La música protestante: Expresión comunitaria | Por Carmelo Álvarez - El Blog de Bernabé

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lunes, 30 de octubre de 2017

La música protestante: Expresión comunitaria | Por Carmelo Álvarez

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Fuerte es Nuestro Dios con la firma de Lutero), enwiki, Dominio público, Enlace

En este artículo se intenta relacionar la música protestante con sus raíces hebreas y cristianas. Se trata de trazar algunos de los distintivos que fueron forjando las expresiones de alabanza que hoy permiten constatar la rica diversidad musical de las distintas tradiciones protestantes. Desde el himno, con sus referencias bíblicas, hasta el clásico himno luterano, y los posteriores desarrollos que derivan en coritos, cánticos y alabanzas, la música protestante ha mantenido su vigencia y  su valor.

Desde los comienzos de la iglesia cristiana el himno ha ocupado un lugar prominente en el culto. En el Nuevo Testamento ya observamos alusiones a dicha forma de alabanza. El libro de los Hechos dice: “Alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía a la iglesia los que habían de ser salvos.” (2.47). Obviamente los himnos que la iglesia primitiva conocía eran los salmos, provenientes de la tradición hebrea. Pablo puntualizó el uso de los salmos, himnos y cánticos espirituales (Col. 3.16). Esto implica que había, además de los salmos, otro tipo de alabanza desarrollándose en el contexto de aquellas comunidades que se estaban formando.

El evangelio de Lucas nos presenta lo que se ha denominado los “salmos mesiánicos”. El Magníficat de María (Lc. 1.46-55), Nunc Dimittis (Lc.1. 68-79), y el Benedictus (Lc.2. 29-32), que encontraron su lugar en las liturgias posteriores como el Oficio Mayor luterano. Lo importante es que estos “salmos” señalan hacia el evento del nacimiento de Jesús.

La expansión del cristianismo trajo como consecuencia la evolución del himno hasta llegar a las formas que conocemos hoy. Cabe notar que el cristianismo oriental, con las iglesias ortodoxas, produjo liturgias muy elaboradas con efecto dramático e incorporación de trozos bíblicos convertidos en elementos litúrgicos. En los primeros cinco siglos del cristianismo las iglesias ortodoxas produjeron liturgias elaboradas que todavía hoy son prominentes en sus experiencias cotidianas de adoración. Ello incluye ceremonias bautismales, matrimoniales y fúnebres.

Ya para el siglo IV el cristianismo occidental con la Iglesia de Roma a la cabeza, ha ido elaborando sus liturgias, incluyendo numerosos himnos. Ambrosio de Milán fue la figura cimera en la producción de himnos. Ambrosio incorporó las nuevas corrientes de la música bizantina y las unió a las formas romanas que desembocaron en la misa latina que conocemos hoy. Hubo una gran producción litúrgica en el occidente cristiano desde el siglo V hasta el XV. Gregorio Magno fue un impulsor de la liturgia en occidente a partir del siglo VI. El canto gregoriano es la base fundamental de la liturgia latina. Evolucionó hasta el siglo XII en el llamado canto llano, que es la evolución del canto gregoriano en sus formas más elaboradas en la misa.

La música cristiana recibió un gran impulso con la Reforma Protestante. El impacto del Renacimiento y las corrientes humanistas influyeron notablemente en el desarrollo de la música secular, y la religiosa en particular. Los gremios musicales en las ciudades fueron una expresión indiscutible de estas nuevas corrientes. La música y los textos lograron un gran impacto social y cultural. El coral a cuatro voces y el contrapunto en las composiciones es la gran revolución de la época.

El canto gregoriano, y su posterior evolución en el canto llano, dieron participación a los fieles en la misa. Pero con las nuevas corrientes humanistas y la nueva música se amplía la participación del pueblo en cantar la fe y participar más activamente en la adoración. Ahí es donde la Reforma Protestante logra un papel predominante: el cántico congregacional. El himno ahora es de fácil acceso a los fieles. La imprenta hace accesible los textos. Las composiciones en la lengua del pueblo (no solo en latín) es la gran revolución. Hay melodías más vivaces que incorporan el folklore y la poesía popular.

Martín Lutero fue el propulsor de este renacimiento musical en el movimiento de la Reforma Protestante. Siendo un músico y compositor experimentado, pensaba que después de la teología la música debía tener un lugar prominente en la iglesia. Lutero inicia la gran tradición que daría como resultado coral alemán, cuyo gran exponente fue Juan Sebastián Bach. Su participación como compositor de oratorios y cantatas para la iglesia, su papel como organista en iglesias importantes como la de Santo Tomás de Leipzig, lo convirtieron en el gran maestro de la fe cantada en la tradición luterana.

El gran himno de la Reforma Protestante es “Castillo Fuerte es nuestro Dios”. Su composición y evolución denota lo que sucedió con mucha de la música luterana. Comenzó con una melodía sencilla y un texto apegado a las Escrituras, con énfasis en la teología luterana, y llega a ser un oratorio elaborado en la creación musical de Juan Sebastián Bach.

Juan Calvino creyó que los salmos eran la fuente esencial para cantar la fe. Fue muy cauteloso en la incorporación de elementos musicales seculares en el culto reformado. A Calvino le gustaba la simplicidad en la adoración sin adornos o imágenes. Para Calvino la música es para adorar a Dios no para deleitar a la congregación. Propició que se elaboraran salmos métricos con notación musical, en cierta medida más apegado en su estilo al canto llano que a las nuevas tendencias que se daban en la música luterana. Para Calvino el texto es más importante que la música; la doctrina más que el arte. Martín Bucero, reformador en Estrasburgo y Ulrico Zuinglio en Zurich, siguieron las pautas de Calvino en relación con la música. Zuinglio insistía en el texto y su interpretación como elemento esencial que se hacía eficaz en la predicación. Los himnos eran secundarios en la adoración.

En Inglaterra la reforma anglicana combinó el desarrollo litúrgico y la producción de himnos, y los plasmó en el Libro de Oración Común. Este libro litúrgico ofrece oraciones, ceremonias especiales y órdenes para la misa, que aunque tienen el formato de la antigua misa latina, reciben alguna influencia de las corrientes reformadas.

Una figura descollante en el desarrollo del himno protestante fue Isaac Watts en Inglaterra. Este compositor de finales del siglo XVII trabajó mayormente con la paráfrasis de los salmos. Watts compuso más de 750 himnos y salmos. Un buen ejemplo de ello es el salmo 51 musicalizado y parafraseado en el himno “Piedad, Oh, Santo, Dios Piedad.” Su influencia en el desarrollo posterior, particularmente en el siglo XIX en Estados Unidos, fue notoria. Allí el himno clásico protestante europeo comenzó a incursionar en las iglesias protestantes. Ya para mediados del siglo XIX el cántico evangélico (“Gospel Song”), vino a ser el pilar de la adoración protestante.

El cántico evangélico tiene su precursor en el llamado “camp meeting song”,  de las famosas carpas evangelísticas y sus alabanzas. Este cántico enfatizaba el llamado a la conversión, la salvación personal, con un fuerte contenido moral y ética de preservación, en relación con la conducta en el mundo. Los grandes avivamientos de los siglos XVIII y XIX influyeron notablemente en el contenido de estos cánticos. El mensaje y la letra sencilla, con su música pegajosa, impactó a multitudes. Se dice que algunos cantantes como Ira D. Sankey conmovían a las multitudes antes y después de las predicaciones. D. L. Moody, el gran evangelista del siglo XIX, admiró la eficacia de los cánticos de Ira D. Sankey. Ellos constituyeron como los Wesley un equipo evangelístico excepcional.  William Booth y el Ejército de Salvación heredaron esta rica herencia musical metodista, añadiendo el uso de instrumentos musicales. Sus bandas de música evangélica han sido muy famosas en el mundo entero. Hay cantidad de esos cánticos evangélicos en los himnarios clásicos de las distintas tradiciones protestantes.

Una vertiente destacada de la música protestante han sido los llamados “Spirituals”. El “Spiritual” tuvo sus raíces en la herencia europea y norteamericana de las iglesias blancas en Estados Unidos. Parte de esa herencia vino por el contacto de los esclavos con sus amos y el compartir cánticos evangélicos e himnos que se cantaban con frecuencia en los cultos. De esta forma se creó una producción musical afro-americana que, por un lado recibía esta herencia, y por el otro, creaba su propia forma con elementos de la herencia africana.

Las iglesias afro-americanas  desarrollaron su propia identidad común en relación con la alabanza, por encima de su diversidad eclesiástica. Ese desarrollo común se ha nutrido de la creatividad cultural, antropológica y social de los y las creyentes afro-americanos. El trasfondo inmediato  que impulsó una forma distintiva que las iglesias afro-americanas cantan procede de una fuerte tradición oral que fue formando un acervo de experiencias de fe y resistencia. A través de la música, los cánticos y la danza se forjó una manera afro-americana de alabar. Las formas, el ritmo, las armonías y la estructura de intervalos musicales fueron los elementos distintivos.

Al confesar la fe, y cantarla, la tradición afro-americana combinó el sufrimiento y la esperanza, como lo reflejan sus cánticos. Las melodías reflejaron la rica herencia africana, y la influencia de las tradiciones protestantes.

En Latinoamérica y el Caribe el cántico evangélico fue el instrumento más efectivo que utilizaron los misioneros y misioneras. A tal punto ha llegado esa influencia que muchas iglesias consideran los cánticos evangélicos como la verdadera herencia himnódica del protestantismo. No cabe la menor duda de que el cántico evangélico ha logrado captar el sentimiento y la admiración de los y las creyentes. Los hermanos y hermanas recuerdan su conversión por una melodía y una letra que les recuerda aquel momento de encuentro personal con Cristo. Muchos de esos cánticos han sido criticados por su excesivo énfasis en una fe individualista.

La figura más connotada de la música metodista hasta nuestros días ha sido Carlos Wesley. Junto a su hermano Juan constituyeron un equipo que forjó una impresionante producción himnológica. Ellos combinaron el contenido evangelístico con la experiencia cristiana en sus himnos. Los himnos eran verdaderos medios para instruir en la fe.  Los himnos más conocidos, de un total de seis mil, son “Mil voces para celebrar” “Oíd Un Son en Ata Esfera”, “Oh, Amor que Excede A Todos”. El llamado movimiento de santidad en el siglo XIX norteamericano se nutrió de esta significativa producción teológico-musical. Carlos Finney, que fue el evangelista del movimiento de santidad más exitoso, fue influido por la música metodista, aunque elaboró su propia himnología para las campañas públicas, intentando llegar a las masas urbanas.

El movimiento pentecostal enfatizó el corito como la expresión básica en la alabanza. Ha sido notable cómo esta producción musical se multiplica por el mundo entero. Las famosas cadenas de coros en los cultos pentecostales es una demostración de la fuerte influencia de este tipo de alabanza en la tradición pentecostal. Otra dimensión que ha sido muy influyente son los cánticos especiales de solistas y grupos, y en muchos países las bandas y orquestas musicales.

La producción himnódica pentecostal es muy diversa. El movimiento pentecostal clásico, sobre todo en Estados Unidos, se nutrió de los himnos y cánticos metodistas y la sucesiva producción musical del llamado movimiento de santidad. El propio corito tenía sus raíces en el metodismo y posteriormente en el movimiento de santidad. Como parte de esa herencia doctrinal y musical, el movimiento pentecostal enfatizó tres temas: la conversión personal, la ética personal como demostración de ser nueva criatura y el horizonte escatológico que aguarda el retorno de Cristo. Además, subrayó la experiencia del bautismo en el Espíritu Santo en la vida de cada creyente. El distintivo del culto pentecostal es su carácter festivo, y la música en todas sus expresiones es el ingrediente esencial. Celebrar la fe es lo central para la experiencia pentecostal.

La himnodia hispano/latina se nutre de toda la herencia musical protestante que hemos trazado aquí. Lo que distingue hoy a las comunidades evangélicas latino/hispanas es el énfasis en la experiencia del Espíritu como presencia que sostiene en medio de la diáspora en los Estados Unidos. Hay una doble dimensión de resistencia y celebración. Ya hay una significativa producción de coritos y cánticos hispano/latinos en Estados Unidos. Un buen ejemplo es el cántico de Roberto Rodríguez, “Alzo mis manos” (Cáliz de Bendiciones, 18).

Uno los movimientos más influyentes en la música protestante de las últimas dos décadas es el denominado Alabanza y Adoración. La producción himnódica de este movimiento es abundante e influyente, particularmente entre las iglesias de Latinoamérica y el Caribe, y las comunidades latino/hispanas en Estados Unidos. El complemento en la adoración lo proveen las danzas rítmicas con influencia hebrea. Estas dos dimensiones ocupan un espacio vital en la adoración carismática, que enfatiza mucho la experiencia en el Espíritu.  En muchas iglesias la alabanza ocupa un lugar central, desplazando el tiempo de la predicación hacia la periferia del tiempo cúltico.

El ministerio de la alabanza, como frecuentemente se le denomina, constituye un factor educativo para feligreses con educación formal mínima. Además, se ha reincorporado la Biblia, a través de lo que se utilizan en los cánticos y la prominencia de los Salmos. Entre los ministros de la música se cuentan a Marcos Witt, hijo de un misionero, con sus  Producciones CanZión. Witt tiene su propia congregación, una escuela de ministerio musical, producción de discos digitales, pistas para cantantes y libros sobre el ministerio musical. Incluso, ha ganado premios nacionales en el mundo musical secular. El cántico de Marcos Witt “Renuévame” es prominente en el llamado a la conversión y la reconciliación en las iglesias evangélicas.

En España Miguel Cassina, predicador y cantante mexicano, hizo famoso el cántico, “Quiero Levantar Mis Manos”, que ha recorrido toda Latinoamérica y el Caribe. Wisón Torres, Jr. y su esposa Leyda Colón, fundaron el ministerio musical “Peregrinos  y Extranjeros”, muy reconocido en Latinoamérica y el Caribe.

Un factor determinante es el impacto comercial de la música evangélica, con la producción de discos, pistas con música de acompañamiento e himnarios. Ya es común el o la solista en el culto que canta con pista. Incluso, se han ido desplazando a los coros a cuatro voces que fueron tan importantes en la adoración protestante.

El llamado movimiento apostólico hace un marcado énfasis en la alabanza. Le confiere un carácter de revelación divina que lo iguala con la Escritura. En algunas iglesias neo-pentecostales se combinan elementos de la alabanza con temas bíblicos como el pacto, el don, la oración y la unción, con un énfasis cuasi mágico.

Las nuevas tendencias en la música protestante han provocado polémicas y desafíos en las iglesias. Aún las mismas iglesias que aprueban el ministerio de la alabanza como central en la vida y la experiencia cristiana cuestionan algunos de los excesos y desviaciones que se experimentan en sus congregaciones. Aquí se pueden apuntar algunas cuestiones que ameritan ser evaluadas y examinadas. Una cosa es renovar la música y su lugar en el culto, y otra muy distinta es caer en la anarquía, la desarticulación teológica, la confusión doctrinal y hasta la herejía. Por otro lado, la mayoría de los cánticos producidos por el movimiento de Alabanza y Adoración ponen un énfasis desmedido en el individuo, dejando de lado la importancia del carácter comunitario de la vida en la fe, como destaca el Nuevo Testamento.

Cuando se considera la importancia de la adoración cristiana hay que recalcar quién es el sujeto central de la misma: Dios. En este sentido hay dos cánticos evangélicos que reflejan de un extremo a otro la importancia de que Dios sea el centro de toda adoración. De un lado tenemos el himno clásico de la Reforma Protestante, “Castillo Fuerte Es Nuestro Dios” de Martín Lutero y del otro, “Quiero Levantar Mis Manos” de Miguel Cassina.

Las iglesias protestantes evangélicas han aportado con su música una dimensión fundamental a la adoración cristiana: el cántico congregacional de un pueblo adorador. La creación de una expresión comunitaria en la alabanza es su aportación más distintiva a la música cristiana. 

Sobre el autor: 
Carmelo Álvarez es puertoriqueño. Obtuvo la licenciatura en la Universidad de Puerto Rico en 1969; la maestría en el Seminario Evangélico de Puerto Rico en 1971; el doctorado en Historia de la Iglesia en 1974, en la Emory University y el Ph.D. en la Universidad Libre de Ámsterdam, en 2006. Ha sido profesor en seminarios y universidades de EE.UU., Chile, Costa Rica, Ecuador, México y Venezuela.



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