Este artículo se enmarca en la serie conmemorativa por los 1700 años del Concilio de Nicea. En entregas anteriores exploramos qué ocurrió en Nicea, quién era Jesús según los padres conciliares, cómo se entendió la unidad eclesial, la redacción del credo como documento vivo, y cómo el “Credo de Nicea” se convirtió en una confesión de fe y misión. Hoy, miramos hacia el presente y el futuro.
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¿Por qué necesitamos credos?
C.S. Lewis, en Mero Cristianismo, compara los credos con un mapa. Un mapa no reemplaza la experiencia directa del océano, pero sin él, ningún viaje es posible. Los credos no son la fe misma, pero nos ayudan a ubicarla, comunicarla y compartirla. En un tiempo en que las verdades se relativizan y cada quien construye su espiritualidad a su medida, los credos pueden ser un ancla y un punto de encuentro.
Lewis advertía que el cristianismo no es simplemente una experiencia interior: “La teología es como un mapa que cientos y miles de personas han trazado a partir de su experiencia personal”. En otras palabras, creer no es solo algo privado, sino también algo confesado en comunidad, articulado con palabras.
Cuando la diversidad desdibuja la confesión
Sin embargo, no se puede ignorar que vivimos tiempos de gran pluralismo. Ya no existe una sola forma de ser cristiano, ni una sola teología. Como explica Roger E. Olson en The Story of Christian Theology, la historia de la fe cristiana ha sido una constante tensión entre mantener una unidad teológica y permitir expresiones diversas en contextos variados.
¿Puede haber una sola confesión para tanta diversidad? Quizás no una sola, pero sí una común. El reto está en distinguir entre el núcleo innegociable de la fe cristiana y sus múltiples formas culturales, sociales y eclesiales. Los credos históricos nos recuerdan que hay un centro que trasciende nuestras interpretaciones particulares.
¿Todavía nos unen los credos?
El Credo Niceno-Constantinopolitano es el único credo aceptado por católicos, ortodoxos y la mayoría de los protestantes históricos. Su fuerza ecuménica radica en su claridad sobre lo esencial: Dios Trino, la divinidad de Cristo, la encarnación, la muerte y resurrección, el Espíritu Santo, la Iglesia y la esperanza futura.
Pero ¿qué ocurre con los cristianos que se han formado fuera de las iglesias tradicionales? ¿Y con quienes se preguntan por el lenguaje patriarcal, imperial o excluyente de algunos credos? ¿Pueden seguir confesando esas palabras sin sentirse ajenos? Ahí surge la urgencia de volver a pensar los credos, no para abandonarlos, sino para hacerlos más significativos hoy.
La confesión en la resistencia
En muchos lugares del mundo, confesar la fe no es un acto litúrgico, sino un acto de resistencia. En contextos de dictadura, pobreza o violencia, decir “Creo en Dios Padre todopoderoso…” es una forma de afirmar que el poder último no lo tienen los gobiernos ni las armas.
En América Latina, comunidades cristianas han reinterpretado los credos desde su realidad. Ya en los años 80, teólogos de la liberación escribieron “creos populares” que recogían la experiencia de fe desde los márgenes. Confesar no era repetir un texto, sino dar testimonio.
¿Y si escribiéramos un credo hoy?
¿Qué pasaría si nos sentáramos en comunidad -con jóvenes, ancianos, mujeres, hombres, teólogos y laicos- y tratáramos de escribir un credo que hable desde y para nuestro tiempo? No para reemplazar el de Nicea, sino para actualizar su potencia.
Quizás diríamos algo como:
¿Por qué necesitamos credos?
C.S. Lewis, en Mero Cristianismo, compara los credos con un mapa. Un mapa no reemplaza la experiencia directa del océano, pero sin él, ningún viaje es posible. Los credos no son la fe misma, pero nos ayudan a ubicarla, comunicarla y compartirla. En un tiempo en que las verdades se relativizan y cada quien construye su espiritualidad a su medida, los credos pueden ser un ancla y un punto de encuentro.
Lewis advertía que el cristianismo no es simplemente una experiencia interior: “La teología es como un mapa que cientos y miles de personas han trazado a partir de su experiencia personal”. En otras palabras, creer no es solo algo privado, sino también algo confesado en comunidad, articulado con palabras.
Cuando la diversidad desdibuja la confesión
Sin embargo, no se puede ignorar que vivimos tiempos de gran pluralismo. Ya no existe una sola forma de ser cristiano, ni una sola teología. Como explica Roger E. Olson en The Story of Christian Theology, la historia de la fe cristiana ha sido una constante tensión entre mantener una unidad teológica y permitir expresiones diversas en contextos variados.
¿Puede haber una sola confesión para tanta diversidad? Quizás no una sola, pero sí una común. El reto está en distinguir entre el núcleo innegociable de la fe cristiana y sus múltiples formas culturales, sociales y eclesiales. Los credos históricos nos recuerdan que hay un centro que trasciende nuestras interpretaciones particulares.
¿Todavía nos unen los credos?
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El Credo Niceno-Constantinopolitano es el único credo aceptado por católicos, ortodoxos y la mayoría de los protestantes históricos. Su fuerza ecuménica radica en su claridad sobre lo esencial: Dios Trino, la divinidad de Cristo, la encarnación, la muerte y resurrección, el Espíritu Santo, la Iglesia y la esperanza futura.
Pero ¿qué ocurre con los cristianos que se han formado fuera de las iglesias tradicionales? ¿Y con quienes se preguntan por el lenguaje patriarcal, imperial o excluyente de algunos credos? ¿Pueden seguir confesando esas palabras sin sentirse ajenos? Ahí surge la urgencia de volver a pensar los credos, no para abandonarlos, sino para hacerlos más significativos hoy.
La confesión en la resistencia
En muchos lugares del mundo, confesar la fe no es un acto litúrgico, sino un acto de resistencia. En contextos de dictadura, pobreza o violencia, decir “Creo en Dios Padre todopoderoso…” es una forma de afirmar que el poder último no lo tienen los gobiernos ni las armas.
En América Latina, comunidades cristianas han reinterpretado los credos desde su realidad. Ya en los años 80, teólogos de la liberación escribieron “creos populares” que recogían la experiencia de fe desde los márgenes. Confesar no era repetir un texto, sino dar testimonio.
¿Y si escribiéramos un credo hoy?
¿Qué pasaría si nos sentáramos en comunidad -con jóvenes, ancianos, mujeres, hombres, teólogos y laicos- y tratáramos de escribir un credo que hable desde y para nuestro tiempo? No para reemplazar el de Nicea, sino para actualizar su potencia.
Quizás diríamos algo como:
“Creemos en el Dios de la vida, que llora con los que sufren.Creemos en Jesús, palabra encarnada, ejecutado por el imperio, resucitado por Dios.Creemos en el Espíritu que empuja, consuela, incendia.Creemos en la Iglesia, a pesar de sus heridas.Creemos que otro mundo es posible, porque el Reino ya empezó.”
No es poesía. Es esperanza confesada.
Confesar juntos en el siglo XXI
Confesar la fe juntos hoy no significa repetir fórmulas sin alma. Significa encontrar palabras comunes para expresar lo que creemos en medio de nuestras diferencias. Significa declarar en voz alta, con otros, que seguimos creyendo en el Dios revelado en Jesús, por el Espíritu, en comunidad.
Nicea nos recuerda que el cristianismo no es solo una fe que se piensa, sino una fe que se proclama. Y que la proclamación necesita lenguaje compartido. Tal vez ha llegado la hora de volver a escribir credos. No para sustituir los antiguos, sino para encarnarlos otra vez.
Referencias:
- Lewis, C.S. Mero Cristianismo. Harper One, 2024.
- Olson, Roger E. The Story of Christian Theology: Twenty Centuries of Tradition and Reform. IVP Academic, 2009.
Este artículo forma parte de la serie conmemorativa por los 1700 años del Concilio de Nicea publicada por El Blog de Bernabé. Sobre el autor:
¡Hola! Soy Bernabé, tu anfitrión en "El Blog de Bernabé", un espacio dedicado a profundizar en teología, fe, misión integral y espiritualidad. Aquí, junto a un grupo de amigos y amigas, compartimos reflexiones, inspiración y diálogo espiritual. Te invito a ser parte de nuestra comunidad, donde exploramos y reflexionamos juntos. Mi propósito es difundir ideas y perspectivas cristianas, espirituales y teológicas originadas en Latinoamérica y el Caribe.
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