“La conciencia de cada hombre debe ser libre,
incluso si difiere en su visión de Dios o de la verdad”
Roger Williams (1603-1683)
En la parte final de su breve, pero decisivo texto titulado La identidad bautista: cuatro frágiles libertades, Walter B. Shurden afirma que los principios bautistas (más allá de las temporales y, muchas veces, anacrónicas declaraciones de fe) son hoy más necesarios que nunca:
El mundo no ha superado la necesidad de los principios bautistas. Nunca hubo más necesidad de ellos de la que hay hoy en día. Nuestros principios aún no se han manifestado con toda la fuerza que hay en ellos. Nueva luz y poder están a punto de florecer delante de ellos en los días por venir. Suéltenlos y déjenlos ir.1
Se refiere a lo que él llama las cuatro frágiles libertades, que son: la de la Biblia, de conciencia (o libertad del alma), de la iglesia y la religiosa. La primera, la libertad bíblica, se refiere a que cada individuo tiene el derecho y la responsabilidad de interpretar las Escrituras por sí mismo, guiado por el Espíritu Santo. Esta libertad rechaza la imposición de interpretaciones oficiales por parte de autoridades eclesiásticas o estatales, subrayando el principio del libre examen de la Biblia.
La segunda, la libertad de conciencia, declara el derecho de cada persona a ejercer su propia fe y convicciones sin coerción. Esto incluye la libertad religiosa para todos, no solo para los bautistas, y está vinculada al principio de separación entre la iglesia y el Estado. La tercera, la libertad de la iglesia, resalta que cada iglesia local es autónoma en su gobierno y toma de decisiones, libre de controles externos de jerarquías eclesiásticas o instituciones. Esto implica que las congregaciones tienen la responsabilidad de organizar su culto, ministerio y misión según su entendimiento colectivo del llamado de Dios.
Y, la última, la libertad religiosa, que sostiene que todas las personas deben tener libertad para adorar a Dios (o no hacerlo) según sus propias convicciones, sin interferencias del gobierno ni de otros poderes externos. Es una defensa del pluralismo religioso y la no imposición de la religión por parte del Estado.
En otras palabras, en esas cuatro libertades, se encuentra una proclama cristiana por un mundo (no sólo por una iglesia) libre de imposiciones dogmáticas; libre de discriminaciones, sin centralizaciones del poder, ni político, ni religioso y, finalmente, que aliente el respeto a las diversidades y proteja el derecho de las minorías contra el absolutismo, político o religioso, de las mayorías.
Tratándose de principios de libertad, aunque hayan sido promulgados por personas bautistas, van más allá de la misma denominación. Son libertades, en cierta manera, cristianas y evangélicas en el amplio sentido de este término.
En un mundo atrapado por totalitarismos políticos, fanatismos religiosos y fundamentalismos ideológicos, entre ellos la más devastadora de todas las ideologías: el capitalismo nacionalista, hacen falta comunidades alternativas. Comunidades que vivan la fe como protesta, iluminando la vida social con modelos de convivencia humanizada y convicciones firmes, que den testimonio de libertad, inclusión, justicia, paz y tolerancia.
Ese es precisamente el núcleo de las libertades bautistas, frágiles, por cierto, proclamadas hace más de 400 años. Se trata de libertades profundamente bíblicas que podrían y deberían pertenecer al mundo cristiano en su amplia universalidad (catolicidad).
De lo anterior, surge una pregunta inevitable: ¿por qué quienes aún nos identificamos con la fe bautista hemos optado, en la práctica, por desconocer estas libertades? ¿Por qué nos hemos aferrado tercamente a una fe arcaica que poco tiene de libertad y mucho de tradicionalismo?
A veces pienso, y llevo años reflexionando sobre ello, desde cuando viví mi primera y bendita experiencia de ser pastor en Cali, Colombia (1980-1995) que, para ser un buen bautista de principios hoy, es necesario desafiar las tradiciones que nos limitan. En otras palabras, hay que arriesgarse a quedar mal con la denominación institucional para ser fiel al Evangelio. Lo que se requiere, entonces, es vivir el espíritu bautista con autenticidad, incluso si eso implica dejar atrás las formas vacías del bautista tradicional. Ser un “mal bautista” (permitamene este juego retórico de palabras) para intentar ser un autentico bautista.
Autenticidad que tiene que ver, ante todo, con la vivencia solidaria de la libertad. ¡De esto se trata ser un auténtico o auténtica bautista hoy, ser libre y proclamar la libertad! Esto en medio de un mundo que impone el silencio, la conformidad y la subordinación a sistemas que oprimen la diversidad y la autonomía personal.
Ser bautista implica resistir estas imposiciones, alzar la voz en defensa de la dignidad humana y vivir una fe que no solo proclama, sino que también encarna la justicia, la igualdad y el respeto mutuo. Es un llamado a ser testigos de la libertad que Cristo otorga, defendiendo no solo nuestra propia libertad, sino también la de los demás, especialmente de aquellos cuyas voces han sido apagadas por la opresión. ¡Ser libre en Cristo es ser un defensor activo de la libertad para todos!
1. Wlater B. Shurden, La identidad bautista. Cuatro frágiles libertades, Macon, Georgia, Smyth Helwys, Publishing, Inc., 2016, p.63.
Sobre el autor:
El pastor y teólogo Harold Segura es colombiano, radicado en Costa Rica. Director de Fe y Desarrollo de World Vision en América Latina y El Caribe y autor de varios libros. Anteriormente fue Rector del Seminario Teológico Bautista Internacional de Colombia.
¿ALGO QUE DECIR? COMENTA ESTE ARTÍCULO MÁS ABAJO CON FACEBOOK, BLOGGER O DISQUS
No hay comentarios.:
Publicar un comentario