Con mis hijos no te metas: Valoraciones críticas de a quienes llamo «mis hijos» desde el conservadurismo social y religioso – Parte III

Una tercera parte requerida por la indignación

Cuando escribí las dos primeras entregas de este artículo, estaban ancladas en un contexto local: Ecuador y América Latina, donde el movimiento “Con mis hijos no te metas” se erigía como expresión de un fundamentalismo moral que reducía a la niñez a un símbolo de lucha cultural (Peña, 2020; Mamani, 2022). No esperaba escribir una entrega más. Aun así, el silencio ensordecedor de las iglesias evangélicas frente al asesinato sistemático de niños palestinos en Gaza exige esta extensión, si bien estas líneas solo lleguen a ser una postura de que ser evangélico no significa andar por la misma vereda. Si antes mirábamos lo local, hoy no podemos evitar mirar al mundo, dolidos por una contradicción flagrante: se lucha con vehemencia contra un enemigo común inventado, pero se silencian las muertes de los de otros tanto a nivel local como global.

Idolatría sionista y burbujas privilegiadas

En muchos templos evangélicos en EE.UU. y Latinoamérica se sostiene una suerte de adoración al Estado de Israel, reinterpretado como cumplimiento profético. Se ondean banderas israelíes, se entonan himnos en hebreo, se danzan supuestos bailes judíos y se justifican sus acciones bélicas como voluntad divina (Mamani, 2022; Ruether, 2013). Este vínculo crea una teología que blinda al Estado moderno bajo una narrativa religiosa, ignorando el mandato cristiano de justicia y dignidad.

Además, estas iglesias occidentales se encierran en comunidades privilegiadas: barrios seguros, templos confortables, acceso a recursos. Desde ese entorno, se levantan discursos moralistas y excluyentes sin reconocer el sufrimiento de otros, aislándose de conflictos globales y refugiándose en su moral selectiva (Gutiérrez, 1971).

Moralismo selectivo: “Mis hijos” sí, “los otros” no

El movimiento “Con mis hijos no te metas” canaliza esa mentalidad. Se moviliza con pasión para vetar la inclusión de temas de género o diversidad en la educación, bajo la excusa de proteger a la niñez (Peña, 2020). Pero esa defensa es frágil: el mismo “niño” desaparece del discurso cuando se trata de los niños que mueren por desapariciones, por hambre o por los bombardeos en Gaza.

Organismos internacionales alertan: más de 17.000 niños han muerto en Gaza en 21 meses de guerra, una media de 28 niños al día —el equivalente a un salón escolar perdido diariamente (UNICEF, 2025a). Se trata de muertes de civiles, no combatientes: niños asesinados mientras hacían fila por alimentos o medicinas (UNICEF, 2025a).

En el trasfondo de muchas justificaciones evangélicas se encuentra la apelación a las promesas de Dios a Israel. En Génesis 12:1-3, Dios prometió a Abram tierra, descendencia y bendición. Estas promesas son centrales en la historia de la fe bíblica, pero su sentido no puede reducirse a un nacionalismo político contemporáneo.

El apóstol Pablo lo dejó claro en Gálatas 3:16, la descendencia a la que Dios se refiere no es un pueblo-Estado moderno, sino Cristo mismo, en quien se cumplen todas las promesas. Es decir, la promesa hecha a Israel se abre en Cristo a todas las naciones, a toda la humanidad, sin exclusiones étnicas ni geográficas.

Por eso, convertir el Estado moderno de Israel en la encarnación automática de esas promesas es una distorsión teológica grave. Las promesas no legitiman la violencia ni el despojo; al contrario, llaman a ser un canal de bendición para todas las familias de la tierra. El uso de las Escrituras para avalar bombardeos, hambre forzada o asesinatos de niños contradice el corazón de Dios revelado en la Biblia.

El Dios de la alianza no se complace en la muerte de los inocentes, el llamado de la iglesia debe ser con los niños no se metan, pues son los privilegiados en el reino de Dios. La fidelidad a su promesa se expresa en justicia y misericordia. Los niños palestinos, como todo niño en la tierra, forman parte de la humanidad amada por Dios. Negarles el derecho a vivir es negar la universalidad de la bendición prometida a Abraham.

El espejismo dispensacionalista y el mito del tercer templo

Dentro del espectro evangélico, no solo el sionismo cristiano sostiene estas distorsiones. Muchas iglesias reformadas y neo-pentecostales influenciadas por el dispensacionalismo promueven la idea de que la historia de la salvación culminará con la reconstrucción de un supuesto tercer templo en Jerusalén. Este mito escatológico, nacido en la teología fundamentalista occidental del siglo XIX (Darby, Scofield), ha sido absorbido en América Latina como verdad incuestionable.

Sin embargo, el Nuevo Testamento es claro: Cristo mismo es el templo definitivo (Juan 2:19-21), y la comunidad de creyentes es ahora el templo del Espíritu (1 Corintios 3:16). Esperar un edificio de piedra es reducir la obra de Dios a una construcción nacionalista. El “tercer templo” no es una expectativa bíblica, sino una ficción evangélica que ha suplantado la esperanza cristiana con narrativas geopolíticas.

Este imaginario ha generado una teología de espectáculo, donde se aplaude la guerra y la ocupación como pasos necesarios para un calendario profético inventado. Se trata de una carencia teológica grave: se reemplaza la cruz por mapas militares, y la resurrección por pactos políticos. El Evangelio queda subordinado a la ficción de que Dios necesita tanques y aviones de combate para cumplir sus promesas.

La iglesia latinoamericana no puede seguir importando estas ficciones. Cristo no llamó a esperar templos de piedra, sino a ser un pueblo vivo que encarne la justicia y la paz de su Reino.

Occidente y su abierta alianza con Israel 

La complicidad no se limita a las iglesias; alcanza el más alto nivel político ecuatoriano. En mayo de 2025, durante su visita oficial a Israel, el presidente Daniel Noboa declaró públicamente que “Ecuador e Israel tienen los mismos enemigos: la pobreza, el terrorismo y el sufrimiento” (Primicias, 2025). Esta afirmación, lejos de ser una simple alianza diplomática, adquiere tonos preocupantes desde un enfoque crítico: ubica a Israel como una referencia moral compartida, legitima estrategias de seguridad comunes y habilita una hermandad política que obvia por completo el sufrimiento palestino.

A nivel religioso, esto cimenta una visión instrumental del Estado israelí, reforzando un evangelismo que toma partido por razones geopolíticas, no bíblicas ni éticas. Cuando un presidente alinea públicamente sus valores con los de un Estado militarizado, consolida ideologías que justifican la opresión. Y lo hace en nombre de una supuesta lucha contra enemigos compartidos, mientras calla ante genocidios reales, especialmente cuando esos enemigos están lejos del Ecuador.

EE. UU. y la Unión Europea conocen la magnitud de la tragedia. Sin embargo, la presentan como cuestión técnica —números, acceso humanitario, pactos diplomáticos— en vez de denunciar un crimen de lesa humanidad (Reuters, 2025). Encima, se denuncia que se ha bloqueado la entrada de ayuda durante semanas, exacerbando el hambre y la desnutrición (Human Rights Watch, 2025). El resultado: niños que mueren o resultan heridos por buscar comida; una estrategia que organizaciones internacionales califican como crimen de guerra (UN Human Rights Office, 2025).

Silencio eclesial: complicidad en el altar

Las reuniones denominacionales rara vez pronuncian una palabra por Gaza. Se habla de moral, de estrategias de evangelización o misiones, de reuniones anuales, pero no del llanto de miles de niños. Sin embargo, como advierte Isaías (58) y reafirma Jesús en Mateo 25:40, el silencio ante el sufrimiento es cómplice. No se puede amar selectivamente.

Este escrito brota del mismo espíritu que inspiró las entregas anteriores: ahora no solo elevo la voz por el uso ideológico de la niñez local, sino también por la indiferencia ante el futuro que agoniza en Gaza. El Evangelio exige justicia, paz y defensa de la vida. Si cuidamos a los nuestros, también debemos llorar por los otros, las manadas pequeñas del reino debemos levantar una voz, aunque esta sea una voz en el desierto de occidente y América Latina que no escucha el clamor por Palestina.

Porque los “hijos de Dios” no depende de fronteras. Si defendemos a los niños aquí, debemos defenderlos allá. Porque el silencio no es paz: es complicidad. Y el mandato de amar nos lleva al coraje de alzar la voz, aunque incomode.

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Referencias 

Gutiérrez, G. (1971). Teología de la liberación: Perspectivas. CEP.

Human Rights Watch. (2025, 5 marzo). Israel again blocks Gaza aid, further risking lives. Human Rights Watch.

Isaac, M. (2025). Gaza es la brújula moral del mundo. Bethlehem Bible College.

Mamani, M. (2022). Sionismo cristiano en América Latina: entre la teología y la política. Revista de Ciencias Sociales, 28(2), 45–63.

Peña, C. (2020). Con mis hijos no te metas: el movimiento anti-género en América Latina. CLACSO.

Primicias. (2025, 5 mayo). Noboa le dice a Netanyahu que Ecuador e Israel “tienen los mismos enemigos”. Primicias.

Reuters. (2025, junio 24). Weaponisation of food in Gaza constitutes war crime, UN rights office says. Reuters.

Ruether, R. (2013). Faith and Fratricide: The Theological Roots of Anti-Semitism. Wipf and Stock.

UN Human Rights Office. (2025, junio). UN human rights office condemns weaponisation of food aid in Gaza. ONU.

UNICEF. (2025a, julio). Una media de 28 niños mueren diariamente en Gaza, más de 17.000 menores han muerto en 21 meses. Euronews.

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