Miguel España analiza Dilexi Te, un llamado a la conversión pastoral y a una Iglesia que camine con los pobres frente a las estructuras que generan exclusión.
He leído la Exhortación Dilexi Te, del Papa León XIV, sobre el amor hacia los pobres, y quisiera hacer dos cosas: primero, ofrecer un breve comentario y, segundo, entregarles una síntesis propia.
Comentario
Por ser la primera Exhortación Apostólica del Papa León XIV, me parece su programa pontificio, en continuidad con el Papa Francisco y su énfasis teológico liberador y pastoral social del cuidado. Se firma la Exhortación el 4 de octubre, memoria de San Francisco de Asís, santo que integra la belleza y el cuidado de la creación con la opción de pobreza evangélica y el amor y servicio a los pobres. La injusticia contra la Casa Común y las injusticias sociales producto del sistema económico capitalista neoliberal se entrelazan, creando las crisis más agudas de nuestros tiempos: el cambio climático, la contaminación ambiental, la pobreza material y la opresión expresada en diversos tipos de discriminaciones y exclusiones, a causa de rasgos étnicos, de clase socioeconómica o de género. Estas condiciones empeoran en tiempos de grandes flujos migratorios: las políticas aporofóbicas y racistas antimigrantes prevalecen; hay retrocesos en el Estado de derecho y en la democracia —ambas frágiles—, junto con una creciente ola de neoconservadurismo social, político y religioso, expresada en la lucha contra los avances de los derechos humanos, fenómeno muy de la mano con tendencias neopopulistas y autoritarias.
La tradición bíblico-teológica con la que conecta Dilexi Te es la exódica y la profética, propia de la teología de la liberación, que vincula la crítica a las condiciones de inhumanidad a las que son sometidas las mayorías empobrecidas y excluidas con el proyecto liberador del Dios de los oprimidos y las oprimidas (Éxodo 3 y Lucas 4). Esta teología liberadora se relaciona con una profunda pastoral de la compasión (el buen samaritano), que nos recuerda La Iglesia samaritana y el principio misericordia en Jon Sobrino. Asimismo, la necesidad de una eclesiogénesis, o “una Iglesia que nace de la fe del pueblo”, llena de los carismas dados por el Espíritu Santo (Boff), posibilita una nueva forma de pensar la Iglesia, la autoridad y su labor en el mundo, superando la esclerosis institucional, vertical, machocéntrica y dogmática.
Lo recién señalado puede verse en la preocupación del Papa León XIV al exhortar a la Iglesia a identificarse con los pobres, como canta la Misa Campesina Nicaragüense: “Cristo, Cristo Jesús, identifícate con nosotros… No con la clase opresora que exprime y devora a la comunidad, sino con el oprimido…”. Señala que la fidelidad de la Iglesia a su Señor pasa por la fidelidad hacia los pobres, que la fe individualista nos separa de la comunión y que las muestras de religiosidad sin compromiso con los menos favorecidos son infecundas y vacías.
Las ciencias y las tecnologías, actualmente en manos de poderes económicos y políticos, deben servir para acompañar políticas eficaces en la transformación de la sociedad. Las redes sociales se han convertido no solo en cosas técnicas, sino en mediaciones de las demandas sociales, a través de procesos de apropiación social en favor de agendas populares, como hemos visto en manifestaciones desde la Primavera Árabe, la Primavera Centroamericana, las protestas en Chile, Perú, Nepal y Marruecos de la generación “Z”. Además, las tecnologías digitales y la inteligencia artificial son hackeadas por el ciberfeminismo y el ciberactivismo en general. La teología debe prestar atención y sacar consecuencias ético-teológicas y prácticas para asumir estos desafíos desde la opción por los pobres, los vulnerables y la Madre Tierra.
Una última cosa: Dilexi Te hace énfasis en los movimientos sociales que luchan contra el sistema económico voraz y las injusticias opresivas, en las que hombro a hombro colaboran líderes laicos y líderes populares, reconociendo que la solidaridad es un “modo de hacer historia”. Ante los decretos del “fin de la historia” o de la “muerte de la teología de la liberación” y de las “utopías históricas”, el Papa nos recuerda que el futuro aún está abierto por las luchas solidarias de los pueblos, de los líderes sociales y eclesiales. Ni la religión del mercado, ni los neofundamentalismos, ni la inteligencia artificial codificada con algoritmos de control y vigilancia en manos de empresas, políticos y militares podrán tener la palabra final. Jesucristo camina con su pueblo en procesos de liberación; su corazón se une al corazón de los pueblos que luchan con fe y justicia (Dilexit nos, 2024). Si Él resucitó, nosotros también resucitaremos juntamente con Él.
Síntesis personal de Dilexi Te
Conecta con la orientación del pontificado de Francisco, la herencia de una Iglesia-teología-pastoral con y desde los pobres: “En los pobres Él sigue teniendo algo que decirnos”. Esta continuidad no es una ocurrencia reciente, sino que enlaza con la tradición del Éxodo, en el clamor de los pobres y oprimidos en Egipto; en la Encarnación del Hijo “quien, siendo rico, se hizo pobre por nosotros” (Fil 2,7; 2 Cor 8,9); en la Iglesia primitiva y su preocupación central por los pobres, viudas y huérfanos; en San Francisco de Asís, el Poverello; en el Concilio Vaticano II, y ahora en el Papa Francisco. Jesús nació en una familia trabajadora (teknon), sin privilegios, y por ello entiende las condiciones de injusticia que reproducen la pobreza. Por eso su proyecto es de liberación (Lc 4,18; Is 61,1).
Hay una crítica contra las estructuras político-económicas, estructuras de pecado, que producen más pobreza e injusticia; son “las reglas económicas”, no más que el sistema capitalista actual. Afirma el Papa León XIV: “Es claro que de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad” (p. 21).
Se apuesta por una Iglesia fiel a su Señor, Cristo hecho pobre; a la tradición de la Iglesia primitiva por su cuidado a los más pobres, débiles y pequeños; y a las enseñanzas de los Padres de la Iglesia. Resume: “La teología patrística fue práctica, apuntando a una Iglesia pobre y para los pobres, recordando que el Evangelio sólo se anuncia bien cuando llega a tocar la carne de los últimos, y advirtiendo que el rigor doctrinal sin misericordia es una palabra vacía” (38).
Resalta, además, el cuidado hacia los pobres de las órdenes monásticas, santos y santas, órdenes mendicantes y congregaciones. El cuidado a las personas enfermas, migrantes y analfabetas ha sido labor de muchos creyentes (por ejemplo, Santa Teresa de Calcuta), allí donde el Estado no llega. Afirma: “Cada ser humano es hijo de Dios. En él está impresa la imagen de Cristo. Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos” (p. 60).
Reconoce la importancia de los movimientos sociales en la lucha por la justicia entre los pobres, guiados por laicos y líderes populares, que entienden la solidaridad como “un modo de hacer historia, y eso es lo que hacen los movimientos populares” (65).
Presenta el Papa León XIV la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia:
- Rerum novarum (1891), León XIII.
- Mater et Magistra (1961), san Juan XXIII.
- Concilio Vaticano II.
La Constitución pastoral Gaudium et spes, actualizando la herencia de los Padres de la Iglesia, afirmó con fuerza el destino universal de los bienes de la tierra y la función social de la propiedad que deriva de ello: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos”.
Las Conferencias del Episcopado Latinoamericano en Medellín, Óscar Arnulfo Romero y el Papa Francisco forman esta arteria de una Iglesia fiel. Es alentador el rescate que hace Medellín, donde los obispos hacen su opción preferencial por los pobres: “Cristo nuestro Salvador no sólo amó a los pobres, sino que, siendo rico, se hizo pobre, vivió en la pobreza, centró su misión en el anuncio a los pobres de su liberación y fundó su Iglesia como signo de esa pobreza entre los hombres” (75). Por lo tanto, es preciso seguir denunciando la “dictadura de una economía que mata”.
Hay una exhortación a la “conversión” dirigida a los defensores de la ortodoxia y a los pastores. Les hace la evangélica exhortación: “La preocupación por la pureza de la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con una vida teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de servicio al prójimo, y particularmente al pobre y al oprimido” (p. 81). Por lo tanto, todos debemos dejarnos evangelizar por los pobres y reconocer la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. En ese sentido, nuestra relación con los pobres no debe reducirse a una actividad más o a una oficina de la Iglesia. Ellos y ellas son sujetos dignos del amor de Dios.
El texto nos recuerda la Encíclica del Papa Francisco sobre el buen samaritano, Fratelli Tutti: ¿con quién te identificas, con los que no hicieron nada o con el samaritano que ayudó al herido? Los primeros representan una “sociedad enferma” (egoísmo, individualismo, consumismo, apatía). Por el contrario, el gran desafío de la Iglesia es la conversión a la fidelidad a su Señor y a los pobres: “El corazón de la Iglesia, por su misma naturaleza, es solidario con aquellos que son pobres, excluidos y marginados, con aquellos que son considerados un ‘descarte’ de la sociedad” (94).
El Papa León XIV exhorta a las comunidades religiosas a no vivir una fe “individualista” ni una “mundanidad espiritual” (una fe disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos), para no caer en la disolución o pérdida de pertenencia, fidelidad y fuerza evangélica.