El mensaje a Éfeso (Primera parte) - El Blog de Bernabé

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miércoles, 29 de noviembre de 2017

El mensaje a Éfeso (Primera parte)

Por Juan Stam, Costa Rica

Cristo habla a la congregación de Éfeso, Una iglesia activista, sin amor

Imagen: Pixabay -  CC0 Public Domain
Efesios 2: 1 – 7:

1 Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso:
Esto dice el que tiene las siete estrellas
              en su mano derecha
y se pasea en medio de los siete candelabros de oro:
2 Conozco tus obras,
tu duro trabajo y tu perseverancia.
Sé que no puedes soportar a los malvados,
y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles
              pero no lo son;
y has descubierto que son falsos.
3 Has perseverado y sufrido por mi nombre,
              sin desanimarte.
4 Sin embargo, tengo en tu contra
     que has abandonado tu primer amor.
5 ¡Recuerda de dónde has caído!
Arrepiéntete
y vuelve a practicar las obras que hacías al principio.
Si no te arrepientes,
iré y quitaré de su lugar su candelabro.
6 Pero tienes a tu favor
              que aborreces las prácticas de los nicolaítas,
                    las cuales yo también aborrezco.
7 El que tenga oídos,
              que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Al que salga vencedor
              le daré derecho a comer del árbol de la vida,
              que está en el paraíso de Dios.

Cristo se había presentado a Juan con dos propósitos especiales: comisionarle para una tarea profética (1.17-19) y dirigir personalmente un mensaje a cada congregación por nombre.  A partir de la visión de sí mismo que ha dado al profeta, y las palabras que le ha dirigido, el Hijo de hombre le asigna a Juan su primera misión: "Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso".  Esta frase va a repetirse siete veces, con el nombre de cada congregación; ninguna comunidad de fe quedará sin una Palabra de su Señor.  La fórmula "esto dice" (Tade legei) ocurre unas 330 veces en la Lxx como introducción de solemnes declaraciones proféticas (Peake; Lilje). Según Lilje, en los tiempos del NT también se usaba en proclamaciones reales.[1]

Éfeso era la ciudad más rica e importante de la región.  Con Antioquía y Alejandría, compartía el liderazgo en todo el oriente del imperio.  Favorecida con el puerto principal de Asia Menor y con un dominio de las rutas más estratégicas de comercio hacia Mesopotamia, Éfeso podría llamarse el Buenos Aires o la Nueva York de Asia.  Además del templo a Artemis (o Diana: Hch 19.24), una  de las siete maravillas del mundo antiguo, las espectaculares ruinas de Éfeso incluyen hoy un teatro (Hch 19.29,31), gimnasio, biblioteca de dos pisos, baños y mucho más.  Una lujosa calle de 70 pies de ancho, orillada de bellas columnas por ambos lados, corría desde el centro de la ciudad hasta el puerto.

Como ciudad libre, Éfeso tenía su propio gobierno.  Según Lilje, se inauguraban las sesiones del parlamento (boulê) con rituales de culto al emperador.  Aunque Pérgamo le daba competencia para el liderazgo político de Asia Menor, Efeso funcionaba en efecto como capital de la provincia (Foulkes).  El derecho de kataplous ("puerto de primera llegada") de que gozaba Éfeso significaba que los gobernadores senatoriales asignados a Asia tenían que desembarcar ahí para entrar a sus funciones en la provincia (Caird).  El mismo Augusto visitó a Éfeso a lo menos cuatro veces (Lilje), entrando a la ciudad por la lujosa calzada con las pomposas ceremonias de una parousía real.

Además, como sede del gran templo de Diana, Éfeso era un lugar de peregrinajes multitudinarios que le brindaban mucho prestigio religioso y abundantes ganancias económicas.  Desde el año 29 aC había sido también pionera del culto al Emperador en Asia.  Ya para los tiempos de Juan se había formado una fusión entre los cultos a Artemis (Diana) y al Emperador (Foulkes; Lilje).  Junto con Pérgamo, eran los lugares de mayor práctica del culto imperial en toda Asia Menor.

La congregación de Éfeso era la "iglesia madre" para la provincia asiática; había sido una congregación privilegiada en todo sentido.  Fue la única de las siete iglesias en que Pablo había ministrado personalmente, pasando unos tres años con ellos (Hch 20.31).  Después de un poderoso avivamiento espiritual (Hch 19.17-20) siguió un violento alboroto (19.23-41; cf 1Co 15.32).  Desde Éfeso el evangelio se extendió a toda la provincia de Asia (Hch 19.10).  Gozaron de una sucesión pastoral que sería la envidia de cualquier congregación: ¡Pablo, Timoteo, y Juan!  También había sido un notable centro de literatura cristiana.  Pablo les dirigió su epístola más teológicamente profunda, y todo indica que desde Éfeso se escribieron las epístolas pastorales, el cuarto Evangelio, las epístolas juaninas, y el Apoc.  Veinte años después San Ignacio de Antioquía les envió una importante carta en la que les brinda muy altos elogios.

Los méritos de la congregación de Éfeso parecían augurarle un saldo altamente positivo ante los ojos del Señor, correspondiente al gran prestigio de que gozaba.  "Yo me doy cuenta", les dice Jesús, "de tu conducta, de tu trabajo ardua y de tu tenaz perseverancia".  ¡Dichoso el pastor de Éfeso!  De pocas congregaciones se podría decir hoy que se esfuerzan hasta la fatiga y el agotamiento (kopos: golpeado por la dura faena).  González Ruiz interpreta la hupomonê como "resistencia a toda integración en el intento de `compromiso histórico' con la idolatría, sobre todo con el culto imperial"[2], que de hecho florecía en Éfeso.  El odio de los efesios hacia los nicolaítas (2.6; ver 2.14-15) expresa esa terca firmeza en oponerse a toda componenda con la ideología imperial idolátrica.  Por eso habían sufrido por su fe, pero sin flaquear en ningún momento: "¡Tenacidad sí tienes!  Has aguantado mucho por mi nombre sin darte por vencido".  Cristo les reconoce plenamente estos méritos (2.2,3,6).

Doctrinalmente, la iglesia de Éfeso era sumamente rigurosa ("no puedes aguantar a los malos") y dotada de suficiente discernimiento teológico como para desenmascarar a los seudo-apóstoles ("pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo, hallándolos embusteros").  Evidentemente se refiere a maestros itinerantes, probablemente nicolaítas, que presumían alguna especie de autoridad apostólica (cf 2Co. 11.5,13; 12.11; Did 11.3-8, 16).  Ante los "lobos" que Pablo había profetizado para Éfeso (Hch 20.29), los efesios respondían con una firmeza que llegaba a la intolerancia, un ferviente afán de ortodoxia, y una capacidad crítica para examinar a los impostores y desenmascararlos.  En fin, Éfeso era una iglesia trabajadora, activa, estricta y ortodoxa.  ¡Una congregación ejemplar!

¡PERO! Frente a tantos méritos, y a pesar de todo el prestigio de Éfeso como iglesia madre, el Señor les confronta con la falla fatal que efectivamente restaba valor a todas sus virtudes: "has dejado ese amor que te caracterizaba al principio".  Esta comunidad, que había sido un modelo de amor cristiano (Hch 19.10-20, 30-31; 20.17-38; Ef 1.15, "vuestro amor para con todos los santos"), ahora se había enfriado y endurecido.  Sin el amor, sus arduos trabajos no eran más que activismo sin sentido.  Sin el amor, ni el éxito ni el prestigio tenía el menor valor (cf 1Co 13.1-3).
¡PERO! Frente a tantos méritos, y a pesar de todo el prestigio de Éfeso como iglesia madre, el Señor les confronta con la falla fatal que efectivamente restaba valor a todas sus virtudes: "has dejado ese amor que te caracterizaba al principio". (Twitea esto)
¿A qué amor se refiere el Señor aquí?  ¿Habían los efesios dejado de amar al Señor Jesucristo con el fervor de antes?  ¿Entonces cómo podemos entender su excelente perfil congregacional?  Seguramente ellos creían que realizaban sus incansables trabajos por amor del Señor; seguramente piadosos sentimientos de devoción  a Dios motivaban, en gran parte, las energías de su activismo eclesiástico y su estricta rigurosidad doctrinal.  ¿De qué otra forma se podría entender todas sus virtudes y logros como congregación?

A pesar de la primera impresión de que habían perdido el amor al Señor, el contexto indica que más bien habían perdido el amor al prójimo.  El problema no era tanto que habían descuidado su vida espiritual, sino que habían descuidado sus relaciones de afecto y respeto a los demás.  Del legítimo mérito de no poder aguantar a la maldad (cf. 2.2) y de aborrecer las obras de los nicolaítas (2.6), como Cristo mismo las aborrece, aparentemente habían pasado a aborrecer a los herejes mismos.  De odiar al pecado, es un paso sutil y fácil pasar a odiar a la persona del pecador.  Y de hecho, al perder esa caridad fraterna, están faltando en su amor al Señor mismo (Mt 22.37-38; 1Jn 2.9-11; 3.10,14s; 4.17s; 4.20s; 5.1).  Dejar de amar al prójimo, aun cuando esté en errores graves, es ya en sí dejar de amar a Cristo.

Tres verbos imperativos constituyen la exhortación a los efesios: "Acuérdate de dónde has caído; arrepiéntete;  vuelve a tu conducta inicial".  En vez de seguir gloriándose en sus laureles, debe reconocer que ha caído y volver a la práctica de amor que antes le era típica.  Más que un cambio emocional, para volver a sus primeros sentimientos, el Señor les exige cambiar su conducta y realizar de nuevo las obras de antes.  Si no lo hace, no tiene ningún futuro: "vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar, si no te arrepientes".[3]

Ramsay ha señalado lo contextual de esta advertencia, ya que el cambio era una constante en la vida de Éfeso.  La fuerte sedimentación del río Caistro hizo que la ciudad se cambiara periódicamente de ubicación: "La ciudad seguía al mar y cambió de lugar en lugar para mantener su importancia como único puerto del valle".[4]  La original ciudad iónica fue trasladada después por Creso (c 550 aC) y nuevamente por Lisímaco (c 287 aC).  Por otra parte, la figura de remover un candelabro traía resonancias históricas.  Los bellísimos candelabros del templo de Salomón fueron llevados a Babilonia, y la del templo de Herodes se fue a parar en Roma. 

¿Se arrepintió la iglesia de Éfeso?  San Ignacio, dos décadas después, la llama "la bendecida en grandeza de Dios con plenitud...para gloria duradera e inconmovible" (Ign Ef intr) y elogia sin reserva alguna "vuestro nombre amabilísimo, que con justo título lleváis conforme a la fe y caridad en Cristo Jesús" (1.1); "ninguna cosa amáis sino a solo Dios" (9.2).  Onésimo, el obispo de Éfeso, es "varón de caridad inenarrable" (1.3), y su colegio de ancianos "está armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira" (4.1). Los efesios mantienen su celo doctrinal: "entre vosotros no anida herejía alguna...Puesto que Jesucristo os habla en verdad, a nadie más tenéis interés en escuchar" (6.2; cf 8.1; 9.1; 11.2).  En un salto de entusiasmo, Ignacio les saluda con "¡oh efesios! Iglesia celebrada por los siglos" (8.1).  Evidentemente la congregación de Éfeso supo responder al llamado de su Señor.

La ciudad de Éfeso, a pesar del problema de la sedimentación del río, tuvo varios siglos más de gloria y fue sede de un obispado.  Un importante concilio cristológico, que condenó al nestorianismo, se realizó en Éfeso en 431 d.C.  Poco después la ciudad comenzó a declinar, y en el siglo XIV los turcos deportaron a sus últimos habitantes.

"Quien tiene oído, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (2.7).  Estas palabras son una ampliación de la frase más repetida en labios de Jesús según los evangelios (Mr 4.9 y siete pasajes más).  El haber recibido la Palabra profética trae, para todas las iglesias, una muy solemne responsabilidad.  Sólo los sordos espirituales no entenderían su palabra.  Es Dios quien nos ha dado la facultad del oído, y nos ha hablado su palabra.  Al hablar Jesús, y al escribirlo Juan, es el mismo Espíritu quien habla a la iglesia universal.  Ahora a cada uno nos toca escuchar y obedecer la palabra profética.

Los rabinos daban gran importancia al oído humano.  R. Jehoshua b. Qarcha, al iniciar una exposición bíblica, ora "que el oído del oyente se rompa" (se abra).  Otro maestro exhortó al oyente, "Haz tu oído como un embudo", para no perder nada de la enseñanza.  El cuerpo humano tiene 248 miembros, correspondiendo a los 248 mandamientos de la Tora (juntos con 365 prohibiciones, una para cada día).  De los 248 miembros, tres son los que Dios mismo no puede controlar: el ojo, la nariz y el oído, el de más grave responsabilidad. Por eso, en Gehena el oído será el primer miembro del cuerpo en quemarse.[5]

Los que oyen la palabra profética y la cumplen serán vencedores.[6]  A menudo la iglesia primitiva veía la vida cristiana como militancia y el creyente fiel como un luchador valiente por la fe y la verdad.  Pero mucho más en tiempos de amenaza de persecución, el vencedor es el testigo fiel, sin claudicar, hasta la muerte (12.11).  A diferencia de todo concepto mundano de combate y victoria, esta victoria se consigue en su máximo término precisamente por morir.  Humanamente hablando, estos creyentes lucían débiles y hasta fracasados, pero su resistencia aparentemente impotente ante el masivo poder romano de hecho era la victoria conquistada.  Su "desobediencia civil" en el nombre del Señor, y su resistencia no-violenta, constituiría su victoria.

Caird (1966:32) señala que en Apoc el término "vencedor" lleva una fuerza "misteriosa, casi numinosa".  Es el ideal y la esperanza que debe inspirar al cristiano en su lucha.  El primer vencedor, por excelencia, es "el Cordero que ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos" (5.5).  Ahora el vencedor es el discípulo que lucha fielmente en Cristo y con Cristo para compartir la victoria de su Señor (2.26-27; 3.21).  Así "ellos han vencido por la sangre del Cordero y por la palabra de testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte" (12.11).  De la victoria de él podemos aprender lo que es verdadera victoria: ¡morir para vencer!  La meta más profunda de Apoc es llamar a todo cristiano a ser fiel a la manera del Cordero.

La promesa de Cristo al vencedor es que "le daré el derecho de comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios" (2.7).  Esta promesa quizá puede ser una alusión indirecta al primitivo recinto sagrado en Éfeso, alrededor de un árbol de dátiles, consagrado a Artemis.[7]  Este árbol sagrado, en el sitio donde después se edificarían el famosos templo de Diana, figura en las monedas de la ciudad.  Jenofontes se refiere a este santuario como un paraíso; dentro de sus muros había un refugio para los acusados y "un sitio de salvación para todo suplicante".[8]  Evidencias históricas indican que Marco Antonio y después Domiciano ampliaron los límites del santuario de Artemis, creando así serios problemas de criminalidad.[9]

Esta posible referencia a la cultura local de Éfeso no disminuye el significado decisivo del relato bíblico del paraíso y el árbol de vida.[10]  Cristo, el segundo Adán, ha restablecido el orden primigenio de la creación y, si somos fieles, nos invita a comer del árbol de la vida, antes prohibido.  Viviremos en un paraíso que no será refugio de criminales sino santuario de los redimidos, y nunca seremos removidos.  El sustantivo xulon para la frase "el madero de la vida" hace pensar también en una comparación con la cruz: nuestro sufrir y hasta morir con Cristo convertirá "el madero (xulon) de la cruz" en árbol de vida.  Otros, desde una perspectiva sacramental, sugieren que el "árbol de vida" puede señala en última instancia a Cristo mismo, de quien "comemos" para participar en la vida eterna (cf Jn 6.32-58).  Participar en él es vida verdadera y vida eterna.

Esta es la primera promesa en darse y la última en cumplirse (22.2)  El mensaje de Cristo plantea a los efesios una opción radical: seguir como están y perder su candelabro, o arrepentirse, ser fiel hasta la muerte, y ganar el árbol de la vida en el paraíso.

Notas:

[1] Aune (1997:119,126-9,141s) clasifica las cartas bajo el género de "edicto imperial", conforme a modelos persas y romanos.
[2] González Ruiz (1987:90).
[3] La "venida" de Cristo aquí, como en otros pasajes de Apocalipsis, no se refiere a la parousia escatologíca sino a visitaciones históricas en juicio o bendición. Cf Caird (1966:32).
[4] Ramsay (1904:245s).
[5] Kittel (1968 1:551; cf 1:559), con la correspondiente documentación rabínica según Strack-Billerbeck.
[6] Cf 1,3; 2.26; 1 Jn 2.13; 4,4; 5.4-5; Jn 16.33; 2 Esd 7.57s.
[7] Cf Tácito Ann 5.3.6ss; Court (1979:25).
[8] D.G. Hogarth (1908), citado en Court (1979:25).
[9] ver M.P. Charlesworth (1954:39).
[10] 2En 8.1-8 (Charlesw 1:114ss; en DíezM 4:163ss es 5.1-9) describe ampliamente el paraíso, en el tercer cielo, y el árbol de vida; ver comentario a 22.2.  Sobre el árbol como centro cósmico ver Aune 1997:152.

El mensaje a Éfeso (Segunda parte): No bastan el activismo y el éxito | Por Juan Stam
El mensaje a Éfeso (Tercera parte): Tampoco basta la ortodoxia | Por Juan Stam

Sobre el autor:
Juan Stam se nacionalizó costarricense como parte de un proceso de identificación con América Latina .  Es Dr. en Teología por la Universidad de Basilea.  Docente y escritor de libros, artículos y del Comentario Bíblico Iberoamericano del Apocalipsis de Editorial Kairós.


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