Estábamos sordos. Estábamos ciegos.
Pero esta semana que pasó, los guatemaltecos –al fin- fuimos empujados a escuchar y ver.
Ahora enmudecimos, porque escuchamos y vimos.
Ahora gritamos, porque vimos y escuchamos.
“Guatemala está de luto” dicen las noticias, dicen los periódicos, dicen las redes sociales.
Enmudecimos, porque escuchamos y vimos.
Ahora gritamos, porque vimos y escuchamos.
Durante estos días había un desbordamiento de tristeza y cólera dentro de mí. Mi mente no lograba poner orden a toda la información que recibía y el corazón no lograba alcanzar la velocidad de la información para ajustar los sentimientos a cada historia.
Enmudecí.
Han pasado varios días, y los pensamientos, los sentimientos – continúan en un sinfín de movimientos para hallar orden y sentido – extrañamente, la combinación que prevalece es un sentido de... agradecimiento.
¿Cómo me atrevo, si quiera a agradecer? ¿Cómo me atrevo si quiera a considerar una acción de gracias en una tragedia tan escalofriante, o debiera decir, carbonizante?
Agradezco porque al fin mi pueblo, mi nación ha visto lo que día a día se ve y se escucha.
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Por muchos días, durante las mañanas hemos orado, para que se despierte un sentido urgente de justicia entre los guatemaltecos. Que los guatemaltecos seamos incomodados a ver más allá de nuestro “jardín floreado” y decidamos extender la mirada y agudizar el oído para ver y escuchar lo que sucede en los campos de “sequía,” que prevalecen en nuestra tierra guatemalteca.
Aún con ese sentimiento reconozco que no, no es justo que con las VIDAS de niñas, de adolescentes víctimas de la violencia estructural que está tan engranada en mi país, esto se hiciera visible. No, no es justo.
Sin embargo, desde el 24 de Septiembre del 2014, mi concepción de vida y muerte – cambió. Mi concepción que la muerte es tragedia, se transformó a una convicción que la muerte es victoria.
Y es en base a esta nueva concepción que hoy tengo el atrevimiento de exponer mi sentido de agradecimiento al Dios de justicia, en el que yo creo, por la vida y ahora muerte de estas 40 adolescentes.
40 adolescentes con historias propias, con ilusiones propias, belleza propia y propósito único.
Agradezco porque sus muertes no son muertes que han pasado desapercibidas, no son muertes silenciosas, ni mucho menos muertes en vano. Sino al contrario, sus muertes hoy nos han obligado a todos a alzar nuestra mirada y verlas, a agudizar nuestros oídos y escucharlos.
Gracias a ellas porque nos han enseñado hoy lo que significa cuando cantamos en cada evento cívico, “tu pueblo con ánima fiera, antes muerto que esclavo será,” Ellas valientemente libraron batallas diarias en sus habitaciones, en los baños de los hogares, en los pasillos, en las aulas, en los patios, y en las calles; batallas que muestran que la esclavitud de la violencia, es aún muy real en nuestro país.
Gracias porque les enseñaron a los que ya son padres de familia y a los que anhelamos un día serlo, que para evitar que esta historia se repita, debemos ser responsables en la formación integral de nuestros hijos. Que debemos amar, perdonar, proteger y buscar siempre la verdad desde el hogar familiar.
Gracias porque nos han hecho recordar que si algunos de nosotros hemos alcanzado sueños, hemos disfrutado de libertad y oportunidades, es nuestra responsabilidad buscar que nuestros prójimos también lo vivan.
Gracias por hacer visible que si no actuamos AHORA, no solo será un hogar estatal el que arda en llamas, sino serán muchos otros hogares con cientos de niños bajo su protección los que –posiblemente- continuarán con estas prácticas de injusticia, de violencia y dolor.
Y es que estos “hogares” a los que me refiero, no son solamente los hogares de protección estatales y privados, sino que también son cada uno de los hogares familiares y particulares que conformamos los guatemaltecos.
Gracias porque nos han confirmado que la justicia, no es justicia si no es accesible para todos.
Porque lo que pasó este 8 de Marzo del 2017, no es responsabilidad solamente del gobierno, sino responsabilidad de todos los que lo pretendimos ignorarlo por tanto tiempo.
Hoy, no quiero manifestar enfrente de una plaza pública.
Hoy, no quiero culpar a un dirigente.
Hoy, no quiero eso.
Hoy, quiero algo que tenga más valor y prevalencia.
Hoy, lo que quiero es realzar el valor de la victoria de la muerte de ustedes, 40 mártires, ustedes que en la búsqueda y lucha por sobrevivir en un mundo tiznado de injusticia – ganaron la batalla con su muerte.
Hoy, tengo la certeza que estas 40 bellas chicas y ahora mártires, fueron bienvenidas a un abrazo de amor eterno.
Y hoy también gracias a ellas, profundizo mi compromiso por seguir luchando por los cientos, miles y hasta millones de niños y niñas, en nuestro mundo, que aún buscan ser rescatados y conocer la belleza del plan con el cual cada uno fue diseñado por el Dios del amor y la justicia.
… ¡ay! de aquel que con ciega locura, sus colores pretenda [quemar] manchar.
Anaelí Rodas Mazariegos. Guatemalteca. Socióloga y comunicóloga. Vivo un alto sentido de responsabilidad para trabajar por la justicia de los niños y niñas de Guatemala. Trabajo en Misión Internacional de Justicia, en el departamento de Advocacy. Me encanta el arte guatemalteco y me interesa el arte textil sostenible. Soy una mujer que ha elegido descubrir el propósito de vida en Dios.
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