Al definir la teología solamente como la ciencia del conocimiento de Dios, o la disciplina que estudia a Dios, posiblemente afirmamos una verdad, pero no hemos dicho mucho (1). Pues si bien, esta afirmación es cierta, definirla solamente así nos deja ante un vacío con muchas preguntas, las cuales deben ser respondidas. Pese a lo ambiguo de esta definición a secas, suele ser la más utilizada dentro de las comunidades de fe latinoamericanas y también por ministros religiosos. Sin embargo, esta definición nos hace darnos cuenta de dos cosas. Primero, que definir la palabra teología no es tan sencillo como creemos, pues decir que estudiamos a Dios no es decir mucho, puesto que Dios no es un ser que podemos observar y palpar para realizar nuestro estudio científico. Y segundo, si ya es complicado definir la teología como término, definir su campo de estudio es más difícil, pues esto depende mucho de lo que entendemos como “Dios”.
La teología, como todas las demás disciplinas, nace de la reflexión crítica. Esta reflexión es y siempre debe ser el resultado de una investigación previa, la cual involucra necesariamente procesos sistemáticos de observación, planteamiento de hipótesis y comprobación de resultados. Es este proceso metodológico el que permite que la persona teóloga pueda llegar a resultados teológicos que puedan considerarse como una reflexión crítica de la fe.
En consecuencia, la teología, al igual que las demás ciencias, nace de la reflexión crítica de la fe humana en su historia pasada y actual (2). Esta afirmación puede llegar a ser controversial para distintos grupos de fe, pues, por muchos años hemos entendido que la teología es el resultado solamente del estudio bíblico, sin ninguna relación con la historia humana actual, lo cual puede generar que lleguemos a ciertas conclusiones dogmáticas que son inamovibles, estáticas y que no aceptan ningún tipo de cambio. Sin embargo, cuando partimos de la premisa que la teología es producto de la reflexión crítica de la fe en la historia humana, entonces, nos abrimos a la posibilidad de pensar que la teología debe ser dinámica, cambiante y, sobre todo, contextual.
En efecto, la coyuntura social, política y económica del contexto en que se hace teología, permiten una reflexión teológica que responde a las necesidades específicas de una época histórica en particular. Esta manera de concebir la teología es radical, pues epistemológicamente desafía lo que tradicionalmente hemos entendido como el “camino correcto” para hacer una reflexión teológica adecuada basada en el dogma y la teoría. En ese sentido, la teología de la liberación es un ejemplo de la reflexión teológica que no se centra en resolver problemas teóricos, sino centra su atención y reflexión en la resolución de problemas prácticos que afectan directamente a los seres humanos, a la sociedad y al mundo (3).
El que la teología tenga y deba ser contextual es vital para que se mantenga viva, pues solo así se adapta o nace de las experiencias propias de los seres humanos trastocados por vivencias de opresión y violencia en contextos muy específicos (4). A diferencia de ello, una teología que no se mueve y no es dinámica se vuelve obsoleta, pues no es capaz de responder a necesidades particulares, sino sucede que cada vez se aleja más de la realidad social y del ser humano, quien debe ser el receptor central del evangelio predicado por Jesús y, por ende, el primer beneficiario del reino de los cielos.
Si afirmamos que la teología de la liberación es una respuesta a las preguntas existenciales y contextuales de la vida del ser humano, damos por hecho que existen distintas respuestas, puesto que los seres humanos tienen diferentes preguntas existenciales y contextuales. En este sentido, no existe una teología superlativa, sino existen distintas teologías que surgen para dar respuesta a preguntas específicas que surgen de contextos específicos y de personas específicas. Esto es así, porque las experiencias de vida que tenemos los seres humanos en contextos de opresión y exclusión son distintas. Es en estas situaciones de incertidumbre, dolor y desesperanza donde debe estar presente la buena nueva del mensaje de Jesús. Es decir, la teología debe ser un discurso que refleje la propuesta de vida y justicia de ese mensaje, pues solo de esa forma puede ser una buena nueva para la humanidad.
Referencias:
(1) Cf. Justo L. González y Zaida Maldonado Pérez, Introducción a la teología cristiana (Nashville: Abingdon Press, 2003), 7.
(2) Cf. Roy May, “Aprender a preguntar: Métodos y educación teológica”, Servicios Pedagógicos y Teológicos (blog), 2014.
(3) Angel Eduardo Román-López Dollinger, “Circularidad hermenéutica y transformación social. Reflexión sobre el método de la teología latinoamericana de la liberación”, en Símbolos, desarrollo y espiritualidades. El papel de las subjetividades andinas en la transformación social, ed. Angel Eduardo Román-López Dollinger y Heydi Tatiana Galarza Mendoza (La Paz, Bolivia: ISEAT, 2016), 83–110 Cf.
(4) Cf. May, “Aprender a preguntar”. Sobre el autor:
Benjamín Samayoa es mexicano, cirujano dentista y estudiante de Ciencias Teológicas en la Universidad Bíblica Latinoamericana. Su interés teológico se enfoca en explorar el diálogo entre el evangelio y la realidad latinoamericana, desde una perspectiva crítica y comprometida con los desafíos sociales y espirituales de la región.
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