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La prueba de nuestra fe se llama Gaza

Hace unos días, la ONU confirmó que ocho personas murieron de hambre en un solo día en Gaza, entre ellas tres niños. No cayeron por bombas, sino por la decisión fría y calculada de impedir la entrada de alimentos y medicinas. No es un daño colateral: es un crimen.

A esto se suma una noticia reciente que hiela la sangre: en grabaciones filtradas, el exjefe de inteligencia militar israelí, Aharon Haliva, afirmó que la muerte de 50.000 palestinos en Gaza es “necesaria y requerida para las futuras generaciones”. Y agregó: “Ya no importa si son niños”.

¿Qué clase de humanidad puede justificar semejante barbarie?

“¡Ay de los que dictan leyes injustas y publican decretos opresivos!” (Isaías 10:1).

Más que una guerra: un genocidio

Cuando un líder militar afirma que decenas de miles de muertes son “necesarias”, deja de haber duda: lo que ocurre en Gaza no es una guerra, es un genocidio. No son errores de cálculo ni excesos de la fuerza; es una lógica de exterminio.

Los datos lo confirman: más de 50.000 muertos hasta marzo, miles de pacientes sin atención médica, ayuda bloqueada deliberadamente, niños muriendo de hambre cada día. La crueldad no es un accidente, es parte del plan.

Nombrar las cosas por su nombre es un deber moral y espiritual. No hacerlo es participar del encubrimiento.

El examen moral y espiritual de la Iglesia

Nuestra fe está a prueba. Santiago lo dijo con claridad: “La fe sin obras está muerta” (Santiago 2:17). Gaza es el espejo que revela si nuestra fe vive o está vacía.

Cuando un alto mando militar dice que “no importa si son niños”, la Iglesia debe responder con la voz del profeta: ¡sí importa! Cada vida importa, cada niño importa, cada madre y cada anciano importan. Jesús mismo se identificó con el hambriento, el enfermo y el encarcelado (Mateo 25:35-36). Guardar silencio por temor a incomodar es fallar la prueba.

Responder desde la fe

El Evangelio nos llama a responder con acciones concretas:

  • Orar con los ojos abiertos: interceder informados, sin espiritualizar la indiferencia.
  • Denunciar la injusticia: desde los púlpitos y las redes, llamando a Gaza por lo que es: genocidio.
  • Apoyar a quienes ayudan: sostener a organizaciones humanitarias que intentan llevar alimento y medicinas.
  • Educar en justicia bíblica: enseñar que el prójimo no tiene fronteras ni banderas.

“El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado” (Santiago 4:17).

La filtración de las palabras del exjefe de inteligencia israelí nos revela lo inhumano y absurdo de esta guerra que llaman necesaria. Gaza no es un daño colateral de la historia; Gaza es la herida abierta de nuestra humanidad y, para la Iglesia, una prueba de fuego.

La pregunta es directa: ¿seremos cómplices con nuestro silencio o testigos del Evangelio con nuestra voz y nuestras acciones?

“No es tiempo de neutralidad. Es tiempo de compasión valiente, de justicia profética, de amor sin fronteras. Gaza nos llama. Y nuestra respuesta dirá qué tan real es la fe que proclamamos.”

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