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miércoles, 19 de abril de 2017

Si es por la "no violencia", entonces por la "violencia no" es | Por Richard Serrano

Imagen: Pixabay
Desde Caín y Abel, la violencia ha estado a la orden del día. Con el tiempo, solo ha ido tomando nuevos rostros y elaborando nuevas lógicas, pero jamás nos ha abandonado del todo. Y, mientras este mundo siga siendo mundo, ¡puede que no lo haga! Es verdad, la humanidad ha alcanzado muchos logros en materia de derechos humanos y garantías sociales, pero las persona y los pueblos siguen optando por la violencia como mecanismo de convivencia o vía para dirimir diferencias ideológicas, sociales o políticas. Solo basta con revisar cualquier medio de comunicación. ¿Es la “no violencia” una propuesta viable o factible en todos los casos? ¿La salida a nuestro caso venezolano pasa indefectiblemente por la violencia? Me permito algunas reflexiones en torno a estas dos ideas: la “no violencia” como ética sociopolítica y la tentativa de recurrir a la violencia en nuestro caso, o en cualquier otro.

El pasado 4 de abril, se conmemoraron 49 años del vil asesinato de conocido luchador por los derechos de los afroamericanos, el pastor bautista Martin Luther King Jr. El reverendo King es conocido como uno de los paladines de “la no violencia” como mecanismo de luchas sociales y políticos. Con esa bandera, dedicó su vida para ir contra la segregación racial, las guerras y la pobreza. Curiosamente, ese mismo día, se suscitaron lamentables hechos de violencia en el país. Propio de este clima de anarquía y confusión en que vivimos, entre acusaciones, no se hicieron esperar las opiniones contradictorias. Pero, después de todo lo que vimos, me pregunto, ¿puede alguien, responsablemente, hablar de una “victoria de la democracia”? ¿Quién gana con esta violencia? ¿Qué clase de democracia es ésta que legitima la violencia como mecanismo político?

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Vimos funcionarios caerle a palos, literalmente, a civiles que manifestaban. Civiles arremetiendo contra instalaciones públicas y privadas. Vimos tratos indignos contra periodistas. La imagen de un diputado con la frente abierta y ensangrentada fue simplemente dantesca. Corrieron los videos de forcejeos, empujones, bombas lacrimógenas, improperios y pare de contar. También vimos a unos civiles despojar a un funcionario de su arma de reglamento, a modo de burlas, para luego lanzar el armamento al vacío, a una avenida contigua. Inconcecible, se “confunde” y agrede a un joven músico que iba de paso con su instrumento. Como si fuera poco, oímos a un líder político arengar enfrentamientos entre venezolanos, como quien llama a la guerra. Mientras tanto, los medios parecían complotados para no decir nada. ¡Mutis total! Esto no es normal. Nuestra democracia, o el reducto de ella, ha saltado los mecanismos de civilidad y degenerado en barbarie.

Varias veces hemos oído a políticos nuestros, de una u otra tendencia, elogiar a personajes como Gandhi, Mandela y Martin Luther King. Curioso, el 4 de abril muy pocos lo invocaron. ¿Omisión selectiva? La no violencia es una lógica y práctica de lucha social que rechaza la violencia, en cualquier de sus formas, por considerar que ésta solo engendra más violencia. Con Pablo, dice: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. Consiste en una alternativa a la descalificación o el aniquilamiento del otro. En el fondo, quienes la invocan y la asumen, saben que, por lo general, quien emplea la violencia ostenta el poder o la fuerza y lo mal usa, lo impone; pero saben también que ningún poder, o ejercicio violento u opresor de él, es eterno, y que, por el contrario, éste se debilita no solo al no contar con el consentimiento de los violentados, sino cuando es encarado desde la indignación masiva, firme y pacífica.

La “no violencia” tiene varios énfasis que van desde el respeto por la naturaleza de cualquier forma de explotación y maltrato, pasa por la defensa de los más frágiles de la sociedad, por el rechazo a las guerras y la denuncia del uso de armas de destrucción masiva, hasta el uso de técnicas de diálogo, negociación y diplomacia para dirimir diferencias sociales. Su aspiración y compromiso es coadyuvar a construir un mundo mejor, más humano y civilizado. No hay quien tilde todas estas cosas de meros idealismos carentes de toda concreción. La “no violencia”, sin embargo, es más que mero romanticismo; es consciente de la realidad feroz del mal y la injusticia; no debe confundirse, por tanto, con debilidad, cobardía o conformismo. Solo apela a una manera alternativa y positiva de abordar la conflictividad social. Ejemplos concretos dan cuenta de la contundencia de esta práctica, pese a sus innegables desafíos y contradicciones.

Don Hélder Cámara, quien fuera sacerdote católico al noreste de Brasil, desde sus luchas al lado de los pobres en las favelas, en la década de los sesenta, sembró y cosechó en contextos áridos (violentos). Demostró, con sus enseñanzas y con hechos, que “el desierto es fértil”. Sus obras son digna de revisar (“Espiral de la violencia”, “El cristianismo y la liberación”, entre otras). Su invitación es asumir los valores del reino y del evangelio en medio de estas desafiantes realidades, y, desde ahí, transformar vidas, relaciones y realidades. Cámara, por cierto, presenta una tipificación de la violencia que ha servido de punto de partida a muchos estudios del tema. Me permito unos breves comentarios al respecto.

Primero, habla de la “violencia institucionalizada”. Es aquella que se instala en las estructuras injustas de una sociedad opresora, sin importar su ideología. Sus víctimas, por lo general, son los pobres, los explotados y marginados. Se supone que las estructuras de poder están, o deberían, para defender la vida de todos, y en especial de los más frágiles. Así, los gobiernos o las instituciones de un Estado son medios al servicio de la gente, no fines en sí mismas. Cuando estas instancias se corrompen, traicionan su razón de ser, que es la gente y su bienestar, aunque se amparen en las leyes, pierden toda legitimidad. Ya no sirven a la gente, sino que se sirven de ellas. Entonces, quienes están para sancionar justicia, pervierten el derecho; quienes están para proteger la vida, la violentan; quienes están para servir, exigen ser servidos; quienes están para administrar el erario público en favor de todos, sacan beneficios y prebendas. Cámara nos recuerda, por cierto, que la “injusticia” es la simiente de cualquier tipo de violencia.

Segundo, habla de la “violencia insurreccional”. Ésta es la respuesta o reacción a la violencia institucional. A nadie le gusta padecer humillaciones, oprobios, ser objetos de burla o maltrato. La gente, tarde o temprano, se levantará contra la primera violencia. La segunda violencia se expresará de alguna forma, con o sin el acompañamiento de partidos políticos u otros organismos locales o multilaterales. Unas veces serán los jóvenes, o los estudiantes, o los trabajadores, o las mujeres… Esta expresión puede tomar diversas formas: disidencia, resistencia, frentes de luchas, revoluciones, similares. Generalmente, configuran ambientes caldeados, confusos, tipo “ríos revueltos” en los que no solo se mezclan causas legitimas con medios cuestionables, sino que suelen ser aprovechados por personas y sectores interesados en pescar “lo que sea” y “como sea”.

Tercero, habla de la “violencia represiva”. Aquella que aparece para defender al sistema y sus privilegios contra la “amenaza” insurreccional. Por lo general, cuando se llega a este puntos es porque o no se han sabido activar los mecanismos de la democracia, o no ha habido la suficiente voluntad para ello. La confusión es tal que todos pueden apelar a la misma ley; todos invocan los mismos derechos; los sectores en pugna se atribuyen la legitimidad para representar los ideales y símbolos de la democracia. Así, la lucha es radical, frontal, ofuscada, con muy poca racionalidad y menos disposición a ceder.

Cualquier tipo de violencia, en mi opinión, debe ser rechazada. El gobierno venezolano tiene que admitir que sus funcionarios han usado de lenguaje violento; que de entre sus colectivos y OLP se han generado hechos deleznables; que uniformados se han prestado para la trampa, la “matraca”, el pillaje y la extorsión. El gobierno tiene que ponerle freno a sus voceros radicales. Si en realidad le interesa una salida para el bien de todos, tiene que quitarle el micrófono a los tales. Debe renunciar al doble rasero de llamar a la paz, decir que es garantía de diálogo y democracia, dejar que los tales hagan y deshagan, ¿en nombre de quién? ¿Con el apoyo de quién? El gobierno tiene que reconocer que ha abdicado ante la guerra contra la ineficiencia y la corrupción. Tiene que cuestionar sus políticas, deponer posiciones en función del sistema y el poder, y pensar más en las penurias de la gente. El gobierno tiene que aprender que quien manosea la separación de poderes, sea quien sea, tarde o temprano, le sale el “tiro por la culata”.

La oposición venezolana tiene que reconocer que su obcecación por “sacar” al presidente le ha desviado de una vía más noble y fecunda, ponerse al lado, realmente, de los que sufren los embates de la ineficiencia y la corrupción. Tienen que admitir que las escaramuzas por sus ambiciones presidenciales ha dejado una muy mala imagen. Tiene que reconocer que ha habido más mesa que unidad, especialmente en propuestas francas y concertadas. ¿Cuándo van a proponer una alternativa clara en materia social, política y económica? ¿Qué van a hacer con los programas sociales? ¿Recurrirán o no a la lógica de las privatizaciones? Tienen que admitir también que de entre sus filas existen sectores radicales que están convencidos que no queda otro camino que la confrontación, al costo que sea. ¿Por qué nos deslindan de los tales? ¿En nombre de quién hablan, o con el aval de quién? ¿Hay, realmente, quienes apelan a la intervención desde afuera, y la violencia desde adentro? Pues, violencia es violencia, venga de donde venga. ¿O no?

Ahora, todos los demás, los ciudadanos de a pie, como quien dice, los que no estamos investidos de autoridad, militemos o no en partidos políticos, tenemos que saber interpretar y responder ante esta realidad compleja. ¿Vamos a legitimar la violencia en unos casos, e indignarnos en otros? ¿Seremos capaces de descubrir a los que pretenden “pescar en río revuelto”? Quien concluye que la violencia es “inevitable” la absolutiza; pudiera estar decretando un acta que, cambiadas las circunstancias, pudiera pesar en su contra. ¿Seremos capaces de superar estos ciclos perniciosos: corrupción-indignación; crisis-violencia? ¿Qué historia estamos para escribir para los próximos años? Volvamos a recordar un poco la vida y valores de algunos paladines de la “no violencia”.

El 30 de enero de 1948 asesinaron a Mahatma Gandhi, político y pensador indio, practicante de la "no violencia". Tras estudiar derecho en Londres, regresó a la India y condujo a su país a la independencia después de décadas de luchas pacíficas. Entre sus frases: “La violencia es el miedo a los ideales de los demás”. “Ojo por ojo y el mundo terminará ciego”. “Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia".

Nelson Mandela, abogado, político y pensador africano. Luchó contra el Apartheid. Tras 27 años de cárcel, trabajó hasta conseguir una democracia multirracial en Sudáfrica. Algunas de sus frases: “Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el miedo. Un hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino aquel que lo conquista”. “El arma más potente no es la violencia, sino hablar con la gente”.

Martin Luther King, pastor bautista norteamericano que se puso al frente del movimiento por los derechos civiles de los llamados afroamericanos. Se opuso a la guerra y a la pobreza en general. Entre otras cosas, dijo: “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”. “La oscuridad no puede deshacer la oscuridad; únicamente la luz puede hacerlo. El odio nunca puede terminar el odio; únicamente el amor puede hacerlo”. “La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve”.
 
Sobre el autor:
Richard Serrano es pastor, teólogo y músico venezolano. Fue rector del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Actualmente, es pastor de la Primera Iglesia Bautista de San Antonio de Los Altos. Es director de educación teológica de la Unión Bautista Latinoamericana (UBLA). Realiza estudios doctorales en SETECA. Con su familia, vive en San Antonio de Los Altos, cerca de Caracas, Venezuela.




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