Una visión personal y no masiva
Para entenderlo con mayor claridad, debemos recordar que los judíos detestaban a los samaritanos, no aceptaban que descendían de los patriarcas, y cuestionaban severamente la validez de su culto. Es evidente que estaban al margen de su sistema religioso y restringieron el trato con ellos, tratándolos en la práctica como gentiles. Por ello, llama la atención el hecho que a pesar de no tener la necesidad de pasar por ese territorio (el camino entre Galilea y Judea pasaba por el gran rodeo a través de Perea, y lo hacían todos los judíos o galileos) Jesús toma el atajo caminando por la región de los samaritanos.
Lo primero que Jesús nos enseña mediante la praxis es su trato de igualdad hacia las personas, superando el conflicto que existe entre judíos y samaritanos al ver a la mujer como un ser humano necesitado de una relación con Dios. Se distancia kilométricamente del juicio judío tradicional sobre los samaritanos con una prédica que anuncia las puertas abiertas para todos (Lc. 9:55s, 17:16, 10:30ss, 17:11) aunque en otras ocasiones aceptó la exclusión de ellos de la comunidad (Mt. 10:5-6; Lc. 17:18).
Jesús esta solo con la mujer (v. 6-8), y qué importante es que lo esté. ¿Por qué? Implícitamente nos están diciendo que para Jesús la misión no se trata de un comportamiento colectivo-masivo sino de un procedimiento íntimo y cercano. La persona vista como ser humano y social, creado en relación con Dios y como el centro de atención a la cual Él se aproxima con una ética adecuada que muestra la mirada hacia el interior, al corazón de la gente. El corazón es el punto de llegada en el encuentro de Jesús con la mujer samaritana.
“Dame de beber”
Dije antes que el centro de atención es la persona misma, en este caso particular, Cristo y la mujer, como personas individuales. Jesús, sabiendo perfectamente donde estaba y con quien estaba tratando, escoge la necesidad de la mujer para entrar al dialogo. Él va directamente al grano con su mensaje, pero en una manera figurativa ya que la metáfora del agua como una necesidad para la gente se entiende en todo contexto (v. 10). Algo demasiado importante es la petición por algo de beber manifiesta la igualdad porque implica la disposición de Jesús de recibir del “otro lado”, de una mujer samaritana, de alguien odiado, marginado, pecador (v. 7). ¿Qué tan dispuestos estamos nosotros a recibir de ese otro lado? Cuando predicamos, ¿recibimos de ese “otro lado”, de los sujetos de la predicación, o nuestra santidad no nos deja? ¿Acogemos de aquel católico que nos escucha en un retiro? ¿De aquel ateo que piensa que estamos locos? ¿De nuestro amigo agnóstico que nos bombardea a preguntas en una célula?
La Identidad de Jesús
La mujer identifica a Jesús como un profeta (v. 19), por supuesto, dentro de su perspectiva samaritana - la doctrina religiosa de los samaritanos consideraba su propio centro del culto, en el monte Guerizim, totalmente independiente del lugar cultual en Jerusalén y esperaba un profeta en vez de un Mesías salvador de la nación-. Aunque es claro el hecho que ella interprete su realidad desde su etnocentrismo y subjetivismo, lo trascendente es la reacción creativa y renovadora de Jesús ante la lectura de la mujer. Él comprende su perspectiva y a pesar que ella estaba en un error a la hora de identificar a Cristo no como Mesías sino como profeta (pues era una samaritana), Él no rechaza al instante sus palabras sino busca, por su visión escatológica (“llegará el momento en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraremos” -v. 22- ), el punto del encuentro entre ella (los samaritanos) y Él (los judíos) para una nueva unión en el futuro. Este punto común: la adoración, permite inclusión en vez de exclusión. Que diferencia a nosotros, que nos creemos dueños de la verdad y al anunciar la fe exclamamos los defectos del otro calificando, por ejemplo, su estilo de vida como pecaminoso, generando abismos y no aproximaciones constructivas.
En otras palabras, Jesús, creativa y novedosamente, va hacia un universalismo que respeta las identidades religioso-culturales enseñándonos una nueva identidad misionera en unidad (Ef. 4:4-6).
“La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorareis al Padre”
La mujer observa la diferencia de la adoración entre su tradición y la judía. Ante esto sucede algo sorprendente: Jesús silenciosamente le expresa su autocrítica hacia el culto judío, hacia el templo de Jerusalén y sus implicaciones, en cierta forma, hacia Él mismo (no en su persona como hombre perfecto y Dios, sino en su parte cultural judía que nunca dejó de lado –ver Mt. 15:21-28; 17:24-27– como hombre que seguía los preceptos religiosos; en otras palabras, la autocrítica es a esa humanidad que adquirió por ser un ser social) porque eran las cosas que le pertenecían. No corrige el culto de la mujer sino se une a su crítica enfatizando lo común: Ambos adoran a Dios y piensan que esta en un solo lugar presente. De esta manera se abren las puertas –buscando el encuentro, corrigiendo lo diferente– que superan las barreras existentes.
Jesús no se limitó a esta sola ocasión, porque las críticas a la parafernalia judía provocaron serias fricciones con los sacerdotes y escribas que lo llevaron finalmente a la muerte. De la misma manera el día de hoy muchos cristianos no queremos escuchar que nuestra praxis cultual, que nuestro modo de hacer iglesia, que nuestros modelos o costumbres no son la verdad absoluta, sino que juzgamos severamente a quien pretende “cuestionar” las formas establecidas. Decir que la iglesia se está equivocando en el camino o que está errando en el énfasis u olvidando parte su misión es un “pecado” muy serio, porque, indirectamente se piensa: ¿Estas acaso criticando a aquel llamado por Dios? ¿Quién eres tú para hacerlo? Sin embargo, precisamente esta capacidad de autocrítica, basada en un conocimiento amplio de si mismo y del otro, permite un dialogo misionero, tal como lo hiciera Cristo con la samaritana.
Es hora de concluir
En Jesucristo se facilitan los encuentros en igualdad y libertad. Cruzando este puente se facilita también mantener la propia identidad, es más, profundizarla y crear una comunicación transparente con diálogos abiertos, que significa estar en medio de los distintos mapas intelectuales sin poner un absoluto entre ellos. Jesús nos muestra una posición abierta dispuesta a buscar lo común, comunicándose personalmente con el otro. Nos llama para un aprendizaje mutuo sin imponer ni perder, sino siempre ganar. ¿Cuánto de esto aplicamos a nuestro ministerio?
Esto es valioso en nuestros tiempos posmodernos. Nada y nadie es constante y, permanentemente, nos vemos obligado a cruzar fronteras de la misma forma que Cristo con la Samaritana. Ante esta realidad Jesús nos da un ejemplo para evitar los extremos de la pérdida de nuestra posición o el cerrarse en ella obcecadamente. No se trata de uniformar sino de unirse manteniendo identidad en unidad entendiendo que el Espíritu Santo está en medio de todo.
Pienso y pienso y, como siempre, debo admitir que Cristo rompe nuestros esquemas una vez más. Priorizando lo personal a lo masivo, aceptando la igualdad y recibiendo del otro, tener visión autocrítica. ¡Algo diferente a lo que se ve hoy! ¿Qué hacer, entonces, ante esto? ¿Quedarnos quietos, porque “así es la realidad y nunca va a cambiar”? ¿O acercarnos al modelo de Cristo? Sin chistar, escojo esto último.
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"El crecimiento neoplásico o la perspectiva de la masividad" y el presente post son el resumen de una monografía que hice junto a Ulrike Sallandt para un curso de la maestría en misiología del Centro de Misiología Andino Amazónica de Lima-Perú.
Sobre el autor:
Abel García García, es peruano. Estudió Ingeniería Económica en la UNI y Misiología en el Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica.
Es editor de la Revista Integralidad del CEMAA.
Es editor de la Revista Integralidad del CEMAA.
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