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viernes, 11 de julio de 2025

IA y dignidad humana: Una mirada teológica | Por Alexander Cabezas

El 8 de marzo de 2023, el filósofo y lingüista Noam Chomsky afirmó en una entrevista para The New York Times:

La mente humana no es una máquina estadística como ChatGPT y otras de su tipo, ávidas de cientos de terabytes de datos para generar la respuesta más plausible en una conversación o la más probable a una pregunta científica. Al contrario, la mente humana es un sistema sorprendentemente eficiente y elegante que trabaja con una cantidad finita de información. No trata de manipular correlaciones de datos, sino de crear explicaciones. Entonces, dejemos de llamarla "inteligencia artificial" y llamémosla por lo que realmente es: un software de plagio, porque no crea nada nuevo, sino que copia obras existentes y las modifica lo suficiente para evadir los derechos de autor.


Estas declaraciones provocadoras abren el telón para repensar el impacto de la inteligencia artificial (IA) en las estructuras sociales contemporáneas, que avanzan a pasos agigantados. Chomsky no sólo lanza una crítica técnica o filosófica, sino que plantea interrogantes profundos sobre la naturaleza humana y su capacidad.

En este contexto, la teología también tiene algo que decir ya que es una disciplina que afirma la dignidad inherente del ser humano y su dimensión trascendental, y que puede ofrecer tanto posibilidades como advertencias frente al uso de estas tecnologías emergentes que llegaron para quedarse.

La IA como herramienta y oportunidad para el bien común

Comenzando por lo positivo, no se puede negar que la inteligencia artificial (IA) es ahora una aliada en la formación, al facilitar un aprendizaje más accesible, dinámico y personalizado. Aunque no sustituye a las personas, puede aportar herramientas, optimizar el tiempo y brindar apoyos tecnológicos que fortalezcan la comunicación y el vínculo humano en diversos ámbitos.

En el campo de la salud, por ejemplo, puede contribuir al diagnóstico temprano de enfermedades y a la personalización de tratamientos. Asimismo, puede mejorar la asignación de beneficios en programas sociales, identificando con mayor precisión a quienes más lo necesitan.

No obstante, este potencial transformador de la IA también plantea interrogantes éticos y existenciales que merecen una reflexión profunda. Paradójicamente, los profundos desafíos éticos que plantea la IA pueden convertirse en catalizadores para una reflexión teológica y bioética más rigurosa dentro de las comunidades de fe.

Cuestiones como la autonomía humana, la conciencia, la dignidad o el sentido de la creación en la era digital exigen a los creyentes reafirmar sus convicciones esenciales. Esta reflexión fortalece la conciencia crítica frente a los avances tecnológicos y nos invita a preguntarnos: ¿qué significa vivir con dignidad en un mundo cada vez más mediado por algoritmos?

La dignidad humana: más allá de la sintaxis

Desde una perspectiva teológica, el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (imago Dei, Gn 1:27), lo que le confiere una dignidad intrínseca e inalienable. Esta dignidad no puede ser replicada ni disminuida por ninguna máquina, por sofisticada que sea.

Por su parte, la IA opera a nivel sintáctico; es decir, manipula símbolos o patrones de datos según algoritmos estadísticos. Puede generar textos coherentes, pero no comprende lo que dice. En concreto, carece de semántica, es decir, no tiene conciencia, ni intención, ni experiencia. Así, aunque una IA pueda producir, por ejemplo, la frase “Te acompaño en tu dolor”, no experimenta compasión. Pronunciada por un ser humano con sentimientos, esa misma frase tiene un peso existencial que la IA no puede alcanzar obviamente.

Aquí radica la diferencia fundamental: mientras la IA imita la forma del lenguaje humano, solo los seres humanos —con su dimensión espiritual y relacional— pueden dotarlo de sentido y trascendencia en función del bienestar del prójimo.

En otras palabras, la IA no puede comprender en profundidad conceptos como el bien y el mal, el amor, la justicia o la verdad. Solo puede simular su lenguaje. Esta limitación plantea una preocupación creciente: una dependencia excesiva podría conducir a una forma de deshumanización, en la que se “humaniza la tecnología” y se “mecaniza a las personas”.

Ejemplos de ello, ya se hacen visibles:

  • Algunas personas, aunque suene inverosímil, ya están utilizando ChatGPT u otros chatbots para dialogar y pedir consejo personal o matrimonial, como si interactuaran con otra persona. Esta sustitución del vínculo interpersonal no garantiza la posibilidad de experimentar la vocación de vivir en comunidad y de construir relaciones auténticas de comunión.
  • Según una noticia que leí, un adolescente de 14 años se suicidó tras mantener una relación emocional con un chatbot que él mismo creó, diseñado para imitar al personaje Daenerys Targaryen (El País, 2024). El joven llegó a percibir a esta inteligencia artificial como su pareja, y se alega que la IA supuestamente lo indujo al suicidio. Casos como este evidencian los peligros de establecer vínculos afectivos con sistemas sin conciencia ni responsabilidad moral.
  • Mi tercer ejemplo, un pastor argentino pidió a ChatGPT redactar unas palabras de oración durante un servicio. Sin emitir juicios ni conocer todo el contexto, cabe preguntarse: ¿no habría sido más apropiado orar con palabras nacidas de una fe viva? ¿No estamos acaso ante una preocupante sustitución del vínculo humano y espiritual por una respuesta automatizada?

Amenaza al pensamiento crítico y a la autonomía personal

Otro desafío importante es que, si no se usa con discernimiento, la IA puede debilitar el pensamiento crítico y la autonomía, especialmente en niños y jóvenes en pleno desarrollo. La dependencia excesiva fomenta una actitud pasiva: en lugar de esforzarse por investigar, reflexionar y elaborar un ensayo, artículo o incluso una tesis, muchos recurren a la máquina para que realice el trabajo por ellos, lo que implica que el producto final no surge de sus propios pensamientos, sino de una máquina.

Este fenómeno empobrece el aprendizaje, las capacidades y competencias, y podría incluso ser funcional a estructuras de poder que prefieren individuos que no cuestionen, no piensen ni razonen. Si las personas renuncian a pensar por sí mismas, se vuelven más vulnerables a la manipulación y domesticación social y cultural.

Sin embargo, un uso guiado y consciente de la IA puede fomentar justamente lo contrario: un pensamiento más crítico, reflexivo y participativo. La clave está en el acompañamiento educativo y en formar usuarios responsables.

Una evidencia concreta de lo anterior es este artículo, que surgió a partir de una monografía elaborada tras muchos días de reflexión e investigación. No fue simplemente el resultado de pedirle a la IA que lo hiciera en pocos minutos, como si se tratara de “agitar una varita mágica”. A lo largo del proceso, puse a prueba mi formación académica para discernir y evaluar críticamente la información. Utilicé la IA para aspectos puntuales de forma, y puedo afirmar que no aceptaba automáticamente los resultados que me ofrecía: contaba con bases sólidas para respaldar o rechazar lo que recibía.

Lamentablemente, no todos lo ven así. Recuerdo el caso de un estudiante adulto en un curso que dicté en un seminario. Su ensayo final me pareció ajeno a su estilo. La sospecha se confirmó al llegar al final del texto, donde todavía aparecía la frase: “Generado con la ayuda de ChatGPT.” Ni siquiera tuvo el cuidado de eliminar esa línea final.

Impacto ambiental y sostenibilidad

El entrenamiento y uso de modelos de inteligencia artificial como ChatGPT requiere grandes cantidades de energía, lo cual alimenta centros de datos que consumen electricidad constantemente y generan emisiones contaminantes. Se estima que solo una consulta a ChatGPT puede gastar hasta diez veces más energía que una búsqueda en Google, y que casi el 80 % de ese consumo se va en hacer funcionar los servidores y mantenerlos refrigerados (Ojo al Clima, 2024).

A nivel global, el uso de inteligencia artificial y otras tecnologías similares representa ya cerca del 2 % del consumo eléctrico mundial, una cifra que podría duplicarse en los próximos años, según la Agencia Internacional de Energía. Esto equivale al gasto energético de países enteros como Japón o Argentina, y sigue creciendo.

Este nivel de demanda aumenta también las emisiones de carbono, especialmente por la necesidad de construir más centros de datos y mantenerlos fríos, lo cual intensifica el impacto ambiental. Si no se adoptan energías limpias, el avance tecnológico podría agravar aún más la crisis climática.

Ante este escenario, es urgente pensar éticamente cómo usamos la inteligencia artificial. La sostenibilidad debe ser una prioridad en su desarrollo, promoviendo políticas y decisiones que protejan el ambiente y aseguren justicia para las futuras generaciones.

Hacia una praxis teológica y ética en la IA

Ante estos desafíos, la brújula ética que ofrece la teología entra otras disciplinas no debe quedarse en la mera conceptualización. Es urgente traducir estos principios en directrices y políticas que guíen el desarrollo y la implementación de la IA.

Esto implica, abogar por marcos regulatorios internacionales que garanticen la transparencia de los algoritmos y la rendición de cuentas, especialmente en áreas sensibles como la salud o la justicia social.

Desde la perspectiva de la mayordomía cristiana, nos debería impulsar a promover activamente la investigación y el desarrollo de IA verde, que minimice su huella de carbono, priorizando energías renovables para los centros de datos y optimizando la eficiencia energética de los modelos. Además, la Iglesia y las comunidades de fe tienen un papel crucial en la educación y formación de una ciudadanía crítica y responsable en el uso de la IA.

Concluyo diciendo que, así como advirtió Chomsky, la IA carece de conciencia y significado. Reemplazar el pensamiento humano por algoritmos sin alma constituye, en el fondo, una forma de deshumanización. En esto coinciden la teología: las personas no pueden ni debe ser desplazado por la eficiencia técnica. Porque el verdadero progreso no consiste en que las máquinas parezcan más humanas, sino en que las personas vivan con mayor plenitud, dignidad y responsabilidad de cara a Dios y a la humanidad.

Referencias:

Abadia Elias, M., Faversani, L. A., Vieira Moreira, J. A., Masieiro, A. V., & Veronez da Cunha Bellinati, N. (2024). Inteligencia artificial en salud y sus implicaciones bioéticas: una revisión sistemática. Universidade do Planalto Catarinense; University of Iowa.

Berti García, B. (2015). Los principios de la Bioética. Prudentia Iuris, 79. http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/principios-bioetica-berti-garcia.pdf Bostrom, N. (2016). Superinteligencia: Caminos, peligros, estrategias. Ediciones Deusto. (Original en 2014).

Cabezas Mora, A. (2025). La inteligencia artificial: Un análisis desde la bioética y la educación religiosa. Universidad Católica.

Castejón García, R. (2024). La inteligencia artificial y su impacto en la bioética contemporánea. Labor Hospitalaria. https://www.laborhospitalaria.com/la-inteligencia-artificial-y-su-impacto-en-la-bioetica-contemporanea/

Díaz de Terán Velasco, M. C. (s.f.). Bioética laica y bioética religiosa: Claves para una argumentación contemporánea. Universidad de Navarra.

El Informador. (2025, 28 de marzo). Musk estima quiénes serán los primeros profesionales en verse afectados por la IA. https://www.informador.mx/internacional/Estados-Unidos-Musk-estima-quienes-seran-los-primeros-profesionales-en-verse-afectados-por-la-IA-202503...

El País. (2024). Un adolescente se suicida tras establecer un vínculo afectivo con un chatbot

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Sobre el autor:

Alexander Cabezas Mora es costarricense, master en Liderazgo Cristiano y en Teología. Se ha desempeñado como conferencista, pastor adjunto, profesor de varios seminarios teológicos y consultor en materia de niñez y adolescencia para varias organizaciones internacionales. A participado como escritor y coescritor en varios libros entre ellos, Huellas, Spiro, Entre los Límites y los Derechos, Disciplina de la Niñez, En sus manos y nuestras manos, la co-participación de la niñez y la adolescencia en la misión de Dios y Oración con los ojos abiertos.

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