Cualquier persona, hasta un pre-adolescente, que toma en sus manos un diccionario sabe de antemano que ese libro tiene que leerse de una manera especial, muy diferente a la manera en que uno leería una novela, un texto de química, un poemario o un refranero. Pero si toma en sus manos después una guía telefónica, va a entender que ese texto sí se lee de una forma báiscamente similar al diccionario: buscando información muy específica organizada en forma alfabética. La única diferencia es que en el diccionario uno está buscando definiciones de palabras, y en el directorio telefónico buscando los números de línea que corresponden a cada nombre.
Con sólo abrir un diccionario o una guía telefónica, el lector común está practicando el “análisis de género”. Por “género” entendemos la categoría literaria a que pertenece determinado escrito, el tipo de escrito que es y la forma en que debe leerse.
Antes de leer cualquier texto, es absolutamente fundamental saber a qué “género literario” pertenece. Leer el diccionario como si fuera una novela, por ejemplo, sería un esfuerzo no poco frustrante; leer un texto de química como si fuera una novela amorosa no excitaría para nada la química de la adrenalina romántica. Un texto de historia y una novela histórica se parecen mucho, y ambos pertenecen a la categoría narrativa, pero tienen diferencias esenciales por las que tienen que leerse de manera distinta.
En la vida diaria entendemos casi intiuitivamente qué tipo de escrito es cada texto, y lo leemos conforme a las reglas de ese género literario, pero en la lectura de la Biblia se suele confundir frecuentemente este asunto y leer muchos escritos conforme al género que no son. Por ejemplo, casi siempre se olvidan que la mayor parte de la literatura profética hebrea está escrita en verso, no en prosa. Se lee Cantares como si fuera una alegoría de la iglesia y no un drama romántico. A muchos lectores se les escapa la lógica especial de Eclesiastés como un tratado teológico-filosófico que expone una filosofía tras otra y las refuta una por una. Los evangelios se leen como si fueran biografías en vez de escritos testimoniales de las buenas nuevas. Al leer las epístolas se olvida que son cartas personales ocasionales y no ensayos abstractos de teología. Y el peor de los casos: se lee el Apocalipsis como si fuera mero vaticinio, páginas de historia escritas de antemano, en vez de palabra profética del Dios del cielo.
Unas definiciones básicas: Un entendimiento claro y preciso de ciertos términos claves es indispensable para poder comprender acertadamente la literatura apocalíptica, y concretamente el Apocalisis de Juan. Entender mal estos conceptos resultará casi inevitablemente en interpretaciones erradas y hasta morbosas de esos escritos.
El primer término, casi siempre malentendido, es la palabra profecía. En el lenguaje popular hoy, y aun casi universalmente entre cristianos que conocen algo de Biblia, lo profético se entiende como lo que predice el futuro y profecía se toma como un sinónimo de vaticinio o predicción de cosas venideras, especialmente cuando remotas o al final de la historia. En realidad, este es el concepto pagano de los antiguos oráculos o de autores como Nostradamus. Los que comienzan con este malentendido de lo que es la profecía, terminarán malinterpretando también a los escritos apocalípticos.
La primera persona descrita como “profeta” en la Biblia fue Abraham (Gén 20:7), y la figura fundante del profetismo era Moisés (Dt 18:15-22; cf su hermana María, profetisa, Ex 15:20). Sin embargo, hasta donde sabemos del texto bíblico, ninguno de ellos predijo cosas futuras. Tampoco los profetas tempranos (orales), como Samuel, Elías y Eliseo, se dedicaban a anunciar sucesos futuros, pero no por eso eran menos proféticos (Stam 1998: 26-50). Los profetas que nos han dejado escritos, tanto los llamados mayores como los menores, anunciaban realidades venideras sólo cuando tenían que ver con su mensaje al pueblo de Dios en su propio contexto, pero no se dedicaban principalmente a eso ni eran profetas por predecir ni dejaban de ser profetas cuando no predecían. Amós, por ejemplo, no predijo cosas futuras, excepto tan cercanas que se podrían inferir de las realidades históricas y de las condiciones del pacto, pero su ministerio era un ejemplo del mejor profetismo, porque pronunció una palabra viva y exigente de Yahvé para su pueblo.
Un mensaje es profético, en sentido bíblico, por su cáracter teológico y ético, no por predecir el futuro. Cuando en medio de su revelación a su pueblo Dios ha querido revelar también acontecimientos venideros, eso debe llamarse específicamente “profecía predictiva”. Pero no toda profecía es predicitiva, ni mucho menos, ni tampoco toda predicción (aun cuando se cumpliera) es por ende “profecía”. Predictiva o no predictiva, la profecía tiene que llamar al pueblo de Dios a que cumpla la voluntad de su Señor en medio de la realidad istórica.
Un segúndo término clave es escatología, “la doctrina de las cosas últimas” (Griego ésjaton). La frase “cosas últimas” no tiene que referirse exclusivamente a los acontecimentos finales en sentido cronológico, sino también a las “últimas realidades” que entran en la historia desde arriba, como por ejemplo, la encarnación del Verbo (la realidad última haciéndose temporal y material) y otras intervenciones divinas en la historia de la salvación. Pero mayormente se entiende por “escatología” las ensanzas bíblicas sobre la meta final del proceso histórico (“el siglo venidero”, “el día del Señor”; la parousía del Hijo del Hombre). Como explicaremos abajo, hay diferencias importantes entre escatología profética y escatología apocalíptica.
Por otra parte, el término “apocalipsis” se refiere específicamente al género literario así designado, o sea, el conjunto de escritos que comparten ciertas características en común. En primer lugar (y en contraste con los escritos proféticos), la literatura apocalíptica en su nivel más básico pertenece a la categoría de la narración, igual que la historia, la novela, el cuento, la fábula y la saga. Dentro de ese macro-género, la literatura apocalíptica reviste características especiales. Como significa su nombre “apocalipsis” (griego, “revelación”), esta literatura pretende ser una revelación por un ser sobrenatural a un ser humano, a menudo por visiones y sueños. Suele moverse sobre un eje vertical (cielo/tierra) y/o un eje horizontal (este siglo/siglo venidero, historia/ésjaton). Utiliza extensamente el simbolismo y alude mucho a ángeles y demonios. Los escritos más antiguos de este género, algunos pasajes de I Enoc, datan a lo menos del siglo II antes de Cristo, mientras la producción comenzó a disminuirse a mediados del segundo siglo d.C.. En algunos casos los expertos discrepan sobre si determinado escrito pertenece estrictamente al género apocalíptico, pero la colección es vasta, quizá dos o tres veces la extensión de la Biblia entera . La colección más completa, la de James H Charlesworth en inglés, alcanza unas dos mil páginas grandes. Por lo tanto es una fuente rica y valiosa para entender este movimiento histórico como también el mismo Apocalipsis de Juan.
La literatura apocalíptica se escribió característicamente en tiempos de crisis, comenzando con la tiranía de Antíoco Epífanes (175-164 a.C), pasando por la primera revuelta judía (66-70 d.C) y culminando con la segunda revuelta bajo Bar Kocheba (132-135 d.C.). En su mensaje los apocalípticos seguían a los profetas israelitas, pero con diferencias importantes. Ambos pretendían decir una palabra de Dios para los tiempos que vivían, y ambos creían en el triunfo de la justicia. Pero los profetas todavía esperaban cambios dentro de la historia y llamaban al pueblo al arrepentimiento para hacerlos posibles. En cambio, los apocalípticos desesperaban de las posibilidades históricas y buscaban más bien alguna futura intervención divina para resolver las situaciones humanamente imposibles.
Recientemente especialistas como John C. Collins y Paul D. Hanson han aclarado el tema por introducir varias distinciones importantes. (1) Por “apocalipsis” se debe entender el género literario de los escritos cuyas características hemos descrito en el párrafo trasanterior. (2) En cambio, llaman “escatología apocalíptica” a la perspectiva teológica, el conjunto de ideas que caracterizan los escritos apocalípticos pero sin necesariamente expresarse en el estilo de los escritos apocalípticos como género literario. En tercer lugar (3) definen a “apocalipticismo” como un movimiento o una ideología en un sentido más amplio. Es un universo simbólico generado en oposición a la cultura dominante, que establece la identidad, la razón de ser y la esperanza de la comunidad (Hanson 1962:27). La comunidad de Qumran es un ejemplo del apocalipticismo, aunque sus escritos no solían ser típicamente apocalípticos en cuanto a su género literario.
En su famoso artículo para el Suplemento del Intepreter’s Bible Dictionary, Hanson sugiere otra categoría más: el “seudoapocalipticismo” (1962:33), Esto consiste en la pasión puramente especulativa por lo apocalíptico como sistema de ideas, sin la menor relación a la situación de crisis que originó al apocalipticismo ni tampoco una conciencia clara y profética de las crisis coyunturales de su propio momento histórico. No toma en cuenta las luchas históricas de los antiguos autores apocalípticos sino interpretan los escritos (especialmente Daniel y Apocalipsis) desde la comodidad de su propia prosperidad y seguridad existencial. Un síntoma del seudoapocalipticismo es que busca fomentar miedo en vez de inspirar esperanza. Cualquier interpretación que hoy inculca apatía evasiva, irresponsabilidad histórica o indiferencia ante la injusticia, o se presta para legitimar la opresión, tiene todas las marcas del seudoapocalipticismo.
El género apocalíptico no fue algo rígidamente formal; los autores no se daban cuenta necesariamente de estar empleando detérminado tipo de escrito. Muchas veces un escrito apocalíptico viene acompañado por otros géneros. El Apocalipsis de Juan, por ejemplo, tiene la estructura clásica de una epístola; comienza con un saludo (1:4, 9-11) y termina con una despedida (22:7-21). Incluye también oráculos, ayes y makarios (bienaventuranzas), parábolas (probablemente 11:3-13), y otros. Algunos sub-géneros en la literatura apocaíptica son el testamento (discurso de despedida), el mito, oráculos, dichos sapienciales, etc.
Características de la literatura apocalíptica: El género apocalíptico tiene una serie de características que la distinguen frente a los demás tipos de literatura bíblica y lo hace bastante fácil de reconocer. Parece que durante la época de su apogeo, más o menos entre 200 a.C. y 150 d.C., este estilo literario resultaba ser la manera más acertada y eficaz para expresar la esperanza y mantenerla viva en el pueblo. Del oráculo poético de los profetas, que dependía de la comunicación oral, los apocalípticos pasaron a redactar libros, mayormente en prosa, con más conciencia de su estructura y estética.
Una primera característica de estos escritos es la seudonimia. Los escritos apocalípticos, con excepción del apocalípsis de Juan y de Pastor de Hermas, siempre atribuían sus mensajes a grandes santos y heroes del pasado, sobre todo Enoc pero también Adán, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, los patriarcas, Moisés, Elías, Baruc y Esdras. Esto era una costumbre de la época, común en el oriente antiguo, y en ninguna forma representaba algún problema ético. Los judíos creían que desde la muerte de Judas Macabeo (161 a.C.), los cielos se habían cerrado y dejaban de aparecer profetas (1 Macabeos 9:27; 2 Baruc 85:3). Como no se esperaban nuevas profecías en la época, los autores apocalípticos ubicaban sus revelaciones en tiempos antiguos, que daban también cierta aureola de antigüedad y autoridad a sus escritos. Además les permitía contar mucha historia ya pasada para ellos, como si fuera profecía futura para el personaje a quien atribuían su escrito.
Lo que más nos llama la atención en estos escritos es su uso abundante e imaginativo de simbolismo, que debe ser interpretado con sentido figurado. Su lenguaje es casi siempre evocativo, sugerente, connotativo. Es claro que su intención era de hablar simbólicamente, no literalmente. Juan de Patmos, por ejemplo, no tiene el menor reparo en asignar dos sentidos totalmente distintos al mismo símbolo; así las siete cabezas de la bestia son siete montes (Apoc 17:9) pero también siete reyes (17:10). Juan no se preocupa cuando produce simbolismos literalmente imposibles, como la lluvia de fuego y granizo mezclados con sangre (8:7), la mano con siete estrellas que en seguida se pone sobre la cabeza de Juan (1:16-17), una estrella que contamina la tercera parte de los ríos y fuentes del mundo (8:10), o un altar que habla (9:13; 16:7 NVI, BJ).
Entre los simbolismos más típicos de la literatura apocalíptica están los colores. Generalmente el blanco significa victoria y a veces lo celestial; el rojo o escarlata lo malo, la sangre, la guerra; el negro lo oscuro, la noche; el verde, la muerte, etc. Es importante no interpretar estos colores por los valores simbólicos que tienen hoy día para nosotros. Por ejemplo, lo malo en el Apocalipsis no es negro sino escarlata (sin nada que ver con el color de la piel); el verde no significa esperanza (como suele entenderse hoy) sino muerte (Apoc 6:8).
También los números son simbólicos: tres para Dios; cuatro para la naturaleza; seis para lo incompleto y a veces lo malo; siete para lo completo y perfecto, casi siempre bueno (excepto en su parodia por el dragón y la bestia); diez también es completo; doce señala al pueblo de Dios (12 patriarcas, 12 apóstoles). Las fracciones tienen un significado especial, como por ejemplo los tres años y medio: !no pasa de media semana! Una multiplicación añade al significado del dígito: 144,000 es el cuadrado de 12 por el cubo de 10. Cuando las cifras son simbólicas, no deben traducirse al sistema métrico ni a otras medidas, con lo que perderían su significado simbólico. Los únicos números en el Apocalipsis que no llevan valor simbólico son los precios de trigo y cebada en 6:6, donde tienen sentido económico de precios de la canasta básica.
Es especialmente común e importante el simbolismo de los animales, que suelen representar naciones o reyes poderosos. Generalmente los autores apocalípticos describen a los seres humanos como animales, a los ángeles como seres humanos (1 Enoc 87:2), y a los demonios como estrellas caídas (1 En 86:13). Su punto de partida está en Daniel, donde cuatro bestias surgidas del mar representan a cuatro imperios hostiles. Estos animales luchan, oprimen, y desaparecen del escenario. Son representaciones que dan una gran fuerza dramática, algo parecido a las caricaturas políticas de hoy (Rusia como oso, el dragón chino, el águila de los Estados Unidos). Con mucho humor, algunos escritos apocalípticos afirman que la carne de la gran bestia será el menú del banquete mesiánico (2 Esd 6:52; 2 Bar 29:4).
Uno de los primeros escritos apocalípticos, el "apocalipsis de los animales" (I Enoc 85-90, ca. 163-130 a.C.), es una exuberante orgía de alegorizaciones zoomorfas. Este sueño, recibido por Enoc antes de casarse con su esposa Edna, comienza cuando un toro blanco (Adán) sale de la tierra, seguido por una ternera (Eva) y dos becerros, uno negro y el otro rojo (Caín y Abel; 1 En 85:3). Con una novilla ese becerro negro engendró muchos toros negros (linaje de Caín; 85:5). Del primer toro y su ternera nació otro toro blanco que creció en un gran toro blanco (Set), que engendró muchos toros blancos (85:8-10). Después muchas estrellas caídas (ángeles) fecundaron a las novillas (Gén 6:1), que parieron elefantes, camellos y asnos (86:4).
En esa clave zoológica sigue a describir toda la historia judía hasta los macabeos. Noé nació un toro pero se volvió hombre; sus tres hijos eran toros, uno blanco, uno rojo y uno negro. El rojo y el negro engendraron leones, perros, cerdos y toda clase de criaturas repugnantes, y todos se mordían unos a otros (89:1-11). Al tiempo un toro blanco (Abraham) engendró un asno salvaje (Ismael) y un toro blanco (Isaac; 89:10-11). Ëste engendró un jabalí negro (Esaú) y una oveja blanca (Jacob), que engendró doce corderos (89:12). Y así sigue la historia: David y Salomón son ovejas, pero se convierten en carneros al ascender al trono (89:45,48). Los judíos son corderos; los opresores son fieras y aves de rapiña; los judíos apóstatas son corderos ciegos (89:74; 90:7). Un carnero, de quién brotó un enorme cuerno (Judas Macabeo, 90:9), luchó contra los enemigos de los corderos (90:11-17). Al fin vendrá un toro blanco (90:37, el Mesías), con grandes cuernos, que se convertirá en cordero y será venerado por todos los animales (90:30,37), Finalmente, todos los animales se transformarán en toros blancos, igual que Adán al principio (90:38).
La literatura apocalíptica a menudo se dedica también a los fenómenos cosmicos. Muchos de estos escritos muestran gran interés en la astronomía; "El libro del curso de las luminarias del cielo", ahora incorporado a 1 Enoc (72-82), es el ejemplo más antiguo. Muy comunmente los juicios divinos se describen como catástrofes naturales y cósmicas, de modo que cuando Juan incorporó este simbolismo en su libro (especialmente el sexto sello, 6:12-17, y las seis primeras trompetas, 8:6-9:20), eso era un simbolismo ya conocido por sus lectores. En ves de una revelación totalmente nueva, era una relectura de anteriores tradiciones apocalípticas. De hecho, ya desde las escrituras hebreas este simbolismo estaba muy presente en la escatología profética.
Generalmente se atribuye a la literatura apocalíptica un dualismo, aunque es importante aclarar que es un dualismo ético (lucha entre el bien y el mal) y no metafísico (creencia en dos realidades últimas). Como ellos buscaban hallar esperanza o en lo trascendental (arriba; el cielo) o en lo escatológico (adelante, después de la intervnención divina final), estaban convencidos de que la realidad definitiva estaba en el cielo y no en la tierra (cf. Apoc 4-5). Al vidente se le permite saber lo que pasa en el cielo, y lo celestial determina lo terrestre e histórico. Lo que pasa arriba pronto pasará aquí abajo. Esto explica el gran énfasis en los viajes celestiales y en el papel de los ángeles. En la lucha entre los poderes celestiales del bien y del mal, no existe campo neutral; o estamos con Dios o estamos con el diablo. Negar al Señor significa pasar a las filas del mal. Nuestras opciones en esta lucha cósmica se medirán finalmente en juicios divinos.
Es importante destactar que las más de las veces los autores apocalípticos estaban intentando una escatología contextualizada, según entendían ellos la coyuntura histórica de su momento. La diferencia entre el género profético y el apocalíptico se debía precisamente a las nuevas circunstancias nacionales (helenización después de Alejandro Magno; los macabeos, la ocupación romana). Ya que escribían bajo el nombre de algún personaje antiguo, a veces comentaban sucesos contemporáneos como si fuesen sucesos bíblicos. Por ejemplo, Testamento de Judá 3-7 describe las guerras macabeas como una batalla de Judá y Dan (bajo el seudónimo de "amoritas") que luchan contra los "cananeos" (Charlesworth 1996:895). Diversos escritos interpretan la destrucción de Jerusalén por Tito como si fuera la de Nabucodonozor (4 Esdras, 2 Baruc).
Muchos de los escritos apocalípticos, a pesar de su supuesto dualismo, muestran una viva conciencia histórica. André Paul encuentra en estos autores "una auténtica ciencia de la historia" (1979:49,51). En vez de ver la historia sólo como una serie de acontecimientos aislados, señala Paul, la ven como una totalidad. A menudo ofrecen resúmenes históricos, con su correspondiente periodización. Ven el sentido de todo el proceso en su meta final, que suele ser un acto divino que restaura toda la creación (cf. el "punto Omega" de Teilhard de Chardin). A menudo es literatura de protesta, para tiempos de desesperanza. El mismo Apocalipsis de Juan, leído con un análisis histórico y socio-económico, enfoca una profunda teología de la historia y nos da uno de los análisis más profundos y críticos que tenemos del imperio romano a finales del primer siglo (Stam 1978/1979).
A menudo, aunque no siempre, los autores apocalípticos aplicaban su mensaje también en exigencias éticas, a veces también de compromiso histórico. Insistían en la piedad, la santidad y la justicia, especialmente ante las perspectivas del juicio divino. En 1 Enoc 101-104 y 2 Enoc 39-66, por ejemplo, Enoc vuelve del cielo para instruir y exhortar a sus hijos a practicar lo recto y lo justo. En el Testament de los doce patriarcas, cada uno de los hijos de Jacob insta a sus propios hijos a cumplir la ley de Dios y arrepentirse de sus malos caminos (cf. 4 Esd 7:48-49).
George Ladd (1960:52-54) y otros analizan dos tendencias en la literatura apocalíptica: (1) la apocalíptica no-profética, que pretende escapar de la historia para refugiarse en el mundo venidero y (2) la apocalíptica profética, que insta a la fidelidad histórica a la luz del futuro escatológico, y cuyo representante más brillante es el último libro de nuestro Nuevo Testamento. Por eso, es un grave error usar el término "apocalíptico" como sinónimo de catastrófico y trágico (un terremoto u otro desastre). Lejos de cualquier entrega a la desesperación, el Apocalipsis de Juan es un llamado a la tenacidad (hupomonê, 1:9) y la fidelidad hasta las últimas consecuencias, seguros de que Jesucristo es el Señor.
Unas claves para entender mejor la literatura apocalíptica: Ya hemos insistido en que cada género literario tiene que ser leído e interpretado de acuerdo con sus propias reglas. El no entender eso, y el desconocer la literatura apocalíptica judía y su manera de pensar, ha sido la mayor causa de dificultades y confusiones en la interpretación del Apocalipsis de Juan. Aquí queremos mencionar, muy brevemente, algunas de las pautas y reglas de interpretación que nos enseña la literatura apocalíptica, para poder interpretar mejor el último libro de nuestra Biblia.
(1) Es importante tomar en cuenta que los escritos apocalípticos son literatura de la imaginación. No apelan en primer término al raciocinio lógico sino al don de la fantasía. Por eso tenemos que acercarnos a ellos dispuestos a ponernos a imaginar junto con sus autores todo un mundo simbólico que las más de las veces se apartará del mundo "real" que conocemos cotidianamente, para introducirnos a realidades más profundas que el frío análisis intelectual es incapaz de percibir.
Para la mayoría de los adultos hoy, y de los cristianos en particular, los vastos continentes del mundo de la imaginación suelen ser terra incognita. Por eso estamos mucho más cómodos con Romanos o Marcos, con Salmos o aun con Amós, que con el Apocalipsis. Nos ayudaría considerablemente, como preparación para los escritos apocalípticos, dedicarnos a leer extensamente la literatura latinoamericana, con su realismo mágico, y contemplar el arte de Guayasamín y Picasso, Salvador Dalí y Frida Kahlo, Jerónimo Bosch, William Blake y El Greco.
(2) La literatura apocalíptica, y específicamente el Apocalipsis de Juan, apela directamente a los sentidos de percepción física. Nos llama a escuchar trompetas, truenos, arpas y coros; a ver cuadros pintados por palabras (es toda una galería de pinturas); a olfatear incienso y azufre y a saborear un rollo agridulce. Para leer a Romanos o a Marcos, no tengo que activar mis sentidos de oído, vista, olfato, gusto y tacto, pero si leo el Apocalipsis sin esos sentidos, se me va a escapar la mayor parte de su mensaje. Por eso, más que sólo explicar este libro, se trata de vivirlo, de experimentar personalmente sus emociones y su drama. Eso debe ser la manera primordial de interpretarlo.
(3) Ya que la literatura apocalíptica suele ser contextual, y a menudo literatura de protesta, es absolutamente indispensable interpretarla en constante relación directa con su contexto histórico original, y desde ahí, con nuestro actual contexto histórico. Todos conocemos el refrán, "el texto sin el contexo es un pretexto", y en general se suele aplicar más o menos bien con otros libros como Romanos o Marcos. Pero precisamente donde el contexto es mucho más crucial, con el Apocalipsis, se olvida el contexto histórico y se trata de interpretarlo como un libro de vaticinios en el aire, descontextualizado tanto ayer como hoy, con su única referencia en un futuro remoto y desconocido. El resultado, como señala Hanson, es el seudoapocalipticismo.
(4) En la literatura apocalíptica, las más de las veces el mensaje central viene en visiones o sueños. Nos toca activar la imaginación y lograr ver esa visión, asimilando sus diversos detalles en un solo cuadro coherente e integral. Entonces debemos buscar el mensaje en el cuadro total. Las palabras del Apocalipsis van pintando cuadros, y los cuadros hablan, como si fueran pinturas en una galería. Si tratamos de convertir cada detalle en alguna realidad literal, antes de ver y sentir el cuadro total, habremos dismembrado el cuadro y emasculado su fuerza visual y dramática. En las imágenes simbólicas del Apocalipsis, es perfectamente posible que un solo detalle tenga dos significados distintos (las siete cabezas son siete montes, y son siete reyes, 17:9-10) e igualmente posible que algún detalle no tenga ningún referente externo sino que sea simplemente un detalle pictórico del cuadro.
(5) Por su propio género literario y por los muchos siglos que han pasado, los libros apocalípticos (incluso el de Juan) iuncluyen detalles que ahora no podemos descodificar, porque hemos perdido las claves de interpretación. Eso no debe sorprendernos, ya que se trata de escritos con códigos mucho más sutiles (algo así como nuestras caricaturas políticas o como los chistes) que en aquel entonces los lectores entendían pero que hoy no son siempre explicables. Sin embargo, lo impresionante del Apocalipsis de Juan es que a pesar de esos detalles (las espinas del pescado), no hay ni un solo pasaje cuyo sentido no esté al alcance del lector moderno. Esos detalles nos asustan y nos distraen, pero casi siempre podemos entender el párrafo sin ellos. Por eso tenemos que buscar el mensaje central de cada pasaje, tratando de captar lo que el autor decía a sus comunidades a finales del primer siglo. Debemos recordar que Juan era un pastor y se preocupaba por comunicarse con las necesidades de su pueblo. No les iba a hablar enigmas oscuras que sólo les confundiría.
Una vez que hayamos enfocado el mensaje central de pasaje (no sólo el sentido de un solo detalle o de un solo versículo), debemos preguntarnos sobre el sentido de ese mensaje para nosotros hoy. En eso también debemos proceder, no tanto de los detalles por separados, sino del mensaje en su conjunto, a ver que nos dice hoy. La acutalización contexutalizada consistirá en buscar el mensaje del mensaje, lo que aquel mensaje antiguo nos puede decir hoy. Por ejemplo, para interpretar al Apocalipsis 13, no nos dejaremos perder en especulaciones sobre "666" sino buscaremos entender primero el mensaje de Juan, lo que está diciendo a las iglesias sobre el poder político (la primera bestia), religioso (el falso profeta) y económico (bloqueo comercial, 13:17), y después analizaremos nuestro contexto hoy para ver donde aparecen parecidas estructuras de poder. Al analizar los "siete colinas" de 17:9, veremos que es una clara referencia a la ciudad de Roma, por su apodo más conocido, y entenderemos ese detalle en el contexto del mensaje global de Juan sobre el poder imperial. Entonces para actualizarlo, no pregutaremos primordialmente cuales ciudades hoy están sobre siete colinas (actualización de un detalle), sino preguntaremos cuáles gobiernos y sistemas reproducen hoy los modelos de la antigua Babilonia (Roma), lo que nos dará "el mensaje del mensaje".
(6) Es importante recordar que las visiones no son necesariamente literales. Su forma narrativa y sus detalles dramáticas fácilmente dan la impresión de que las cosas van a pasar exáctamente como se describen. Pero ya hemos visto que la literatura apocalíptica utiliza esencialmente el lenguaje simbólico. Mientras otros géneros priorizan el lenguaje literal, en este género la primera sospecha es que sea simbólico al menos que otras razones indican lo contrario. En el Apocalipsis de Juan, muchos pasajes deben entenderse simbólicamente aunque no traigan lenguaje comparativo ("como", "parecía", etc). En 19:11-15, Juan dice que apareció un caballo en el cielo y Cristo vino montado a caballo, sin nada de términos de comparación, pero es obviamente simbólico (la segunda venida no será a caballo).
Dos obstáculos dificultan hoy nuestra buena comprensión del lenguaje simbólico del Apocalipsis. Primero, nuestra mentalidad moderna y occidental tiende a ser muy literalista. Segundo, por el gran respeto que tenemos hacia la Bibla y por creer en su inspiración divina, asumimos equivocadamente que somos más piadosos, o expresamos mayor fe, cuando tomamos las cosas al pie de la letra. !Pero al contrario! Respetamos más al texto cuando lo entendemos como es, y como simbólico las muchas veces que su sentido original es simbólico. (Jesucristo es el Cordero de Dios, pero no tiene cuatro patas, cuernos y lana). Eso no es negar el sentido del texto sino serle fiel. Pasajes como 17:9-10 y 19:11-15 muestran que Juan mismo estaba plenamente consciente de estar hablando con lenguaje simbólico.
Por supuesto, hay muchas enseñazas en el Apocalipsis que no son simbólicas y no deben alegorizarse. Se trata de determinar fielemente el sentido y el mensaje de cada pasaje. Pero debemos liberarnos del prejuicio equivocado, y de hecho anti-bíblico, de que la interpretación literal merece alguna preferencia a priori o que revela más piedad o más fe. De hecho, grupos como los mormones y los testigos de Jehová son mucho más literalistas que el fundamentalista más recalcitrante. La meta en la interpretación bíblica, y del Apocalipsis, es ser fiel al mensaje revelado, sea de sentido literal o sea de sentido simbólico.
(7) Puede sorprender a algunos darse cuenta también que las visiones no son necesariamente predictivas. En los relatos de visiones, los verbos suelen aparecer en tiempo pasado, no futuro, porque se refieren al momento en que el autor apocalíptico había recibido la visión. Generalmente hay poco o nada en el relato para indicar que esté anunciando algo que vaya a pasar en el futuro. Muchas visiones en el Apocalipsis simplemente describen verdades espirituales sin pretender predecir sucesos futuros. La visión del hijo de hombre (Apoc 1), del trono y el Cordero (Apoc 4-5) y de la media hora de silencio (8:1-4), no deben entenderse como predicciones de futuros acontecimientos. Si el lector opta por interpretar las visiones de las trompetas y las copas como vaticinios de sucesos futuros específicos, eso es decisión de ese intérprete a menos que demuestre del mismo texto que la visión tuviera una intención predictiva.
Un ejemplo dramático de este hecho es la interpretación del "666" de Apocalipsis 13:16-18. Casi todo el mundo cree que esto anuncia una futura acción de la bestia (que ellos identifican con el Anticristo) al final de la historia. Sin embargo, Juan claramente identifica a la bestia con el imperio romano de su propia época (17:9-11), y en 13:16 los verbos son pasados ("puso a todos una marca") sin nada que indique que se refiere necesariamente a una acción futura. Es más coherente, en este caso, entenderlo como una descripción en visión del poder económico del falso profeta (probablemente el Sumo Sacerdote del emperador en su templo en Efeso) o simplemente una descripción general de la estrangulación económica de sistemas imperialistas. Eso estaría más de acuerdo con el género literario apocalíptico y con los datos del pasaje, y sería un mensaje pastoral y práctico para sus comunidades
Aporte de la literatura apocalíptica: tres ejemplos: Hay evidencias convincentes de que los autores bíblicos conocían la literatura apocalíptica. Muchos de los términos e ideas del Nuevo Testamento se aclaran por ver su trasfondo en el mundo de los autores intertestamentarios: hijo de hombre, Mesías, reino de Dios, el hombre de maldad, el Anticristo, la resurrección, el juicio final, nueva creación y nueva Jerusalén. Judas alude expresamente a 1 Enoc en v.6 (cf. 1 En 6:1-12; 10:4-6,12) y v.14 (1 En 1:9), y en su v.9 aparentemente alude a un texto perdido de Asunción de Moisés. En 2 Pedro aparecen muchos de los mismos temas y argumentos de Judas, pero sin referencias directas a la literatura extra-canónica.
Para ser más específicos, veamos tres casos del Apocalipsis en que la literatura apocalíptica aclara el sentido del pasaje:
(1) Apocalipsis 2:17 promete "el maná escondido", frase que no se puede aclarar adecuadamente del Antiguo Testamento. Pero una tradición judía afirmaba que cuando el templo fue destruido por Nabucodonosor, Jeremías (2 Mac 2:4-6; o un ángel 2 Bar 6:5-10) escondió el maná del arca en una cueva, donde Dios lo estaba conservando hasta los días del Mesías. Oráculo Sibilino (7:149) promete qne al venir el Mesías, los fieles "comerán con blancos dientes el maná cubierto de rocío" (cf. OrSib 3:622-3, 5:283-285 y 8:203-205). Un escrito contemporáneo del Apocalipsis lo describe con más detalle:
La tierra dará su fruto diez mil veces más, sobre cada vid habrá mil ramas y cada rama producirá mil racimos, y cada racimo producirá mil uvas, y cada uva producirá un coro de vino [220 litros]. Y los que habían pasado hambre se gozarán, y verán maravillas todos los días. Vientos saldrán de delante de mí a llevar cada mañana fragancia de frutas aromáticas, y a final del día nubes destilarán el rocío de salud. Y pasará que en ese mismo tiempo los tesoros del maná volverán a descender de lo alto, y comerán de él en esos años, porque son los que han llegado a la consumación del tiempo (2 Baruc 29:3-8).
Es muy probable que Juan alude a esta veta de la tradición apocalíptica con su frase "el maná escondido".
(2) Quizás el más grande rompecabezas del Apocalipsis es el misterioso "666" de 13:18. Nada en el Antiguo Testamento nos ayuda a entender este número símbolico, pero podemos encontrar una clave valiosa en la literatura apocalíptica. Estos autores antiguos utilizaban mucho un método hermenéutico llamado gematría (o "guematría"), que se basaba en la suma de los valores númericos de las letras de determinado nombre. Los hebreos y los griegos no tenían números (dígitos), como los que heredamos de los árabes, sino tenían que utilizar las letras del alfabeto como números. Y entonces les interesaba sacar la suma matemática de las letras de un nombre, casi a modo de un apodo. Para dar un ejemplo muy sencillo, el nombre "Aba" sumaría cuatro (1+2+1) o como "Abba" sería seis (1+2+2+1). En una pared entre las ruinas de Pompeya, ha aparecido un romántico mensaje que dice, "amo a aquella cuyo número es 545" (Coenen 1983 tomo 3:183).
Es muy interesante encontrar en un escrito contemporáneo con Juan de Patmos, Oráculos Sibilinos 5, un resumen de "la desdichada historia de la raza latina" desde los tiempos de Alejandro Magno hasta el emperador Adriano, que no nombra a ninguno de los emperadores sino los identifica por el valor númerico de la letra inicial de su nombre:
5:12: el primero de los caudillos, la suma de cuya letra inicial será de dos veces
diez (César),
5:14: y tendrá su primera letra correspondiente a la decena (Julio);
5:15: tras de él ha de gobernar aquel a quien correspondiere la primera de las
letras (Augusto);
5:21: [el siguiente] tendrá la inicial del número trescientos (Tiberio) …
5:28: El que tiene por inicial el número cincuenta [Nerón] será soberano, terrible
serpiente…
5:40: un hombre de cabello ceniza con la inicial del cuatro [Domiciano], etc, hasta
Adriano.
Un pasaje de Oráculos Sibilinos 1, de claro origen cristiano, utiliza la gematría para designar a Cristo con el número de 888:
Entonces el hijo del Dios poderoso llegará hasta los hombres, hecho carne…Tiene cuatro vocales y en él se repite la consonante. Yo te detallaré la cifra total: ocho unidades, otras tantas decenas sobre aquellas, y ocho centenas que a los hombre incrédulos revelarán su nombre… (1:323-330)
Los detalles y la suma corresponden al nombre Iêsous (10+8+200+70+400+200). Esto parece ser el paralelo m;as cercano al Apocalipsis 13:18, tanto por el tipo de gematría como también por el contraste entre Cristo y la bestia. Cristo es más que perfecto (777 más 111); la bestia pretende ser perfecto pero queda corto en un triste 666.
Aunque este trasfondo no llega a precisar la identidad de aquel cuyas letras suman 666 (o la variante textual, 616), da fuertes razones de suponer que 13:18 es un caso de gematría. Con las debidas reservas, la mayoría de los intérpretes ven una referencia a "César Nerón" en letras hebreas (QSR NRWN: 100+60+200 +50+200+6+50; cf. Coenen 1983 tomo 3:184).
(3) Otro pasaje sumamente debatido ha sido el del reino milenial (Apoc 20:1-6). El pasaje es muy oscuro y controversial, y el resto de las evidencias bíblicas tampoco nos da mucha ayuda. Pero encontramos numerosos pasajes parecidos en la literatura apocalíptica y rabínica que distinguen entre un reinado mesiánico, de duración limitada, y el reino final de Dios (cf. Díez Macho 1984 tomo 1:376-388). Ese reino mesiánico se entiende como intrahistórico (dentro del tiempo de la historia humana) y sobre esta tierra. Esta veta de tradición ofrece tres paralelos con Apocalipsis 20: (1) Satanás es atado por un tiempo determinado; (2) hay un reino penúltimo e interino de paz y justicia (usualmente, mesiánico), también por un tiempo limitado y (3) al final Satanás (o Beliar, etc) será soltado para un asalto final, en el que será derrotado y destruido. Todos esos elementos abundan en la literatura judía.
Pasajes apocalípticos muy antiguos describen un reino de perfecta paz y justicia en esta tierra, dentro del tiempo y la historia, previo al reino eterno de Dios (Jubileos 23:16-30; 1 Enoc 91:1-14; 93:12-17; 96:8; Salmos de Salomón 17:26-46; 18:1-12). En 2 Enoc, contemporáneo con Juan de Patmos (ca. 70 d.C.), el autor proyecta los siete días de la creación en siete épocas de la historia de mil años cada una. En el séptimo período de mil años Dios bendice toda su creación (32:2) , y el octavo (la eternidad) será de descanso y un volver a la creación ("para que el octavo día fuera el primero…para que el día del domingo pueda repetirse indefinidamente" 33:1). Parece que el séptimo día significa un penúltimo sábado, que duraría mil años, antes de la eternidad (octavo día).
De aproximadamente la misma época, la tercera visión de 4 Esdras (ca. 90 d.C.) plantea claramente un reino mesiánico, en la tierra, de duración limitada y previo a la eternidad. El texto precisa que durará específicamente 400 años: "Mi hijo el Mesías será revelado con los que lo acompañan, y los que quedan se regocijarán por 400 años" (7:28; cf Gén 15:13). Al final de ese período el Mesías morirá, junto con todos los vivientes, y por siete días el mundo vuelve a su silencio original. Después seguirán la resurrección y el juicio final, que durará siete años (7:43). El escrito no parece conocer otras funciones del Mesías. Las diferencias con el Apocalipsis son muy grandes e importantes, pero este texto apocalíptico es otro testimonio de la existencia de tradiciones de un reinado mesiánico penúltimo.
Díez Macho ha llamado a 2 Baruc (90-100 d.C.) "el libro que mejor refleja la doble concepción: reino mesiánico en este mundo y reino de Dios en el mundo futuro del más allá", separados para la resurrección general (1984 tomo 1:379). El autor describe el reino mesiánico preliminar como "el tiempo de mi Ungido" (72:2; 30:1; cf 29:3), cuando "el gozo será revelado y el descanso aparecerá, y la salud descenderá como rocío, y la enfermedad desaparecerá, y el temor y la tribulación pasarán de entre los humanos, y la alegría envolverá a la tierra. Y nadie morirá prematuramente" (73:2). El bello pasaje citado arriba (2 Bar 29:4) describe también las bendiciones de este período.
Todos estos documentos contemplan un reino mesíanico, en esta tierra, con principio y fin, seguido después por el reino eterno de Dios. En 2 Enoc se le asigna mil años, igual que en el Apocalipsis; en 4 Esdras es de 400 años. En los escritos rabínicos, posteriores al Nuevo Testamento pero sin duda con raices en tradiciones de esa época, proliferan los comentarios sobre ese reino mesiánico, al que casi siempre se le asigna un período definido de duración. Con interpretaciones alegóricas de las escrituras hebreas, los rabinos ofrecen la más exuberante variedad de cálculos del tiempo de ese reinado: 40 años, 60 años, 70, 90, 100, 354 años, 365, 400, 600, 1000, 2000, 2460, 4000, 6000, 7000, y hasta 365,000 años (Strack Billerbeck 1926 tomo 3:824; Ford 1992:832).
Si sólo una parte de esas interpetaciones circulaban en tiempos de Juan, nuestro profeta tenía mucha tradición en que basar su propia versión y muchos cálculos entre los que podía escoger. De esa increíble multiplicidad de cálculos, como de todas las evidencias al respecto, podemos concluir que estas expectativas de un reino mesiánico (un "milenio" de la duración que fuera) estaban muy extendidas, pero también que los cálculos de su duración (como los "mil años" de Apocalipsis 20) no se entendían literalmente.
Fuentes apocalípticas describen también la atadura de Satanás (Beliar, Semihazeh, etc), por un período limitado, a veces como preparación para el reino mesiánico (cf. Apoc 20:1-3) En 1 Enoc 10:4-8 Azazel es encadenado de manos y pies, echado en un hoyo en el desierto, y Dios manda tapar el hoyo con piedras ásperas y agudas (10:5; cf. 13:1), hasta el día de juicio cuando será lanzado al fuego (10:6). Dios ordena a Miguel atar al ángel caído Semyaza bajo los collados por setenta generaciones, hasta su juicio final cuando será enviado al abismo de fuego (10:12; cf. 18:16). Los astros que cayeron están atados por diez millones de años (21:6; cf. 18:16; 90:23). También según Testamento de Leví, el Mesías ("un nuevo sacerdote", 18:4) atará a Beliar (18:12) y habrá paz y alegría en la tierra (18:4,13-14). No habrá más pecado (18:9) y el Mesías abrirá las puertas del paraíso a los fieles (18:10-11).
Es evidente que había mucha tradición judía detrás de Apocalipsis 20:1-10, que algo de esa tradición era conocido por Juan, y que él escribió aquí para ayudar a los cristianos de Asia Menor a entender dicha tradición. Pareciera que uno de los propósitos de Juan era el de dar para los fieles una relectura de las diferentes corrientes de pensamiento apocalíptico que circulaban. En este caso, bien hubiera podido no hacerle caso a las tradiciones de un reinado mesiánico preliminar, o hubiera podido rechazarlas y refutarlas. Parece que optó más bien por reinterpretarlas cristológicamente.
Conclusión: Los estudiosos de la Biblia hemos recibido tres bendiciones muy especiales en el último siglo y medio. Una, desde finales del siglo XIX, fue el descubrimiento de miles de papiros, mayormente en las cálidas arenas de Egipto. Estos ayudaron inmensamente a la crítica textual del Nuevo Testamento a lograr un texto griego mucho más fiel y aportaron mucha información importante para la interpretación bíblica. La segunda bendición, ya muy famosa, consistió en los valiosísimos documentos de la comunidad de Qumran. Hoy día, sería una irresponsabilidad pecaminosa pretender interpretar la Biblia de espaldas a todos estos nuevos conocimentos que iluminan y aclaran el texto inspirado.
Pero para entender los textos apocalípticos de la Biblia, una tercera riqueza es igualmente significativa y útil. En ese mismo siglo y medio se han descubierto, reconstruído textualmente, publicado e interpretado los escritos apocalípticos, muchos de los cuales eran parte del mundo de Juan de Patmos y de su mentalidad. Nuestro libro de Apocalipsis pertenece a este género literario y sigue sus reglas de interpretación. Si queremos entender el último libro de nuestra Biblia, nos conviene tomar muy en cuenta esta vasta biblioteca con su mundo mágico de imágenes, y aprender a interpretar el libro de Apocalipsis conforme a su género literario. Eso es parte de nuestra fidelidad a la palabra inspirada de nuestro Dios.
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Sobre el autor:
Juan Stam se nacionalizó costarricense como parte de un proceso de identificación con América Latina . Es Dr. en Teología por la Universidad de Basilea. Docente y escritor de libros, artículos y del Comentario Bíblico Iberoamericano del Apocalipsis de Editorial Kairós.
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