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Karl Barth, 1886 - 1968 |
Me refiero a un libro del suizo Karl Barth (1886-1968), el teólogo protestante más importante del siglo XX y quizá el más grande que haya nacido después de Juan Calvino. El título: Ensayos teológicos, publicado en 1978 por la Editorial Herder de Barcelona. Es un libro de escasas 214 páginas que presenta once textos, algunos de ellos de carácter pastoral y homilético. Lo compré por recomendación de Fernando Estrada, compañero de estudios en el Seminario (hoy reconocido profesor de filosofía e investigador universitario).
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Esta tarde busqué el libro en mi biblioteca, lo limpié, lo acaricié, le agradecí lo mucho que significó en mi formación pastoral y teológica y esta noche leeré de nuevo su primer capítulo titulado La humanidad de Dios. En opinión de los expertos, ese breve ensayo es uno de los más lúcidos de Barth. Lo escribió con ocasión de una conferencia que ofreció para los párrocos de la Asociación de Párrocos Reformados Suizos, el 25 de septiembre de 1956.
Dijo Barth en aquella ocasión: «Sería la divinidad falsa de un falso Dios, si en ella no encontrásemos inmediatamente su humanidad. Esas falsas divinidades han sido ridiculizadas en Jesucristo de una vez para siempre. En él se ha decidido de una vez para siempre que Dios no está sin el hombre» y más adelante «En el espejo de esta humanidad de Jesucristo se nos revela la humanidad de Dios inherente a su divinidad. Pues Dios es así».
Esa concepción iluminadora de la humanidad de Dios me ha acompañado siempre. Después de Barth vinieron otras lecturas con el mismo acento: el Dios crucificado de Jürgen Moltmann; el Jesucristo eternamente presente en la existencia, de Dietrich Bonhoeffer; el Jesucristo liberador, de Leonardo Boff; el Dios de la vida, de Gustavo Gutiérrez… y el Dios humano y sencillo, el Dios que suda en las calles, de la Misa Campesina Nicaragüense. Imposible calcular la importancia de estas imágenes divinas para la tarea pastoral, docente y administrativa realizada durante estos casi treinta y cinco años de ministerio.
¡Cuánta falta hace hoy la teología! cuando aparecen con fuerza inusitada las imágenes del Dios enjuiciador, dogmático, e inflexible; cuando se izan las banderas del Dios guerrero, absolutista y excluyente. La teología hace falta para humanizar a Dios y para humanizarnos también a nosotros mismos; para desprendernos de las abstracciones especulativas de los fanatismos religiosos y alimentar una fe que nos libere para la vida y fortalezca la esperanza. Porque, como decía el mismo Barth, «Dios quiere además al hombre como su compañero de alianza… [porque] Dios quiere la luz, no las tinieblas; el cosmos, no el caos; la paz, no el desorden… Quiere la vida del hombre y no su muerte».[1]
[1] Karl Barth, Ensayos de teología, Editorial Herder, Barcelona, 1978, p. 129.
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