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domingo, 8 de noviembre de 2020

¿Soberanía de Dios o despotismo divino?

Por Cristián Cabrera A., Chile

Imagen de Gidon Pico en Pixabay
En varias y diversas oportunidades nos toca escuchar situaciones en las que se describen experiencias de sufrimiento incomprensibles. Una joven, por ejemplo, le pregunta a su profesora de religión, luego que ésta le hablará del amor y bondad de Dios, ¿dónde estaba ese Dios cuando mi padre me violaba a los siete años de edad? Cuando el sufrimiento se trata de inocentes, de niños o niñas pequeñas, se hace aún más difícil responder a este tipo de preguntas sin dejar en el rostro de quien nos escucha un gran signo de perplejidad y escepticismo. Pero, para gran parte de las personas, en cualquier momento de la vida, el sufrimiento es una experiencia que desafía las convicciones. En relación con esto, es ampliamente conocido el dilema de Epicuro con el que se pone en cuestión la existencia de Dios a partir de la existencia del sufrimiento o del mal. Ambas realidades parecen ser incompatibles con la idea de un Dios bueno y todopoderoso. El dilema explicado brevemente señala lo siguiente: si Dios es bueno y todopoderoso ¿por qué entonces no elimina el sufrimiento? Si realmente fuera todopoderoso entonces eliminaría el sufrimiento, pero no quiere hacerlo entonces no es buen. Si quiere hacerlo pero no puede entonces no es todopoderoso. "Porque, si Dios es bueno, sólo puede desear el bien. Y si es todopoderoso, sólo puede obtener el bien que desea". El dilema plantea la coexistencia de dos atributos en Dios que terminan siendo incompatibles e imposibilitan su existencia. No es nuestro objetivo examinar las distintas respuestas que se han dado a este dilema, sólo nos interesa mostrarlo como una forma de evidenciar la complejidad del tema.

Ahora, hagámonos la siguiente pregunta ¿cuáles son algunas de las respuestas que los cristianos han dado a este problema? Ante las dificultades de ofrecer una respuesta clara y satisfactoria, especialmente cuando el contexto se refiere a experiencias de sufrimiento absurdas e incomprensibles, los cristianos recurren habitualmente al tema del conocimiento y la soberanía de Dios con el objeto  de subrayar la diferencia abismal entre este último y los seres humanos. En relación con lo primero, una respuesta ha sido: no sabemos el por qué de tanto sufrimiento, en particular, de personas inocentes, nuestra condición finita y temporal no nos permite ver todo el plano de nuestras vidas, pero Dios sí sabe el fin último y el sentido de esas experiencias. Por lo tanto, algún día entenderemos las razones detrás de lo que ahora nos resulta incomprensible. Se recurre, en este caso, al argumento de nuestra ignorancia que no se compara con el conocimiento divino. Pero tal planteamiento no es suficiente para confortar nuestro espíritu, falta algo más  para confiar en esta respuesta y seguir encontrando sentido a la vida. Una cosa es que Dios lo sepa todo, y esto va muy bien con él, y otra es que ese conocimiento conlleve un bien para el ser humano, es decir, que a pesar del sufrimiento continuemos pensando que con él  Dios nos está haciendo un bien.  En este punto aparece un aspecto interesante a resaltar, donde nosotros vemos un mal, Dios, en cambio, ve un bien.

Pero también, otro argumento es el de la soberanía divina. En este tema es donde nos interesa hacer un aporte con este breve artículo. Si vemos en una perspectiva adecuada, toda la argumentación intenta hacer compatible la realidad de un Dios bueno y todopoderoso con la existencia del sufrimiento. Son argumentos que, en realidad, buscan salvar o justificar a Dios en una primera instancia. El argumento de la soberanía afirma que Dios es Dios, por consiguiente, no debiéramos dudar nunca lo que él hace ni tampoco cuestionarlo. Permitirnos dudar de él es no darnos cuenta ante quien estamos. Esta, precisamente, es una de las interpretaciones que se sostiene tradicionalmente. Pero también el concepto de soberanía significa que Dios sabe lo que hace o permite, que él, precisamente, en su condición de Dios, no tiene por qué darnos razones de sus actos, y sin embargo, no debemos dudar que eso es bueno para nosotros. Dios sabe lo que nos conviene y lo que nos hace bien a pesar de lo incomprensible que pueda resultarnos. Aunque este razonamiento no resista la fuerza de los hechos, especialmente, en presencia de la realidad del sufrimiento, algunos creyentes dirán, "yo creó en Dios y no en los hechos". Este enfoque es, a primera vista, racionalmente impecable, pero no resuelve ni explica como relacionarnos existencialmente, y desde la fe, con el sufrimiento real, no sólo con el problema lógico del sufrimiento en la argumentación teológica y filosófica sobre este tema.  Leído tan sólo desde éstas argumentaciones Dios adquiere el rostro de un déspota al que sólo le interesa su honor y prestigio  y para el cual los padecimientos de la criatura le son indiferentes. Quien ve sus sufrimientos desde esta idea de Dios termina finalmente haciendo como si éstos no existieran, se salva la realidad de Dios a costa de la realidad de la experiencia humana.

Para poder desarrollar el vínculo existencial entre la realidad de Dios y el sufrimiento concreto, cuestión que se relaciona con el núcleo de la fe cristina, un Dios encarnado, el aporte de Rowan Williams será de mucha ayuda. Este teólogo anglicano, arzobispo de Canterbury, aborda un conjunto de ideas de la tradición teológica cristiana relacionadas con Dios: el  “Creador”, “Padre todopoderoso” y “Omnipotente”. Señala que muchos creyentes fantasean con estas representaciones de Dios a tal extremo que bien merecerían un análisis psicoanalítico. Estas  imágenes de autoridad divina  a algunos les ayuda a sortear todos los problemas, incluso, al punto de abandonar la propia responsabilidad respecto de ellos o a no reconocerlos como problemas reales. Williams distingue un aspecto que para nuestra reflexión es muy importante, escribe “… deberíamos preguntarnos qué queremos decir con la expresión “omnipotencia de Dios”. Siempre ha resultado tentador pensar en términos de aquello que a nosotros nos gustaría, a fin de superar nuestras limitaciones: la capacidad de cumplir todos nuestros deseos, de resolver nuestros problemas o los de los demás con un simple movimiento de la mano”[1]. Las capacidades atribuidas a Dios de las que el creyente se hace participe por medio de su fe, le podrían servir para ponerse por sobre su condición histórica. Pensemos en otras épocas, especialmente la idea de soberanía, sirvió para justificar y legitimar el poder del monarca cristiano sobre sus súbditos. A este monarca y soberano absoluto no le producía ningún tipo de contradicción moral, o le era indiferente, la situación miserable de la gente común y los privilegios de la suya. Por el contrario, justamente en esta diferencia está fundamentado su poder y gloria. El monarca esta más cerca de Dios que de su pueblo. En la época moderna, la pérdida de relevancia pública del cristianismo, ha hecho de esta idea una experiencia religiosa subjetiva, Dios es el Señor de nuestras vidas, es el soberano de mi existencia, se trata de una soberanía interior. Las tensiones y contradicciones se dan ahora en el ámbito de nuestra existencia personal y todas las proyecciones psicológicas que de acá resulten.

Sin embargo, las afirmaciones teológicas que ponen a Dios a salvo de la contingencia del mundo, de los cambios constantes de la vida, en nuestro caso, de los sufrimientos absurdos e incomprensibles, no favorece la cercanía y proximidad de ese mismo Dios en la propia experiencia humana. Nos autoafirmamos en las circunstancias adversas de la vida, pero como si estas no pasaran o fueran reales. Algo así como si nuestra alma permaneciera estable, libre de la corrupción de los cambios, mientas el cuerpo se cae a pedazos. Rowan Williams señala que esta representación de lo divino está lejos de la idea bíblica de un Dios “todopoderoso”. Dios no es todo-poder precisamente porque no le afecte el sufrimiento de sus criaturas, por el contrario, él es “todopoderoso” porque puede ayudarnos en toda circunstancia sin necesidad de negar la plena realidad de estas. Pero para concebir esta forma de ver a Dios, según el arzobispo de Canterbury, requerimos entender el lenguaje de la Biblia, al respecto escribe lo siguiente: “Lo que la Biblia nos ofrece no es el registro documental de un Dios que siempre obtiene lo que desea de modo triunfal, obrando milagros, sino de un Dios que alcanza su meta pacientemente, esforzándose por manifestarse a los seres humanos”[2]. Es decir, incluso en la derrota, el fracaso, la muerte, el dolor, la vulnerabilidad, la frustración, la pérdida etc., “… no hay lugar en que Dios no esté presente y sea impotente o irrelevante. No hay ninguna situación en la que Dios no encuentre qué hacer”. Y agrega nuestro autor, “Dios tiene la capacidad de hacer siempre algo nuevo y diferente, de producir algo novedoso a partir de una determinada situación”. Esta es otra manera de concebir la soberanía de Dios mediante la libertad de su amor, en el desenvolvimiento dentro de las circunstancias concretas y el tiempo de las personas. No estamos hablando de una idea de soberanía para salvar a Dios (soberanía absoluta) de preguntas incomodas, cómo es posible la existencia de un Dios bueno y al mismo tiempo la existencia del sufrimiento, tampoco se trata del rostro de un Dios indiferente al dolor humano o de una confianza en el inconmovible e inmutable. No se trata de un concepto de soberanía lógico ni comprensible, al revés, de uno más bien incomprensible y paradojal, pues está ligado con su libre amor, un amor, señala Williams, que jamás agota sus recursos, pase lo que pase en el universo en general o en la vida particular”. 
          
 La idea de soberanía expuesta en este artículo, siguiendo algunas de las ideas de Rowan Williams, nos permite concluir que si Dios puede en cualquier circunstancia de sus criaturas, entonces, ellas también pueden, junto con su paciente acción y gracias a su soberano y libre amor por nosotros. Dios no se salva a si mismo, Dios quiere salvarnos a nosotros y por eso está entre nosotros con soberana creatividad, enriqueciendo nuestra vida y haciéndola más humana.

Notas:

[1] Rowan Williams, Motivos para creer. Introducción a la fe de los cristianos. Sígueme: Salamanca, 2008, 30
[2] Rowan Williams, Motivos para creer, 31.

Sobre el autor: 

Cristián Cabrera Alarcón es Licenciado en Teología por el Seminario Teológico Bautista de Chile, Licenciado en Filosofía por la Universidad de Artes y Ciencias Sociales (ARCIS), Magister en Filosofía por la Universidad Alberto Hurtado. Magister en Teología de la Universidad Católica de Chile y profesor de los siguientes seminarios chilenos: Seminario Teológico Bautista, Seminario Teológico de la Alianza Cristiana y Misionera y Comunidad Teológica Evangélica de Chile.


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