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martes, 2 de enero de 2018

Cine y fe: Las películas de 2017 que nos cambiaron

Por Samuel Lagunas, México

Imagen: Pixabay

Permítanme añadir un top más a la plétora de listados que se acumulan en el umbral del nuevo año. Las películas que presento a continuación las pude ver en festivales y/o en salas comerciales o fueron lanzadas por algún sitio de streaming. Cada una de ella desafía cómo pensamos la fe en el mundo contemporáneo y cómo representamos esas creencias y experiencias en la pantalla. Cada una, también, remarca la necesidad que hay de (re)descubrir nuevas herramientas de análisis que nos ayuden a ver y a interpretar en las películas las relaciones entre lo divino y lo humano, entre la técnica cinematográfica y la experiencia religiosa, tanto individual como colectiva. En eso andamos.

5. Él entre nosotros (Tomás Castaño, Colombia, 2016)

El mundo evangélico es lo suficientemente amplio ya para haber generado su propia industria cinematográfica. Películas como “Dios no está muerto” (Harold Cronk, 2014), “Cuarto de guerra” (Alex Kendrick, 2015) o “A prueba de fuego” (Alex Kendrick, 2008) son sólo la punta de lanza de un cine engolosinado con ficciones motivacionales, panfletarias y maniqueas. A contracorriente, Tomás Castaño se embarcó en la difícil tarea de hacer un documental que hablara no de cómo deben ser los evangélicos hoy sino de cómo son realmente. Reuniendo testimonios de varios jóvenes en Medellín, la mayoría relacionados de alguna forma con el arte, Castaño logra presentar la historia de Jesús ya no volviendo al portal de Belén en el año 0, sino a partir de vidas concretas que, en medio de las numerosas formas de violencia que los rodean, tratan de encontrar la alegría y la plenitud en el vivir con y para los demás. “Él entre nosotros” se convierte en un antecedente del cine evangélico que esperemos esté por venir.

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4. Silencio (Martin Scorsese, Estados Unidos, 2016)

Scorsese es hoy día uno de los pocos cineastas totalmente confesionales. En su último largometraje, basado en la novela homónima de Shūsaku Endō, el director de “La última tentación de Cristo” indaga nuevamente en el cuestionamiento de la naturaleza de la fe y de la duda en situaciones límite a partir de la historia del padre Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield), jesuita que hacia 1640 viaja a Japón a investigar la razón de la desaparición y apostasía del reconocido sacerdote misionero, maestro suyo, Cristovão Ferreira (Liam Neeson). La película acierta en retratar la hostilidad del entorno y en hacer de la duda, y del amor, el hilo conductor y detonante de los puntos de giro. El gran hallazgo del padre Rodrigues, y el mensaje de la cinta, es que la negación pública puede convertirse en una forma de seguimiento. “Silencio” se convierte, por eso, no sólo en un eco de aquella pregunta que Habacuc lanzara en el siglo VI antes de Cristo (“¿Hasta cuándo, oh Señor, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?”) sino en una atinada manera de hacer justicia a la diversidad de la fe en tiempos como los nuestros donde la descalificación es una recurrencia y la homogeneización, otra forma de ceguera.

3. El venerable W. (Barbet Schroeder, Francia, 2017)

Para hacer de este convite ecuménico un festín interreligioso, hay que mencionar ahora una cinta documental dirigida por Barbet Schroeder, de confesión budista. Con ella, el director francés/iraní pone fin a su “Trilogía del mal” iniciada con el documental “General Idi Amin Dadá: Autorretrato” (1974) y continuada con “El abogado del terror” (2007). Ahora, en “El Venerable W.”, presentada en el Festival de Cannes, Schroeder le da la voz al monje budista Wirathu, quien es considerado uno de los ideólogos del genocidio que ocurre actualmente en Birmania en contra de los rohingya, población en su mayoría musulmana.
El genio, y la trampa, de Schroeder consiste en dejar que Wirathu se construya ante los espectadores como un héroe de la fe para luego revelarlo en su faceta más perversa, lo que deja en claro que la fe ingenua puede ser también la más peligrosa. “El venerable W.” es notable, asimismo, porque aparece como una poderosa autocrítica de un budista hacia el budismo y hacia cualquier tipo de integrismo/fundamentalismo, recordándonos que toda fe y toda experiencia religiosa es profundamente contextual y desde ahí es que debe ser evaluada. Además, el documental resulta pertinente en un contexto europeo de creciente antiarabismo y antiislamismo porque da voz a la polifonía y así, busca hacer un hueco a la necesidad de comprender y analizar y, especialmente, nos lanza un llamado al constante autoexamen de nosotros como individuos y como sociedad.

Si en las 3 cintas previas he hablado de películas que me interesan más por su temática, las 2 siguientes logran ser relevantes gracias a su ambición formal.

2. Kaili blues (Bi Gan, China, 2015)

La ópera prima de Bi Ga será recordado por tener uno de los planos secuencia (casi 20 minutos) más largos y efectivos de la historia del cine. Pero es todo lo que me interesa rescatar ahora sino decir que “Kaili blues” es el intento de llevar al cine una sentencia atribuida a Buda que se encuentra en el Sutra del Diamante: es una sentencia que habla sobre el tiempo y su dilución, sobre cómo la no temporalidad aniquila también al individuo. La persona, que sólo pertenece al presente, se disuelve ante la ausencia de tiempo. En ese ser y no ser simultáneamente alcanza la plenitud. Todo este laberinto ontológico y temporal es llevado a la pantalla de una forma inesperada, pero con una coherencia envidiable. La historia es la de un hombre que sale a buscar a su sobrino y acaba diluyéndose en el tiempo (y diluyendo el tiempo) y en el espacio, encontrándose también de esa manera. Como lo escribí en su momento, no es necesariamente una película budista pero expresa como pocas una verdad budista que no había sido llevada a la pantalla de forma tan concreta.

1. ¡Madre! (Darren Aronofsky, Estados Unidos, 2017)

Una de mis cintas preferidas de 2017, la última obra de Aronofsky es tan elocuente como ambiciosa, tan obsesiva como enajenante. Vilipendiada por su excesiva referencialidad, bastante clara para la mayoría de lectores del Antiguo Testamento, la cinta nos narra la historia de un poeta ensimismado en sus creaciones y su mujer, quien debe mantener la casa en orden además de fungir como musa del artista y soportar tanto sus bloqueos creativos como la soberbia de sus logros. Su existencia compartida se ve interrumpida por la visa de un misterioso hombre, seguido de otra misteriosa mujer y de sus dos misteriosos hijos. De ahí en adelante, Aronofsky se dedica a recontar la historia de la humanidad (desde el Diluvio hasta el Apocalipsis) situándola exclusivamente en el espacio de una casa. Hubo quien vio en “¡madre!” una denuncia de la religión patriarcal que esclaviza a la mujer y a la creación. Otros, el trasunto de la personalidad ególatra del propio Arnofsky quien se autoconcibe como Dios y que no tiene ningún problema en enamorar a sus actrices para después desecharlas. En la cinta están ambas cosas. Está también la sensibilidad para verter desaforadamente, y sin perder el orden, una mitología heredada y aprendida con un lenguaje nuevo y atronador. El personaje de Jennifer Lawrence puede ser el símbolo de la mujer violentada por antonomasia, puede ser la madre Tierra, puede ser incluso la sabiduría que acompaña al Creador desde el inicio. Lo que queda claro para Aronofksy es que al final de la historia se asoma siempre un nuevo comienzo, aunque eso, desde luego, ya lo había dicho en sus cintas previas de muchas otras maneras, pero nunca tan colosalmente.

Menciones Especiales:

“El planeta de los simios: la guerra” (Matt Reeves, E.U., 2017)


Si de recontar mitos se trata, el trabajo de Reeves en esta cinta es magistral, al revivir cinematográficamente el mito del “éxodo” con una fuerza visual sobresaliente y una pertinencia nada desdeñable, sin despojarlo del tono apocalíptico con el que fue revestido varios siglos después. Sin duda, la cinta más lograda del nuevo universo simiesco.     

“Makala” (Emanuel Gras, Francia, 2017)


El documental ganador de la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes merece ser mencionado ya que, en el interés por el trabajo del hombre al que sigue en su cotidiana migración, Gras nos regala una de las secuencias más elocuentes y fervorosas que hemos visto recientemente de un culto africano. Interesa también porque la pregunta de Gras sobre el porqué de la tenacidad de la fe de un hombre que no tiene nada más que un canto y una plegaria a su Dios es síntoma de un redescubrimiento, en el sujeto migrante, de formas y experiencias religiosas que los europeos blancos post-seculares creían haber dejado en el pasado.

¿Qué se viene para el 2018?

 

 Hay dos películas que espero ver ansiosamente y que darán mucho de qué hablar en lo tocante a la relación entre fe y cine. La primera es “Jupiter’s moon”, exhibida en Cannes pero que aún no es distribuida en América Latina. En ella, el cineasta húngaro Kornél Mundruczó nos cuenta la historia de un refugiado con alas. El tema del milagro y la esperanza parecen ser los ejes de esta nueva fábula.


La otra cinta que seguramente no pasará desapercibida es “María Magdalena” dirigida por Garth Davis y protagonizada por la estupenda Rooney Mara quien todo indica que transformará por completo la representación cinematográfica que tenemos de este personaje bíblico. Éstas y las que vengan.

¡Desde acá, buen año!

Sobre el autor:

Samuel Lagunas, es mexicano. Vive en Querétaro con Ruth. Ha publicado tres libros de poesía y un libro de cuentos para niños en colaboración con Keila Ochoa Harris y Susana Sánchez. Actualmente estudia una Maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM y pasa el tiempo viendo películas y escribiendo sobre ellas para medios digitales e impresos. Ha hecho diplomados en Biblia y Teología en la Comunidad Teológica de México, el Instituto Bíblica Virtual y la Universidad Bíblica Latinoamericana.


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