La libertad que predicamos y la esclavitud que aceptamos

¿De qué libertad hablamos?

En una de sus cartas a la comunidad cristiana de Corinto, el apóstol Pablo escribió:

¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado; pero también, si puedes hacerte libre, procúralo más. Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres” (1 Corintios 7:21-23).

Este consejo, dirigido a quienes vivían en una sociedad atravesada por la esclavitud, resuena con fuerza en la actualidad. En Chile no llevamos cadenas físicas, pero millones permanecen atrapados por “esclavitudes modernas”: la pobreza que precariza, el endeudamiento que aprisiona, los trabajos mal pagados que limitan el futuro y una política incapaz de responder a estas realidades.

Las cadenas modernas

En teoría, la democracia nos da voz; pero esa voz no siempre se traduce en cambios reales. El estallido social de 2019 lo demostró: miles exigieron justicia y dignidad, pero terminaron defraudados por una política más preocupada de preservar estructuras que de transformarlas.

Somos libres para votar, pero no todos lo son para vivir con tranquilidad. En los barrios y en el campo, la libertad se reduce frente a problemas concretos: falta de agua, inseguridad, hacinamiento, una salud que no llega y una educación que no abre caminos. Incluso con avances recientes, como el aumento del salario mínimo impulsado por el actual gobierno, muchas familias siguen enfrentando necesidades básicas insatisfechas. Para algunos sectores políticos esto es un obstáculo, pero la dignidad no puede medirse solo en cifras: requiere transformar estructuras que han naturalizado la precariedad.

La falsa libertad del narco

A estas cadenas se suma otra: la narco cultura y el consumo problemático de drogas. En muchos barrios, la droga ofrece una ilusión de libertad que pronto se convierte en dependencia y destrucción.


El narcotráfico no solo captura a jóvenes y familias, también busca legitimarse con negocios de fachada o gestos de “ayuda comunitaria”: financian fiestas, levantan cierres perimetrales o instalan cámaras. Pero nada de esto responde a un compromiso social, sino a la necesidad de proteger y expandir un negocio. No es ayuda: es estrategia de poder. Se visten de solidaridad, pero terminan moldeando la vida del barrio bajo sus reglas, donde la violencia manda y la libertad se desvanece.

El espejismo político

Cuando la política se desconecta de las necesidades reales, las promesas de libertad se vuelven un espejismo. Surgen caricaturas que profundizan la polarización. Y aparece una pregunta inevitable: ¿qué clase de libertad proclamamos si aceptamos que la precariedad sea el destino de la mayoría? Peor aún cuando desde los púlpitos se predica una libertad reducida solo a lo espiritual, como si lo espiritual y lo terrenal pudieran separarse. Pablo no habló de resignación, sino de libertad: “si puedes hacerte libre, procúralo más”.

Memoria y fe en acción

La historia también nos recuerda este llamado. Helmut Frenz lo expresó con una claridad que aún incomoda: su única militancia era con “los pobres, los oprimidos y los torturados”. La memoria, decía, no se borra ni se clausura, porque la justicia no admite puntos finales. En tiempos donde la democracia amenaza con convertirse en un ritual vacío, sus palabras suenan como advertencia y esperanza.

Procúrenlo más

¿De qué sirve predicar libertad en los templos si aceptamos esclavitudes en las calles? El evangelio no se trata de adormecer conciencias, sino de liberar vidas. Esa es también la tarea de quienes trabajamos en él: hacer visible lo invisible, nombrar las cadenas.

Por eso Pablo decía: “procúrenlo más”. Porque sabía que no era bueno para el creyente permanecer atado. Hoy, el desafío es no reducir la fe a una lucha interior sin consecuencia exterior. De lo contrario, terminamos viviendo una guerra sin batalla, un evangelio sin justicia, una libertad proclamada pero nunca practicada.

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