Por una Navidad con sentido

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La distorsión del sentido de la Navidad

Hoy la Navidad sufre una gran distorsión en su real sentido. Cuando pensamos en la Navidad, inmediatamente vienen a nuestra mente Santa Claus o el Viejito Pascuero, los regalos y toda la fiebre consumista que se forma en torno a esta festividad. Urge hoy encontrar el verdadero sentido y compartirlo entre los cristianos y cristianas, y vivirlo con los más empobrecidos, los más vulnerables y los que se encuentran sin esperanza.

Portada del libro

El significado de la Navidad

El significado de la Navidad, de Karl Rahner, ofrece una lectura sobria y profunda de la Encarnación como acontecimiento que redefine la fe y la vida cristiana. Lejos del folclor y del consumo, Rahner sitúa la Navidad en el centro del misterio de un Dios que entra en la historia humana. Un libro breve, exigente y necesario para recuperar la densidad teológica de esta celebración.

Un tiempo marcado por la anti-vida

Estamos viviendo el tercer milenio; las expectativas y la realidad de nuestro pueblo siguen estando marcadas por los signos de la anti-vida y, por ende, de los anti-valores del anti-reino. Las profundas desigualdades sociales, las contradicciones socioeconómicas y la desesperanza de los más necesitados están marcando el paso de los inicios de este tercer milenio latinoamericano.

La experiencia de los pastores en la fría noche de Navidad vuelve a convertirse en una realidad para nosotros y nosotras hoy. Nuestro mensaje y acción pastoral deben estar cargados de mucha esperanza. El pueblo latinoamericano desea escuchar buenas noticias, noticias que construyan, estimulen e impulsen la vida plena. Hoy queremos escuchar las buenas noticias que sean de gozo para todo el pueblo.

Pero esa noticia ya se ha echado a rodar por nuestra América, que proclama “hacer nuevas todas las cosas”. Así, avanzando contra las tinieblas, la luz verdadera sigue su curso fulgurante, que nada ni nadie puede detener. De esta manera conciben los autores bíblicos el anuncio del Evangelio de Jesucristo por los caminos del mundo.

Pablo habla de la dinamita de Dios, de la cual él no se avergüenza. Juan habla de “la luz que brilla… y la oscuridad no ha podido apagarla”. Lucas narra la épica de un avance incontenible, contra viento y marea, en el mundo greco-romano del siglo.

El Evangelio como forma de vida

Esta buena noticia no es solo un sistema de ideas que se contrapone a los sistemas de ideas hoy vigentes en el mundo. No es una ideología más en el supermercado intelectual del momento. Es un poder, es una forma de vivir y plantarse frente al mundo, es una comunidad que trasciende barreras.

Para recuperar el sentido vigoroso de un estilo de vida evangélico, hay que sacar el Evangelio de manos de los vendedores profesionales que lo han vuelto un inocuo producto comercial que se ofrece al mejor postor. Dondequiera que un ser humano que invoca el nombre de Cristo se atreve a vivir por él; se esfuerza por practicar sus demandas de amor, justicia, servicio y arrepentimiento; alza sus ojos con esperanza y vence el temor, allí es donde está avanzando el Evangelio.

Vivir el Evangelio en cada tiempo

A partir del siglo I, siglo tras siglo, vivir el Evangelio ha sido una aventura que ha probado las promesas del Dios de Abraham, Isaac, Jacob, Jesucristo y Pablo. Hoy sigue siendo así. La atmósfera de nuestro tiempo es otra. La oposición de afuera y las traiciones de adentro han cambiado de rostro. Jesucristo es el mismo, hoy, ayer y siempre, y por ello hay que entender cómo vivir el Evangelio eterno en nuestro tiempo.

Navidad, economía e idolatría

La Navidad nos recuerda y nos hace reflexionar sobre la vida de Jesucristo y el estilo de vida que vino a inaugurar. Este hecho nos pone en guardia contra los apetitos económicos erigidos en deidad. Con él aprendemos a sospechar también: “Dónde ustedes tengan sus riquezas, allí también estará su corazón”; “No se puede servir a Dios y al dinero”.

Vivir el Evangelio y el espíritu de la Navidad es, primero, vivir la libertad de la idolatría materialista de los apetitos económicos. Es hacer de Jesucristo el Señor y entrar a un género de vida que ve lo económico como un campo en el cual se pone en práctica la obediencia a Dios, el dador de todo lo que el ser humano posee.

Cuando nos damos cuenta de que nuestros propios apetitos invaden nuestros pensamientos y palabras, relativizando lo justo y auténtico de nuestros proyectos más amados, descubrimos también que Cristo puede renovar nuestras vidas y purificarlas para que den fruto. El hombre nuevo, con su hambre de sed y justicia, ya empieza a manifestarse en la disposición a cambiarnos a nosotros mismos para que el mundo cambie.

La trampa del mercado

Rescatar el verdadero sentido de la Navidad es vivir el Evangelio hoy, no cayendo en la trampa del mercado. El problema con la ideología del libre mercado es que nos hace aceptar su utopía como un axioma que no necesita demostración. Es decir, como si el único camino aceptable hoy fuera el de la economía de libre mercado.

Nuestra vida y nuestra acción no sirven para nada a menos que estén al servicio de esa ideología. Con ese mismo criterio se juzga la historia de la Iglesia, la historia del mundo y aun a Jesucristo mismo. No caer en esa trampa, no aceptar esa utopía, esa idolatría del mercado, como un axioma, ni tampoco aceptar como “científico” un análisis que, por un lado, se alimenta de la opresión de los más pobres y, por otro, reduce al hombre y a la mujer a seres que solo sirven para consumir.

Por lo tanto, debemos proclamar en primer lugar que la norma que juzga la vida y la acción de los hombres y las mujeres no es el éxito, ni la cantidad de cosas que se posean, sino el designio de Dios revelado en Jesucristo. Descubrimos también que, para tener valor y eficacia, las acciones humanas no necesitan ser exitosas. La vida es mucho más que la economía. La fidelidad a Dios se da dentro de una variedad inmensa de marcos de servicio.

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La Navidad y el fin del temor

Una buena noticia para el mundo de hoy que trae la presencia de Jesús en esta Navidad es que se acaba el temor. Hoy vivimos bajo el signo del miedo, y esta parece ser la característica más notoria de esta época. La mentalidad de los hombres y mujeres del siglo I estaba plagada de temores: a las potencias espirituales de los aires, a los principados y potestades, a los espíritus elementales.

En medio de ellos, el Evangelio era el anuncio de la victoria cósmica de Cristo, que ponía en evidencia la debilidad de estas fuerzas que aterrorizaban a los hombres y mujeres. Hoy en día los temores tienen otros nombres, pero son muy parecidos en sus efectos sobre el corazón de los hombres y mujeres sin Cristo.

Los medios de comunicación modernos han ido desarrollando una jerga que conjura el temor y la sensación de un fatalismo frente al cual el hombre y la mujer parecen impotentes. Hoy se tiembla ante las fuerzas oscuras que dominan el mercado de valores, ante los sistemas político-militares, ante las mafias de todo signo que parecen obrar con impunidad y crecer como pulpos infernales.

La victoria de Dios

El Evangelio que Cristo nos ha traído y que recordamos en Navidad sigue siendo el Evangelio de la victoria de Dios sobre todo aquello que se opone a su designio, que es el bien y la vida abundante para los hombres y mujeres. Cierto que esa victoria pasó por el sufrimiento de la cruz, por la agonía, la soledad y lo que, a todas luces, parecía el fracaso y la impotencia del justo contra la maldad del mundo.

La buena noticia del Evangelio es negarse a permitir que los temores que sobrecogen a los hombres y mujeres de hoy nos atemoricen también a nosotros. Es poner la mira en Cristo, alzar la vista y vivir en obediencia a su ejemplo, con gozo y confianza en la victoria final, cualquiera sea el curso de la peripecia del hoy.

Jesús, Pablo y Pedro nos enseñaron que esta manera de vivir el Evangelio no es la arrogancia insultante frente al verdugo ni la búsqueda casi masoquista del sufrimiento. En nuestro tiempo implica la desmitologización de todas las idolatrías modernas y poderes terrenos, en el entendimiento de estas fuerzas dentro de su limitada dimensión humana, o quizás aun en su exageración demoníaca.

Pero esto implica también el propósito de seguir haciendo aquello que entendemos que es el bien, aunque ello acarree la persecución o la amenaza. Por esto, la buena noticia de la Navidad y lo que le da sentido es que nada nos puede separar del amor de Dios en Cristo, y ese amor ha triunfado para siempre.

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