En el mundo greco romano, incluido el judaísmo de la época, la diferenciación étnica entre los grupos sociales resulta ser un asunto fundamental para la obtención y conservación del prestigio público. Esto implica participar de las formas de disputa pública por el honor, entre comunidades de similar origen, ascendencia o clase social, y a través de la dialéctica desafío - respuesta. La característica de la sociedad es la identificación con la jerarquía de su grupo, de esto dependía el lugar ganado en el mundo. La identificacion es tanto mejor si la identidad étnica es más fuerte. Esto era motivo de orgullo o en su defecto de vergüenza pública. La vergüenza no es el "rubor en el rostro" de un individuo por un acto malo, sino la menor valía y reconocimiento social por no contar con el suficiente poder para disputar el honor público y demostrar su prestigio.
Esta lógica generaba tensiones y modos relacionales de conflicto permanente. De este conflicto se nutre la dinámica social de la época. Pensar la sociedad reconciliada era extraño y ajeno a la mentalidad. Y esta misma se reproducia también en las comunidades cristianas.
De esta situación imposible se hace cargo, según Pablo, la obra de Dios en Cristo, al tomar la iniciativa e introducirse como la contraparte (ofendida) del conflicto y ofrecer el medio de resolución. El ofendido se convierte en el reconciliador. Así opera una "inversión radical" rompiendo con la alienación y la estructura ofensor-ofendido. Lo hace por medio de su muerte en la la cruz, símbolo de la gracia y la paz. La reconciliacion es la nueva realidad producida por este don. El Tercero del conflicto. A través de él los creyentes son introducidos en un nuevo género de relación caracterizado por la amistad y el encuentro. La reconciliacion, como categoría que nos habla de la obra de Dios en Cristo, ha comenzado en el presente, y es definitiva, y se extiende hacia el futuro de todo conflicto posible, de toda enemistad, lucha, guerra y división. Acoger el don de la reconciliacion (o la gracia) es participar (hacerse parte personal y comunitariamente) de la gloria de Dios o de la vida de Dios presente en el mundo como dinámica reconciliadora.
La reconciliacion implica experimentar el don anarquico de Dios. Es decir, la liberación interna y externa de la lógica del mérito y el poder. La gracia es Cristo que da su vida por quien no es amigo. El honor público de los cristianos, la esperanza que no deja en ridículo (no avergüenza), es precisamente la participación de los cristianos en esta realidad y en la dinámica reconciliadora de Dios en Cristo. Aunque parezca utópica la esperanza de un mundo donde los conflictos y motivos de división son superados.
Bibliografía consultada
Granados, J. M. La teología de la reconciliacion en las cartas de san Pablo. Editorial Verbo Divino.
Esler, Ph. Conflicto e identidad en la carta a los Romanos. El contexto social de la carta de Pablo. Editorial Verbo Divino.
Sobre el autor:
Cristián Cabrera Alarcón es Licenciado en Teología por el Seminario Teológico Bautista de Chile, Licenciado en Filosofía por la Universidad de Artes y Ciencias Sociales (ARCIS), Magister en Filosofía por la Universidad Alberto Hurtado. Magister en Teología de la Universidad Católica de Chile, Dr. (c) en Filosofía y Ciencias Humanas, IAPE Universidad México y profesor del Seminario Teológico Bautista de Chile.
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