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viernes, 30 de octubre de 2020

La urgencia de una reforma moderna

Por Alexander Cabeza, Costa Rica

 

 

Alemania, 31 de octubre 1517. Esta es la fecha que se conmemora la Reforma Protestante. Este hecho nos recuerda el gesto de aquel monje agustino, doctor en teología, quien luego de un proceso de reflexión y lucha interna, decidió exponer sus ideas.

Su intención original era convocar a un debate teológico con los eruditos de su tiempo. ¡Estos fueron sus famosas 95 tesis! Lo cierto es que Lutero jamás imaginó que las verdades expuestas en esas cartillas, no solamente tendrían valor para el círculo académicos de ese entonces, sino que saltarían como bandadas de palomas puestas en libertad, impactando a todas las esferas de la iglesia y el pueblo, hasta nuestra nuestros días.

Es tácito que la reforma no inició con Lutero, fue un proceso que se gestó por siglos y por distintos movimientos conformados por hombres y mujeres disconformes con las influencias que dejó el legado del imperio de Constantino. Este hombre se había convertido al cristianismo y en el año 313 promulgó un edicto de tolerancia religiosa hacia los cristianos. Dichas acciones pronosticaban el cese de casi 300 años de persecución y el advenimiento a tiempos de paz; pero en realidad era el presagio de nuevas artimañas que amenazaban con destruir la identidad de la Iglesia y la unión: Iglesia y Estado con un binomio que le daría a la Iglesia un rostro político.

De la sencillez de aquella humilde y sencilla Iglesia llamada a servir, siguiendo el modelo que dejó Jesús, se trasladó a la construcción de edificios cada vez más lujosos y ostentosos, así como los vestidos y las mansiones de los líderes eclesiásticos los cuales se aprovechan del pueblo que se hallaba sumido en la pobreza espiritual y material. Y aquella Iglesia perseguida por siglos, se volvió perseguidora de aquellos que no comulgaban con sus ideales.

Pese a ello a través de los siglos Dios mantuvo a un remanente que subyacía con los despertares teológicos, los cuales cuestionaban el rumbo que había tomado la Iglesia. Aunque ello implicó el señalamiento, la expulsión y hasta el martirio de algunos. Este fue el caso de Juan Huss, quien nació cien años antes que Lutero y fue acusado por los líderes eclesiásticos, quienes lo asesinaron en la hoguera, todo por anhelar ver una reforma en sus días.

Razón tenía el filósofo humanista, Erasmo de Rotterdam, a pesar de mantenerse al margen de las ideas reformadoras y de la posición papista, no se reservó su indignación por criticar los abusos que se estaban dando en el seno de la iglesia.

La Reforma Protestante representó la suma de todos esos sueños y esfuerzos que marcaron un nuevo horizonte y un nuevo despertar de la Iglesia.

A cinco siglos de la Reforma Protestante es urgente seguir reflexionando con un ojo puesto en la historia pero con el otro en nuestro presente y preguntarnos ¿Qué tanto de ese “espíritu de Reforma” consistente, requerimos hoy en día?

No es un secreto que estamos atravesamos tiempos difíciles y de decadencia moral y espiritual. La proliferación de diferentes corrientes que se han infiltrado, algunas con sigilo y otras abiertamente, en nuestras congregaciones que no responden a verdades o principios bíblicos, pero los continuamos abrazando porque un determinado líder los bautizó.

Es una vergüenza y un escándalo, escuchar por diferentes medios de comunicación, de líderes de distintas religiones que aprovechan su envestiduras de poder para abusar de sus gremios y no solamente de forma emocional o espiritual, sino también sexual y quienes más sufren son las personas más vulnerables como los niños y las niñas. Lo más indignante, las exiguas denuncias que se realizan por diferentes temores.

Hay una clara comercialización de un “dios” que se ve en la estrechez de someterse a los mandatos y pactos de siembra y cosecha, pues se enseña que debemos “exigirle a Dios” que nos libre de la pobreza y de todos los males, siempre y cuando hagamos nuestra mejor transacción financiera.

De todo este discurso, los más beneficiados sin duda alguna, son todos aquellos que están lucrando con la fe y se llenan los bolsillos a costa de la confianza del pueblo; pero poco a poco empezamos a notar la disconformidad y el desencanto.

La exaltación y casi endiosamiento, de algunas personas que dicen tener la exclusiva para hablar y ordenar en “nombre de Dios”. Las famosas estrategias que promueven el manejo de la iglesia como si se tratara de micro o mega empresas y a sus miembros como si se tratara de productos comerciales. La edificación de templos cada vez más lujosos e imponentes, que son presentados con orgullo como “estatus del respaldo divino”.

Creo firmemente que Dios bendice y es hermoso reconocer cuando el pueblo progresa de múltiples maneras; pero cuando se promociona una provisión mediática y exagerada, producto de la manipulación, el engaño, el abuso y falsas promesas, se está torciendo las verdades de la Palabra y en vez de honrar a Dios, nos estamos ganando el repudio divino.

De todo este analfabetismo bíblico y olvido significativo de la herencia de la Reforma tenemos un camino, y este es estudiar con seriedad la Palabra, levantar nuestra voz para denunciar y anhelar que el mismo espíritu que contagió a los reformadores pueda hoy encarnarse en nuestras enseñanzas, discursos y acciones para una Iglesia tal como Jesús espera.

Sobre el autor:

Alexander Cabezas Mora es costarricense, master en Liderazgo Cristiano y en Teología. Se ha desempeñado como conferencista, pastor adjunto, profesor de varios seminarios teológicos y consultor en materia de niñez y adolescencia para varias organizaciones internacionales. A participado como escritor y coescritor en varios libros entre ellos, Huellas, Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez, En sus manos y nuestras manos, la co-participación de la niñez y la adolescencia en la misión de Dios y Oración con los ojos abiertos.

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