejemplos importantes al respecto. A menudo leemos o escuchamos del cuidado con el que los copistas judíos de la antigüedad transmitieron con profunda reverencia los documentos que contenían el nombre de Dios. Se cuenta de varios escribas que dejaban en blanco el espacio donde se debía escribir el nombre de Dios, y sólo lo completaban después de una serie de ritos especiales de purificación. En otros casos, el nombre se sustituía por cuatro puntos o se escribía con una grafía especial, a menudo más antigua.
Aunque no se sabe la fecha exacta en la que se abandonó el uso del nombre en los textos bíblicos, la mayoría de los especialistas considera que eso debió de haber sucedido en algún momento de la época posexílica. Tanto la Septuaginta como los documentos procedentes del judaísmo rabínico (adyacente a las sinagogas) indican que, para la lectura pública, cada vez que se llegaba a un texto que contenía las consonantes YHVH, sustituían estas, especialmente, por la palabra hebrea Adonay. En la Septuaginta, la palabra griega correspondiente es Kyrios. Varios libros bíblicos muestran que la palabra Elohim («Dios») también sustituyó el nombre YHVH.
Además de las dos palabras ya mencionadas, se recurrió, también, a las expresiones «el Nombre» y «el cielo». Este último ejemplo se nota sobre todo en casos como el de Lucas 15.21 donde el «hijo perdido» le dice a su padre que había ofendido al «cielo», sustituyendo así el uso del nombre sacrosanto.
¿Por qué «Jehová» y no «Yahvé» en la RVR-60 y en la RVR-95?
Cuando los masoretas (grupo de eruditos judíos de la Edad Media) decidieron agregarle al texto bíblico hebreo la puntuación vocálica, con el fin de evitar la pérdida de la pronunciación correcta de las Sagradas Escrituras, trataron de manera muy especial el nombre divino. A las cuatro consonantes del nombre sagrado, YHVH, le agregaron los signos vocálicos correspondientes a la palabra hebrea Adonay, creando así lo que los especialistas llaman el qerê perpetuum; es decir, aunque las consonantes permanecen a la vista, la verdadera pronunciación del nombre quedó por siempre perdida. La combinación de las dos palabras (consonantes del nombre original y vocales del nombre sustituto) dio como resultado el nombre híbrido Yehovah.(9) Para la mayoría de los lectores de este texto hebreo acompañado de signos vocálicos (que hoy conocemos como «Texto Masorético», TM) no hubo problema alguno: cada vez que aparecía el nombre compuesto, su mirada se centraba en las vocales, no en las consonantes. Por ello, en la lectura pública jamás se pronunciaban las consonantes.
El problema vino cuando los lectores y traductores cristianos empezaron a leer el nombre híbrido. Sea por ignorancia o uso consciente, el caso es que para el año 1100 d.C. ya aparecía en las traducciones y lecturas públicas de la iglesia el nombre «Jehová». Los biblistas de la Ilustración y la Reforma no objetaron el uso de «Jehová». No fue sino hasta el siglo 19 de nuestra era cuando los biblistas empezaron a poner resistencia al uso del nombre híbrido, reconociéndolo como una aberración gramatical.
El hecho de que tal nombre aparezca en varias versiones antiguas conocidas, como la Reina-Valera y la King James (inglés), muestra que la fuerza de la tradición perduró en ellas. Los traductores y revisores de esas versiones, sobre todo en la antigüedad, lo tomaron del latín y lo transcribieron a sus respectivas versiones. Muchos himnos en la tradición evangélica castellana muestran ser también herederos de esa tradición.
¿Por qué «Señor» o «SEÑOR» en lugar de «Yahvé» o «Jehová»?
Cualquier lector de la Biblia que haya usado una buena variedad de versiones contemporáneas tanto en castellano como en los otros idiomas mayoritarios, descubrirá que la tendencia es evitar cualquiera forma del nombre sacrosanto de Dios. En su lugar, siguiendo la tradición iniciada por la Septuaginta, se usa el título «Señor» o «SEÑOR».
Así se respeta la larga tradición judía de no pronunciar el nombre sacrosanto de Dios, y se opta por usar la traducción de una palabra cuya pronunciación y grafía no tienen problema alguno: Adonay. Además, desde la perspectiva teológica, no solo se resalta el hecho de que el nombre sacrosanto guarda un misterio y encierra un secreto, sino que también reconoce que Jesucristo, a quien el Nuevo Testamento se refiere como «Señor», es el mismo Dios del Antiguo Testamento a quien la tradición judía también llama «Señor».
Conclusión
Con el respeto que se merecen todos aquellos que se sienten inclinados a usar versiones que han elegido tal o cual uso del nombre divino, quien esto escribe ofrece su opinión respecto del tema.
La tarea de las traducciones bíblicas ha demostrado lo difícil que resulta traducir los nombres y títulos de Dios a los diversos idiomas que hoy existen en el mundo. Para quienes nos dedicamos a la traducción de la Biblia a los llamados «idiomas indígenas», este es un asunto que no se puede tomar a la ligera, porque el problema no sólo se da en el ámbito de tradiciones y confesiones cristianas, sino sobre todo en el de las características lingüísticas de cada idioma. En este sentido, nuestras traducciones castellanas también tienen que tomar en cuenta a los traductores indígenas que usan nuestras versiones como modelo de traducción y como fuente.
Por otro lado, quienes traducen, revisan, publican y distribuyen las Sagradas Escrituras tienen que tomar en cuenta al público que las va a usar. La variedad de versiones, que manifiestan distintas maneras de enfrentar la tarea de traducción, responde a necesidades diversas de la misión de la iglesia. Por ello, es importante que todos perciban con claridad el valor de cada versión como proyecto singular, y no caigan en la tentación de valorarla o evaluarla a la luz de otra versión en particular.
Hay versiones que han sido traducidas o revisadas con el fin de servir al mundo académico y a los que necesitan, por su papel en la misión de la iglesia, profundizar más en la exégesis y la interpretación. Para ellos, me parece a mí, una versión que decida transcribir el nombre de Dios como debió de ser el original, «Yahvé», es algo excelente. Tales versiones, como es el caso de la Nueva Biblia de Jerusalén, también prestan especial atención a la trascripción de los otros nombres y títulos divinos, y de otros asuntos importantes para la exégesis.
Existen, por otro lado, versiones cuyo propósito es el uso litúrgico. Es decir, han sido preparadas para la lectura pública. En tales casos, la Dios habla hoy sería una buena opción por el uso de «Señor». Hay que reconocer que en el culto y en la proclamación de la Palabra no siempre están presentes o escuchan personas de la misma tradición o confesión cristiana. Por ello, el uso de la palabra «Señor» responde perfectamente a la sensibilidad interconfesional.
En la línea interconfesional debe colocarse la versión Dios habla hoy. Esta versión, que también usa el título «Señor», responde a la necesidad de servir a un público tan variado y tan diverso como es el de la cristiandad latinoamericana. La DHH, por ser una traducción del siglo 20 y para el mundo hispanohablante, reconoce tácitamente que el uso de «Jehová» o «Yahvé» corre el peligro de alienar o incomodar a importantes sectores de la cristiandad latinoamericana. De todos es sabido que el uso de «Jehová» es propio de la tradición protestante y el de «Yahvé», de la católica.
Y esto nos hace hablar de las versiones pertenecientes a la tradición de Reina-Valera. Aunque el nombre «Jehová» sea, como ya se ha dicho una y otra vez, un híbrido poco feliz, quienes hemos crecido en la tradición protestante de habla hispana veríamos como cosa extraña recibir una Biblia que sea Reina-Valera y que no tenga «Jehová» como el nombre de Dios. Estemos o no de acuerdo con la ortografía y uso de la palabra, ella pertenece a Reina-Valera, y no podemos retroceder al siglo 16 para cambiarla. Mi opinión es que toda versión que surja como producto de la revisión de Reina-Valera, debe, por respeto a la tradición, mantener el nombre «Jehová».
Las nuevas generaciones protestantes deberán estar preparadas para el uso de versiones que respondan mejor a los avances exegéticos y lingüísticos, así como a la sensibilidad interconfesional que tanto necesitamos para realizar mejor nuestra tarea misionera.
Bibliografía
Jenni, Ernest
1978 «Yhwh Yahvé», en: Diccionario teológico manual del Antiguo Testamento, Volumen I, cols. 967-975. Madrid: Ediciones Cristiandad Mettinger, Tryggve N.D.
1994 Buscando a Dios: significado y mensaje de los nombres divinos en la Biblia. Córdoba: Ediciones El Almendro Rad, Gerhard Von
1972 Teología del Antiguo Testamento, Volumen I. Salamanca: Ediciones Sígueme Vaux, Roland De
1974 Historia antigua de Israel, Volumen I. Madrid: Ediciones Cristiandad
Notas:
1-La versión Reina-Valera Actualizada escribe el nombre de Dios de la siguiente manera: «Jehovah», como intento de reproducir las cuatro consonantes (o tetragrámaton) del nombre hebreo.
2- Lo mismo hace La Biblia de las Américas.
3- Recuérdese que el hebreo se lee de derecha a izquierda.
4- Walter Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento I, p. 173.
5- Roland De Vaux, Historia antigua de Israel I, p. 336 y 339.
6- De Vaux, p. 332.
7- Buscando a Dios. Significado y mensaje de los nombres divinos en la Biblia, p. 45-51.
8- «Yhwh Yahvé», Diccionario teológico manual del Antiguo Testamento I, p. 969-970.
9- Algunos se preguntarán por qué si Adonay empieza con la vocal «A», la palabra «Jehová» tiene como primera vocal la «e». La explicación es esta: en el hebreo existe una semivocal llamada «shevá» que normalmente se translitera como una «e» volada (e). El sonido de esta semivocal se acerca más al de la «e»; sin embargo, cuando acompaña a ciertas consonantes hebreas especiales, su sonido y grafía varían un poco. De allí que la semivocal en la palabra se transcriba como «a» y no como «e».
Este artículo fue publicado originalmente en la revista La Biblia en las Américas, número 262/ 2003.
Sobre el autor:
El Dr. Edesio Sánchez Cetina, mexicano, es miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana y consultor de Sociedades Bíblicas Unidas. Fue el coordinador de la traducción "Biblia en lenguaje actual". Tiene un doctorado en Antiguo Testamento del Union Theological Seminary, Richmond, Virginia, EE.UU.
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