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jueves, 11 de enero de 2024

Animadversión | Por César Soto

Desde hace algún tiempo he asumido el desafío de leer los evangelios con una mirada ingenua,
intentando quitarme los lentes de mi tradición y mis prejuicios. Me fascina ver a Jesús rompiendo los
esquemas que sociedad y religión dictaban. Pero no era un romper las reglas por el gusto de hacerlo,
cada vez que esto ocurría, los protagonistas de la historia y la comunidad eran un poco más libres,
libres de odio, de prejuicios, libres de mandamientos que se imponían con pretensión de ser divinos
pero que sólo eran humanos.

En Lucas 17:12ss encontramos el relato de Jesús y los 10 leprosos. Básicamente la historia trata de
Jesús sanando a los 10 leprosos pero con la consecuencia final de que sólo uno de ellos regresa
agradecido, uno que era samaritano.

Y aquí empieza a quedar, una vez más en la vida de Jesús, un escándalo de proporciones.

Acá confluyen dos condiciones en las que vale la pena detenerse.

Ser leproso era de por sí horrible, eras un Walking Dead!! un muerto caminando [1]. Considerado muerto para tu familia, para la religión, para la sociedad. Cualquier contacto con un leproso era catastrófico. En otros casos Jesús había tocado leprosos pero en esta ocasión los leprosos guardan distancia.

Ser samaritano era, a los ojos de la tradición judía, peor que ser pagano. La Mishná señala que recibir pan de manos de un samaritano era el equivalente a comer cerdo [2]. Eran considerados impuros racial y religiosamente. Los judíos se referían a ellos con el peyorativo de “perros”.

Un aspecto curioso del relato es que la lepra había puesto a los 9 judíos y al samaritano a un mismo
nivel. Cuando te sabes lo más repulsivo del planeta no llegan a subsistir demasiado los prejuicios sobre los demás. A veces, el tocar fondo tiene esa capacidad de poner en orden cuestiones que años de tradición religiosa no pudieron.

[Cuando reflexiono en esto no puedo evitar recordar mis años de ministerio en Dichato, Chile, luego del terremoto del 2010. En las aldeas de emergencia podías ver a personas que antes habían tenido un alto nivel de vida, teniendo como vecinos a humildes pescadores o incluso a personas que antes vivían prácticamente en la calle. La catástrofe no tiene miramientos, puede golpear a todos por igual. No existen cánceres para ricos y otros para pobres, tal vez el acceso a un tratamiento sea diferente, pero he visto morir a personas que podían pagar el mejor tratamiento, y he visto sanar a aquellos que recibieron lo que el estado pudo proveerles.]

Otro aspecto interesante es que, de 10 sanados, el que regresa es el samaritano. Jesús les había
ordenado que se presentaran ante el sacerdote. La Torah incluía el poco probable caso de que alguien
con lepra se sanase, en cuyo caso debía presentarse ante el sacerdote para la purificación. Cuando Jesús los envía al sacerdote, es otra forma de decirles que ya están sanos.

Algunas preguntas me surgen frente a esta situación:

¿Por qué regresa el samaritano? ¿Le recibirá a él como samaritano, el sacerdote que sí recibirá a los
otros nueve? Ahora que está sano ¿sobrevivirá esta “comunidad” con sus compañeros ahora exleprosos? Los nueve no tienen de qué preocuparse más que de cumplir con el ritual, el otro, el
samaritano, al no tener esas ataduras es capaz de dar rienda suelta a lo único que realmente es válido en ese momento, la gratitud.

Quienes leyeron o escucharon esta historia por primera vez deben de haber sido muy impactados,
sobretodo aquellos que aún sostenían esa cultura de discriminar a otros basados en la religión y la
pureza étnica. Tratemos de poner un escenario que nos sea más comprensible hoy. Imagina a un racista que además es homofóbico ¿Cómo crees que se sentiría al saber que el que obró de acuerdo al corazón de Dios fue un negro que además es gay?

¿Cuándo será el momento en el que todos los que decimos seguir a Cristo, aceptemos el desafío de ser socios de Dios en este proceso de sanar al mundo con el evangelio? Y digo sanar porque, a pesar que sanar y salvar son lo mismo en el texto bíblico, preferimos el término salvar y además lo preferimos en términos de una espiritualidad que poco tiene que ver con la vida diaria. “Salvamos” almas, como si estas fueran entes etéreos que flotan de manera incorpórea sobre la tierra. Nos hemos vuelto expertos en decidir quienes son y quienes no son aceptos para Dios, quienes pueden y quienes no pueden recibir bendiciones del Altísimo. Mientras tanto, Dios sigue sanando leprosos, samaritanos… a pesar de nosotros.

Notas:

[1] En la mente occidental prima una imagen del leproso que tiene partes de su cuerpo en carne viva o incluso perdidas, sin embargo, probablemente la lepra
de la que hablan los evangelios sea un tipo de bien diferente del que nosotros hemos sido informados. La lepra contemplaba un catálogo medianamente
amplio de enfermedades cutáneas.
[2] Mishná Shebiith 8:10, Danby, 49

Sobre el autor:

César Soto V. es chileno. Master en Estudios Teológicos Latinos en la Universidad de Eastern, Philadelphia. En 2013 editó su primer libro, "Cristianismo 2.0" y en el 2017 editó "Metáforas", una relectura de las parábolas de Jesús. Se define a si mismo como: Aprendiz de esposo, aprendiz de padre, aprendiz de pastor, aprendiz de teólogo, aprendiz de la vida. En la actualidad es pastor asociado de la Austin New Church en Austin, Texas.

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