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sábado, 3 de agosto de 2019

Implicaciones de una pastoral del cuidado

Por Parrish Jácome, Ecuador

Juliana Campoverde, asesinada y desaparecida por su pastor (1)


Levanta la voz por los que no tienen voz, DEFIENDE A LOS INDEFENSOS - Proverbios 31:8
  
Llegamos tarde, muy tarde, para cobijar y proteger a una vida que no merecía ese final. Nuestros diálogos hoy, nuestras reflexiones, parten de una realidad dolorosa, motor de una propuesta que confronte las prácticas de una pastoral mal entendida y perversamente instrumentada. Lo acontecido a Juliana nos interpela, nos reclama respuestas, a pesar de que ninguna de las acciones emprendidas la traerá de regreso. Penosamente fallamos. Olvidamos lo que la auténtica pastoral, la que brota del carácter de Jesús, siempre debe procurar: el cuidado de quienes son parte de nuestras comunidades de fe, las personas que el Señor nos encargó.

Hablar de pastoral es desafiante, más aún cuando la pastoral ha quedado reducida al cumplimiento de liturgias, prácticas rígidas e inflexibles, muchas de las cuales, perdiendo su credibilidad, oscurecen el papel de la comunidad de fe. Orlando Costas, al referirse por pastoral señala: “Entiéndese por pastoral toda aquella acción que busca correlacionar el evangelio con las situaciones concretas del diario vivir, sirviendo de puerta para la experiencia de la fe cristiana”.

 La pastoral como respuesta a la vida cotidiana es compleja, supera las estrecheces religiosas que pretenden enmarcarla en tareas, muchas de las cuales perdieron su poder en virtud de una profesionalización que abandonó ese lado humano capaz de reír y llorar, afirmar y exhortar, reconocer los errores y enmendar, vivencias ante las que el corazón pastoral no puede oscurecerse, sino llenarse de la luz de la gracia y la esperanza. La pastoral no la ejerce únicamente el pastor, la pastoral es desarrollada por la comunidad, quien reconociéndose como ese agente de transformación abre sus brazos para influenciar de modo benéfico. La vida, de por sí, es compleja. Siendo así, la pastoral no se circunscribe a manuales, técnicas y dogmas; su accionar es desafiante, al atreverse a responder a las diversas problemáticas de la vida con sensibilidad y compromiso.

 Plutarco Bonilla, redimensiona la pastoral cuando señala: “Este término no abarca tan solo la tarea que le corresponde al pastor en tanto ministerio de la Palabra y los sacramentos. Tiene que ver de hecho, con todos y cualquiera de los aspectos de la vida y misión de la iglesia”. El “todo y el cualquiera” de esos aspectos nos invita a ser agudos a fin de, sin dejar de hacer lo que hasta ahora hemos podido, observar aquellas que nos estorban y aquellas que aún no están en la agenda de la iglesia; hablamos de los aspectos que preferimos no tratar, aunque su presencia nos siga golpeando. Atreverse siempre será un reto. No resulta fácil atreverse a pasar por “el valle de sombra y de muerte” de nuestra cotidianidad, en el que el peligro a ser mal entendido, censurado, criticado, detiene el entusiasmo de hombres y mujeres que son incómodos e incomodados porque se deciden a hacerle frente a las realidades de un mundo urbano, globalizado y cada día más contradictorio.

 Bonilla sigue articulando sobre la pastoral y añade: “Y habrá tantas pastorales de, como de esos aspectos haya”. El planteamiento deja en el aire preguntas, inquietudes, moviéndonos a considerar aquellas pastorales que nuestras ciudades, con marcas de dolor o cadenas de impotencia, estarían ávidas por recibir. La experiencia de Juliana, que aconteció hace siete años, nos invita a centrar nuestro enfoque en un presente en el que los signos y señales de muerte están dispersos casi por todos los lugares transitados. Levantar pastoral a la niñez, juventudes, familias, mujeres, huérfanos, viudas, divorciados, migrantes, unida a una pastoral que responda a la pobreza, injusticia, desigualdad, violencia, corrupción, debe ser una prioridad en nuestro mundo urbano.

 La realidad urbana de nuestro continente nos desafía y clama por el papel que la iglesia debe asumir: en una mesa de diálogo, donde no lleguemos como superiores, pretendiendo tener todas las respuestas o sencillamente descalificando a todos los actores que no piensen como nosotros. Los temas relacionados a la ética de la vida requieren una pastoral, urge una propuesta que desde la iglesia se levante y reconozca el lugar que otros actores, con pensamientos diferentes, posturas complejas, pueden traer en favor de una comunidad que está en espera de esos buenos samaritanos resueltos a detenerse y demostrar el amor, ¡más que a solo pregonar y ostentar virtud y ortodoxia sin hechos!

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 La iglesia que pretende ser relevante no puede sacarle el cuerpo a los temas que en el momento están sobre la mesa, algunos de los cuales solo mencionarlos es sinónimo de herejía. La pastoral necesita sustentarse en una adecuada teología, una en la que sus temores sean expuestos, sus miedos fluyan, en un ambiente comunitario, donde tenemos la posibilidad de ser quienes somos. Cientos de familias necesitan una propuesta pastoral para enfrentar situaciones que no estaban en su agenda, llegaron de forma inesperada para provocar sensaciones tan diversas que no saben cómo enfrentar. Nos preguntamos:

¿Cuál es la pastoral que necesita la familia de Juliana? ¿Cómo acompañar a una familia que fue lastimada por quienes, se supone, estaban para acompañarle? ¿Qué acciones seguir para que lo acontecido con Juliana no se reproduzca en otras comunidades de fe? ¿Con qué más deberíamos acompañar las oraciones en función de, según sea el caso, prevenir estos males o sanar cuando se cometen?

 Seward Hiltner presenta la teología pastoral con una mirada misionológica: “Es la reflexión crítica y sistemática sobre las acciones pastorales de la iglesia, donde los aspectos dinámicos y teológicos de las funciones pastorales se disponen a cumplir su papel: cuidar, sostener, guiar, y reconciliar”. Una mirada objetiva de las acciones pastorales de la iglesia nos llevaría a constatar que su noción y práctica, tristemente, dejó de lado la comunidad. No hay cuidado, sostén, guía, reconciliación hacia quienes piensan, creen y viven distinto. Si la iglesia fue puesta por Jesús como agente de transformación en la sociedad no debería, por tanto, tener miedo de ensuciarse el vestido para demostrar interés sincero y tierno para con todos los seres humanos.

 El caso de Juliana muestra que la iglesia no quiso ensuciar su vestido. Mantenerse distante de una realidad que merecía ser atendida, acompañada, denunciada, fue la vergonzosa decisión. Era mejor cuidar la institucionalidad que verse amenazada. La elección fue clara, había que precautelar los intereses religiosos por encima de la justicia, la misericordia y la verdad. Hay que proteger a la institución llamada iglesia o denominación, pero una vida más, o una vida menos, ¡deja de ser lo prioritario! Patético cuadro que dibuja los entretelones que en la práctica de la fe preferimos desconocer, ocultar o simplemente reducir a un leve remordimiento que pronto pasa y se olvida.

 Los desafíos actuales son para la iglesia, no hay duda, el mundo sigue caminando, desarrollando su agenda, levantando respuestas, acertadas o no, a los problemas que en la actualidad nos aquejan. La realidad olvidada es que el mundo aprendió a caminar sin la iglesia. En el camino, comunidad e iglesia se fragmentaron, rompieron su relación, al punto de avanzar o retroceder ignorándose mutuamente. En este ejercicio pareciera que la iglesia tuvo el resultado más triste, perdió influencia, impacto, liderazgo. Atrincherándose en su cuartel general de arengas y triunfalismos, se conforma con muy poco en lugar de asumir sabiamente su principal tarea: transformar.

 Rolando Gutierrez – Cortés aporta otro elemento a este ejercicio ministerial de la iglesia en la sociedad. La pastoral de la iglesia, descansa sobre una teología pastoral que produce acciones pastorales: “La acción pastoral es el cuidado que se ejerce sobre una necesidad concreta en el nombre de Dios, con sentido de vida eterna”. Hay que atreverse a responder a esas necesidades concretas, aquellas que nos asustan, porque suele ser más fácil condenarlas que acompañarlas para proporcionarles signos de vida y esperanza. ¿Qué acciones pastorales se provocarán a partir de este caso? ¿Reconoceremos la importancia de la rendición de cuentas en el ejercicio del liderazgo eclesial? ¿Recibiremos con humildad la formación que requerimos en otras disciplinas? Realidades como las de Juliana nos reclaman nociones y acciones pastorales en las que el Dios de la vida se haga presente para reconciliar con amor y ternura.

 La mirada retrospectiva hacia lo acontecido con Juliana debe levantar grandes desafíos para la pastoral. Nuestros acercamientos con la sociedad no pueden mantenerse “mirando desde el balcón”, señalando y condenando, olvidando que nuestra razón de ser, tiene que ver con la transformación. Entiéndase bien, transformar el credo, la religión, la forma de orar, las liturgias no nos hace relevantes en sí mimo. No se trata de re-formar los esquemas religiosos, se trata de transformar la vida, aquella vida que se manifiesta en lo público y privado, en lo individual y colectivo, donde lo político tiene una dimensión de vida y la cultura aborda esos matices o colores particulares. Al regresar en el tiempo, puedo entender que estamos en deuda, una deuda que jamás la podremos pagar con la familia de Juliana; sin embargo, quien no se atreve a traer respuestas, asumir roles, brindar espacios de diálogo, seguirá entretenido en su pequeño reino, nicho o cueva, pero olvidando que el Reino de Dios y su justicia nos desafían a proclamarlo y demostrarlo.
¡Seamos expresión de vida y esperanza hoy!

(1) Nota del editor: El pasado 17 de julio en Quito, Ecuador, el pastor evangélico Jonathan Carrillo fue condenado a 25 años de cárcel por el secuestro y asesinato de la joven Juliana Campoverde después de 7 años que la familia denunciara el caso. El caso de Juliana impactó a los ecuatorianos, no solo por lo mediático del mismo, sino por la trama de manipulación religiosa del pastor y su familia –pastores también- y por el encubrimiento, silencio e insensibilidad de la Iglesia Evangélica.

El Tribunal además dictaminó el cierre definitivo de la iglesia Oasis de Esperanza y la reparación material de 100.000 dólares para los padres de Juliana.  

Sobre el autor:

Parrish Jácome Hernández, ecuatoriano. Se desempeña como Director General de la Unión Bautista Latinoamericana, UBLA. Secretario Regional de la Baptist World Alliance, BWA. Decano académico del Seminario Teológico Bautista del Ecuador. Licenciado en Teología. Master en Estudios Teológicos. Doctor en Ministerio, por Fuller Theological Seminary, con énfasis en Misiones Urbanas. Economista. Pastor General de la Iglesia Bautista Israel en Guayaquil.

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