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lunes, 9 de junio de 2025

Credo de Nicea: la fe puesta por escrito | Por Bernabé

“Creemos…”. Así comienza uno de los textos más antiguos y poderosos que todavía hoy se recitan en iglesias de todo el mundo: el Credo Niceno. Pero, ¿qué significa poner por escrito la fe? ¿Por qué, en aquel lejano año 325, fue tan urgente definir qué creían los cristianos? ¿Y qué nos dice eso hoy?

Una fe que necesitaba ser escrita

Los cristianos del siglo IV no eran ajenos a los conflictos. Persecuciones, divisiones internas, tensiones con la filosofía y el poder imperial. Pero quizás uno de los desafíos más profundos fue el de ponerse de acuerdo en una cosa: ¿qué creemos realmente? La fe cristiana, nacida en contextos orales, predicada de memoria, vivida en comunidades diversas, comenzó a experimentar la urgencia de ser puesta por escrito. El Concilio de Nicea, en el año 325, no fue solo una reunión teológica. Fue una decisión pastoral y misionera. La Iglesia debía confesar su fe con claridad, para proteger la verdad del evangelio y preservar la comunión.

Una declaración contra la confusión
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Lo que se discutió en Nicea no fue un matiz menor. Era una pregunta crucial: ¿Quién es realmente Jesús? Para Arrio, el Hijo era la primera criatura, excelsa y única, pero no era eterno ni plenamente Dios. La fórmula que terminó adoptando el concilio —ὁμοούσιος, “de la misma sustancia” que el Padre— no fue simplemente un tecnicismo. Fue una manera de trazar una línea firme en la arena teológica: Jesús no es una criatura exaltada, es plenamente Dios, tan eterno y divino como el Padre.

Pero no todo es tan claro. En un breve intercambio por WhatsApp con el teólogo colombiano Harold Segura, esta mañana, me quedé pensando. Él me recordaba que Arrio no negaba del todo la divinidad de Cristo, sino su plena identidad con Dios. El debate no era solo si el Hijo era divino, sino qué significaba ser Dios en un contexto de pensamiento greco-judío. La teología del Logos, muy influyente en la época, más que resolver el dilema, lo enredó. Porque el Logos, en la tradición filosófica griega, no era Dios en sentido pleno. Y eso complicó aún más las cosas cuando se trató de confesar que ese Logos se hizo carne.

Me quedo con más preguntas que respuestas. Tal vez valga la pena dedicar uno de los siguientes artículos de esta serie a explorar esa encrucijada entre la teología del Logos y la cristología de Nicea.

LEE LA SERIE DE ARTÍCULOS "EL ECO DE NICEA: UNA SERIE PARA NUESTRO TIEMPO"  

Cuando escribir se volvió urgente

El Credo de Nicea es corto, preciso, firme. Cada palabra fue elegida para evitar ambigüedades. No fue pensado como una poesía litúrgica, sino como una muralla. Escrito en un tiempo de confusión y división, buscó preservar la unidad e identidad de la fe. Porque, a veces, poner por escrito lo que se cree es la única manera de sostener una fe común.

Todavía hoy, una brújula

Han pasado 1700 años y el Credo de Nicea sigue siendo recitado cada domingo en millones de iglesias. Pero más allá de su repetición litúrgica, sigue siendo una brújula. En tiempos de relativismo, espiritualidades líquidas y cristianismos acomodados al mercado, este Credo nos recuerda que no creemos en cualquier cosa ni de cualquier manera. Creemos en un Dios trino, en un Cristo verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, en una fe que tiene raíces, historia y forma.

Confesar esta fe hoy no es un acto de nostalgia, sino de compromiso. Es volver a la fuente, no para repetir fórmulas vacías, sino para recordar quiénes somos y a quién seguimos.

Referencias

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